
Elon Musk no necesitó un despacho ni un cargo tradicional para hacer sentir su peso en el centro del poder estadounidense. Fue nombrado senior advisor (asesor senior) y special government employee (empleado especial del Gobierno), pero lo que realmente tuvo fue algo más: una carta blanca firmada por Donald Trump para cortar, reorganizar y agitar.
Desde enero hasta mayo, el empresario más polémico del mundo dirigió la llamada DOGE —siglas en inglés de Departamento de Eficiencia Gubernamental—, una comisión creada para reducir el gasto federal. En los hechos, se convirtió en una especie de ministro sin cartera: despachaba con Trump, recortaba miles de empleos públicos, desmontaba agencias enteras. Y lo hacía a su estilo: sin protocolos, sin filtros, sin pedir permiso.

DOGE fue su criatura. Desde esa trinchera invisible, pero eficaz, Musk diseñó una ofensiva contra lo que llamaba “el cuarto poder inconstitucional: la burocracia”. Bajo su gestión, se despidieron decenas de miles de empleados federales, se cerraron departamentos completos, y se dio forma a un nuevo paradigma de “eficiencia extrema” en la administración pública. Fue también una plataforma política. Musk, que había sido uno de los donantes clave de la campaña que devolvió a Trump a la Casa Blanca, se convirtió en el rostro no oficial de un nuevo conservadurismo tecnocrático.
Cada uno de los siguientes momentos lo muestra con nitidez: provocador, excesivo, brutalmente pragmático.
El 20 de enero, día de la investidura presidencial, Elon Musk subió al escenario y alzó el brazo derecho dos veces. El gesto —con un aire inquietante de reminiscencias históricas— desató un torbellino: historiadores y políticos demócratas lo calificaron de saludo nazi.
De pie frente a un podio con el sello presidencial, Musk alzó el brazo con la palma hacia abajo, rígido, como en una postal del siglo pasado. La imagen dio la vuelta al mundo. Sus críticos rebautizaron sus vehículos como “swasticars”. En su red X, el empresario respondió con sorna: “El ataque de que ‘todos son Hitler’ está taaaan gastado”.
Cinco días después, participó por videollamada en un acto del partido alemán AfD, nacionalista y antiinmigración. Ante una multitud entregada, Musk declaró: “Ustedes son realmente la mejor esperanza” y los instó a “sentirse orgullosos de la cultura y los valores alemanes”.
Su intervención fue interpretada por sectores políticos europeos como una injerencia extranjera. En Berlín, cuatro autos Tesla fueron incendiados.

El 12 de febrero, Musk apareció ante periodistas en el Salón Oval con su hijo de cuatro años, X. Lo llevaba sobre los hombros, rodeado de funcionarios y con Trump a su lado. “Este es X y es un gran tipo”, dijo el presidente.
Mientras el empresario hablaba de sus logros en la reducción del gasto, el niño fue grabado hurgándose la nariz junto al escritorio Resolute.

El 20 de febrero, en una convención conservadora, Musk apareció con gafas oscuras y una motosierra. El aparato no estaba encendido. Lo había recibido como obsequio de Javier Milei, presidente de Argentina.
Vestido informalmente, Musk usó el objeto como símbolo de su gestión en DOGE, marcada por despidos masivos y el cierre de organismos estatales.
El 26 de febrero, durante la primera reunión del gabinete de Trump, Musk asistió sin silla pero con protagonismo. Llevaba una camiseta con la leyenda “Tech Support”. Aunque no era parte formal del gabinete, captó la atención de todos.
“Todos los miembros del gabinete están extremadamente felices con Elon”, escribió Trump en su plataforma, intentando restar importancia a las tensiones que ya se percibían con miembros como Marco Rubio y Sean Duffy.

El 11 de marzo, con Tesla atravesando una caída bursátil y un derrumbe en ventas, Trump organizó un acto en la Casa Blanca para promocionar sus autos eléctricos. Se exhibieron un Cybertruck y un Model S en la entrada sur.
Trump participó de la puesta en escena e incluso declaró haber comprado uno. Pero la maniobra mediática no logró frenar el derrumbe: Tesla cerró el primer trimestre con una caída del 71% en beneficios.

El 27 de marzo, Musk intervino con fuerza en la elección judicial de Wisconsin. Ofreció 100 dólares a quienes firmaran una petición contra los “jueces activistas” y entregó cheques por un millón de dólares a dos votantes, como gesto simbólico para apoyar al candidato conservador. En total, invirtió 25 millones de dólares en la campaña, la más costosa en la historia de una contienda judicial en Estados Unidos.
Fue una campaña sin precedentes, pero el resultado fue una derrota. Ganó la jueza demócrata por amplio margen. Musk había apostado fuerte en una contienda crucial para el control de temas clave como el aborto o la representación legislativa.

Tras el anuncio de nuevos aranceles por parte de Trump, Musk tomó distancia. Propuso la creación de una “zona de libre comercio entre Estados Unidos y Europa”.
El enfrentamiento con Peter Navarro, asesor económico del presidente, fue directo. Musk escribió que Navarro era “más tonto que un saco de ladrillos”. El funcionario había acusado a Tesla de “ensamblar la mayoría de sus componentes principales en fábricas de Asia”. Musk respondió asegurando que “Tesla fabrica los autos más estadounidenses”.
Desde la Casa Blanca, la vocera Karoline Leavitt intentó quitarle hierro al cruce: “Los chicos serán chicos”.

El 27 de mayo, Musk rompió públicamente con el gobierno. En una entrevista con CBS News, declaró: “Me decepcionó ver el proyecto de ley de gasto inmenso, francamente, que aumenta el déficit presupuestario, no lo reduce, y socava el trabajo que está haciendo el equipo de DOGE”.
Un día después, confirmó su salida. En X escribió: “A medida que mi tiempo programado como empleado especial del gobierno llega a su fin, me gustaría dar las gracias al presidente Donald Trump por la oportunidad de reducir el gasto superfluo”.
También afirmó: “La misión de DOGE solo se fortalecerá con el tiempo a medida que se convierta en un estilo de vida en todo el gobierno”.
En otra entrevista, añadió: “Pensaba que había problemas, pero desde luego es una batalla cuesta arriba intentar mejorar las cosas en Washington, por no decir otra cosa”.

No fue un funcionario típico. No fue un político. Fue Elon Musk siendo Elon Musk: imprevisto, frontal, omnipresente. Su paso por el gobierno de Trump dejó a sus adversarios desconcertados, a sus aliados eufóricos, y al aparato estatal como un campo arrasado.
Su cercanía con el presidente, su papel clave en la campaña y su estilo de gestión con motosierra lo convirtieron en una figura central de esta nueva era en Washington. En el guion de Trump 2025, fue algo más que un actor secundario: fue un arquitecto sin planos, con resultados.