
La vida de Billy Joel, ícono de la música estadounidense y autor de clásicos como “Piano Man” y “Uptown Girl”, no siempre estuvo rodeada de luces y aplausos.
Un nuevo documental titulado Billy Joel: And So It Goes, estrenado el 4 de junio en el Festival de Tribeca en Nueva York, arroja a la luz los dolorosos capítulos de su infancia, contados con franqueza por el propio artista y su hermana, Judy Molinari.
En la película, ambos hermanos rememoran sus primeros años en el Bronx, donde crecieron junto a su madre, Rosalind, y su padre, Howard, un pianista clásico al que el artista describe como “maravilloso con el piano”, pero emocionalmente inaccesible.

El músico comenzó a estudiar piano a los 4 años, aunque, según Judy, su padre nunca mostró interés genuino por su talento.
La falta de afecto paternal se refleja vívidamente en una anécdota relatada por el cantante, en la que a los ocho años, tras interpretar una versión rock and roll de la Sonata para piano n.º 14 de Beethoven en vez de la versión original, su padre bajó las escaleras y lo golpeó con tal fuerza que lo dejó inconsciente.
“Me dio un golpe tan fuerte que me dejó inconsciente. Estuve inconsciente como un minuto. Recuerdo despertarme pensando: ‘Bueno, eso le llamó la atención’. Ese es mi recuerdo de sus clases de piano. Así que no me enseñó mucho”, recordó entre risas amargas.
El divorcio de sus padres, cuando Billy Joel tenía la misma edad, marcó otro hito emocional. Ambos hermanos confesaron haber sentido cierto alivio con la salida de Howard del hogar.

“Vi cosas malas con ellos cuando era pequeño; la situación era muy tensa”, explicó Billy en el documental.
Judy también subrayó que pese a la nueva libertad de su madre, la carga que asumió tras la separación la llevó a un cuadro de estrés.
“Cuando Howard se fue, fue un alivio porque mi madre se sintió más libre, pero también le causó mucho más estrés porque tuvo que trabajar muy, muy duro para sacar adelante a la familia”, comentó.
Con Howard fuera del hogar, Rosalind se convirtió en el centro emocional de la familia. Billy “una mujer muy cariñosa” y señaló que su afecto lo “abrumaba casi por completo”.

“Creo que era para intentar compensar la falta de cariño de mi padre. Pero también tenía algunas cosas inquietantes. Era muy solitaria. Se sentía muy sola, y creo que bebía para aliviar su soledad”, dijo.
Sin embargo, Rosalind también enfrentaba sus propios demonios: la soledad y un aparente trastorno bipolar no diagnosticado que se manifestaba en episodios de llanto y gritos, generalmente alimentados por el alcohol. Judy describe el ambiente en casa como inestable.
El documental revela que el alcoholismo de Rosalind era una presencia constante. Billy y Judy solían advertirle que no comenzara a beber, sabiendo que una simple copa podía desencadenar horas de angustia.

“Veía a mi madre bebiendo muy a menudo y le decíamos: ‘Mamá, no empieces, ya sabes cómo te pones’. Y ella lloraba y gritaba durante horas y horas. Sabíamos que algo iba mal, pero en aquel entonces no conocíamos la palabra bipolar”, comentó Judy.
A pesar de las dificultades, la madre de Billy Joel fue una figura esencial en el desarrollo de su carrera. Aun en medio de la pobreza, nunca dejó de apoyarlo en su formación musical.
“Sabía que Billy necesitaba clases de piano, que había que cuidarlo. Sabía que algún día llegaría a ser alguien”, dice Judy con emoción.
Ese apoyo incondicional no pasó desapercibido para el artista, quien para él fue su mayor soporte. “Mamá era mi animadora, decía que todo lo que te propusieras lo podías lograr. Le doy crédito por haberme apoyado. Nunca se rindió. Era una creyente”, afirmó.

El documental, dirigido por Susan Lacy y Jessica Levin, no solo explora los aspectos oscuros de su infancia, sino también su evolución desde sus humildes orígenes en Long Island hasta convertirse en una leyenda mundial.
A través de entrevistas inéditas y material de archivo, And So It Goes ofrece un retrato íntimo de un artista cuya historia de superación, dolor y talento resuena tanto como sus canciones.