
La evidencia científica reciente ha revelado que el aprendizaje de nuevas habilidades en la vejez puede ser una herramienta eficaz para fortalecer la salud mental.
Dos estudios realizados durante los primeros años de la pandemia por el COVID-19 muestran que las personas mayores que se desafían a sí mismas intelectualmente presentan menores niveles de soledad y depresión, así como una mayor capacidad para afrontar situaciones adversas.
Una investigación de la Universidad de California en Riverside (UC Riverside) encontró una conexión entre el aprendizaje continuo de habilidades y una mejor salud mental durante los primeros años de la pandemia de COVID-19.
“Aprender puede ser difícil e incómodo a corto plazo. Pero esa incomodidad nos ayuda a protegernos a largo plazo”, afirmó Rachel Wu, psicóloga de la UCR y autora del estudio.
El trabajo, publicado en dos estudios en PLOS Mental Health, analizó cómo personas de diferentes edades se adaptaron a la pandemia.

Aunque los beneficios de este tipo de aprendizaje no se manifiestan de inmediato, los investigadores observaron que quienes persistieron en aprender nuevas habilidades reportaron, al cabo de un año, una resiliencia superior ante factores de estrés externos en comparación con quienes no se involucraron en actividades cognitivas novedosas. Esta diferencia a largo plazo resalta la importancia de mantener la curiosidad y la disposición a aprender, incluso cuando el proceso resulta incómodo o desafiante al principio.
Los estudios analizaron la adaptación de personas de distintas edades durante la pandemia. El primer trabajo incluyó dos grupos: uno con participantes mayores de 19 años y otro con adultos mayores de 50 años.
Dentro de este último, algunos participaron en un programa de intervención temprana diseñado para fomentar el deseo y la capacidad de adquirir habilidades desconocidas. Los participantes informaron sobre el tiempo dedicado a aprender durante la pandemia y evaluaron su bienestar a lo largo de un año, incluyendo aspectos como depresión, soledad, memoria, concentración y toma de decisiones cotidianas.

En ambos grupos, quienes se involucraron activamente en el aprendizaje mostraron mejores resultados en salud mental.
Lilian Azer, autora principal del artículo, señaló que “las personas que estaban aprendiendo activamente obtuvieron mejores resultados en términos de salud mental, especialmente los adultos mayores que, de otro modo, podrían haber sido más vulnerables al aislamiento y al estrés”.
Esta tendencia se mantuvo incluso cuando los entornos de aprendizaje formal permanecieron cerrados, lo que llevó a los participantes a buscar formas autodirigidas de desarrollo personal, como nuevas aficiones o el uso de herramientas digitales.
“Aprender nuevas habilidades es frustrante al principio, sobre todo si hace tiempo que no lo haces”, dijo Rachel Wu y advirtió que “si solo hacemos lo que nos hace sentir bien en el momento, podríamos estar renunciando a la capacidad de adaptarnos cuando la vida nos depara un reto difícil”.

Los científicos descubrieron que los beneficios del aprendizaje no fueron inmediatos. Los participantes que se pusieron estos desafíos a sí mismos no necesariamente se sintieron más felices en el momento. No obstante, un año después, informaron mayor resiliencia a los factores de estrés externos que sus compañeros que no habían dedicado tiempo a aprender cosas nuevas.
Esta perspectiva matiza la teoría de la selectividad socioemocional, que sostiene que las personas mayores tienden a priorizar la satisfacción emocional buscando la alegría y evitando los conflictos. Según Wu, aunque este enfoque tiene valor, centrarse únicamente en el bienestar inmediato puede limitar la capacidad de adaptación ante situaciones inesperadas.
Las actividades de aprendizaje realizadas por los participantes incluyeron desde fotografía digital y dibujo hasta el estudio de idiomas.
En un segundo estudio independiente, el equipo se centró en personas mayores de 58 años que habían dedicado tiempo a estas actividades antes de la pandemia.

Al comparar sus resultados con los de un grupo similar que no participó en intervenciones de aprendizaje estructurado, los investigadores encontraron que quienes mantuvieron la práctica de aprender mostraron un mejor rendimiento emocional durante la crisis sanitaria.
A largo plazo, los participantes que persistieron en el aprendizaje demostraron una mayor resiliencia y bienestar emocional.
Wu subrayó la importancia de mantener la “maquinaria del aprendizaje” en funcionamiento, para que esté disponible cuando se necesite.
Además, la investigadora destacó que existe un vacío en la literatura científica sobre el impacto del aprendizaje después de la educación formal, y que es fundamental ampliar el horizonte temporal de las investigaciones en este campo. “Sabemos que si no estás aprendiendo, probablemente estés en declive, sin importar la edad”, afirmó.

Las implicaciones de estos hallazgos van más allá del ámbito individual. El aprendizaje continuo puede ser tan esencial para la independencia de las personas mayores como la salud física, y su promoción podría influir en las políticas públicas y en las estrategias de envejecimiento saludable. Wu espera que estos resultados inspiren intervenciones más específicas para adultos mayores, especialmente para quienes enfrentan dificultades cognitivas o cuentan con menos recursos.
La invitación de los investigadores es a mantener la curiosidad y buscar nuevos desafíos, ya que esto permite a las personas mayores estar mejor preparadas para los cambios y las adversidades que puedan surgir.
“No esperes a tener que aprender algo en medio de una crisis”, dijo Wu. “Busca desafíos. Sigue creciendo. Así te mantienes preparado”, concluyó la investigadora.