«Sin yogures ni leche condensada, no soy nada». La frase, pronunciada con una frialdad desconcertante por María Ángeles Molina durante su declaración ante el tribunal, dejó perplejos a los magistrados y a la familia de la víctima. Este detalle, recogido en el documental Angi: crimen y mentira, ilustra la complejidad psicológica de una mujer capaz de tejer una red de engaños, identidades falsas y crímenes meticulosamente planificados. El caso de Molina, conocida como Angi, no solo sacudió a la opinión pública española, sino que también desafió a los investigadores y al sistema judicial por la sofisticación de sus métodos y la frialdad de sus actos.
El estreno de la serie documental en Netflix el 25 de julio de 2025, tras una suspensión judicial que paralizó su lanzamiento durante tres meses, ha devuelto a la actualidad uno de los crímenes más perturbadores de la historia reciente de España. La plataforma se vio obligada a modificar el contenido y reducir la duración del metraje tras la denuncia de la propia Molina, quien alegó el uso no consentido de imágenes personales previas al crimen. La docuserie, dirigida por Carlos Agulló y producida por Brutal Media, reconstruye en dos episodios el asesinato de Ana Páez en 2008 y la oscura trayectoria de Angi, marcada por la manipulación, el fraude y la suplantación de identidades.

El 19 de febrero de 2008, la policía halló el cuerpo sin vida de Ana Páez, diseñadora de moda de 35 años, en un apartamento turístico de Barcelona. La escena, con la víctima desnuda y una bolsa de plástico sellada en la cabeza, sugería inicialmente un delito sexual. Sin embargo, la investigación reveló un plan mucho más elaborado. Las cámaras de seguridad captaron a Angi entrando en un banco con una peluca y retirando 600 € de la cuenta de Ana poco antes del crimen. Posteriormente, condujo un Porsche hasta Zaragoza para recoger las cenizas de su padre, fallecido el año anterior, en un intento de construir una coartada. De regreso en el apartamento, Molina drogó a Ana con una sustancia no identificada y la asfixió.
La estrategia de Angi para encubrir el asesinato incluyó la simulación de una agresión sexual. Pagó a dos hombres de un burdel de Barcelona por muestras de semen, que luego colocó en la escena del crimen. No obstante, los investigadores desmontaron rápidamente esta versión. Las pruebas apuntaron de forma concluyente a Molina, quien ofreció múltiples relatos contradictorios durante los interrogatorios. En una ocasión, afirmó que se encontraba comprando un reloj en El Corte Inglés; en otra, que había salido a comprar yogur. La inconsistencia de sus declaraciones y la evidencia forense resultaron determinantes para el tribunal.
El asesinato de Ana Páez formaba parte de un esquema de fraude financiero cuidadosamente orquestado. Antes del crimen, Molina había solicitado préstamos y pólizas de seguro de vida a nombre de Ana, utilizando documentos falsificados. Algunas de estas pólizas contemplaban indemnizaciones de cerca de un millón de euros. El objetivo era claro: eliminar a Ana, suplantar su identidad y cobrar el dinero.
La policía localizó pruebas clave durante el registro del domicilio de Molina: documentos de Ana ocultos tras el tanque de agua del baño y una botella sellada de cloroformo, lo que evidenciaba la premeditación del crimen. En 2012, el tribunal sentenció a Molina a 22 años de prisión —18 por homicidio y 4 por falsificación de documentos—, una condena que el Tribunal Supremo posteriormente redujo a 18 años, según RTVE.

El caso de Ana Páez llevó a las autoridades a reabrir la investigación sobre la muerte en 1996 del esposo de Molina, Juan Antonio Álvarez Litben, un empresario de 45 años que falleció en circunstancias inexplicables. Aunque la reapertura del caso generó sospechas fundadas sobre la implicación de Molina, la ausencia de pruebas materiales impidió avanzar en la causa. La herencia de los bienes del empresario por parte de Molina añadió un elemento de sospecha a su historial.
A lo largo de los años, Molina construyó una vida basada en el engaño. Se presentó como psicóloga, abogada, paciente de cáncer, madre de hijos inexistentes y víctima de abusos. Fingió embarazos y utilizó las redes sociales para reforzar sus mentiras, convirtiéndose en una actriz permanente en su propio entramado de identidades falsas. El director Carlos Agulló describió la investigación para el documental como un «vestíbulo de espejos», tras revisar más de 2.000 páginas de documentos legales y realizar más de 60 entrevistas con policías retirados, detectives y personas cercanas a los casos.

La miniserie de Netflix se compone de dos episodios, de 38 y 40 minutos respectivamente, y recoge 18 testimonios, entre ellos los de familiares de la víctima y agentes de los Mossos d’Esquadra. La producción, que inicialmente fue suspendida por orden judicial, se estrenó finalmente con escasa promoción y cambios sustanciales en el montaje.
En marzo de 2025, mientras cumplía condena en la prisión de Mas d’Enric, Molina fue arrestada de nuevo por los Mossos d’Esquadra durante un permiso penitenciario de doce horas (de 08:00 a 20:00), acusada de conspiración para un nuevo asesinato. Según fuentes citadas por RTVE, Molina había contactado con sicarios para planificar otro crimen, lo que demuestra la persistencia de su conducta delictiva incluso desde el entorno carcelario.

La historia de María Ángeles Molina trasciende el relato de un crimen aislado. Su capacidad para manipular sistemas, personas y contextos, así como la sofisticación de sus fraudes, la convierten en un caso de estudio sobre la psicopatía y la criminalidad femenina en el siglo XXI.