
El mayor terremoto registrado en Europa podría tener su origen en un fenómeno hasta ahora desconocido en los océanos.
Un equipo de investigadores de cuatro países europeos halló pruebas de que el manto terrestre está separándose de la corteza bajo el Atlántico, al suroeste de Portugal.
El descubrimiento no solo aporta una nueva explicación sobre el devastador sismo que destruyó Lisboa en 1755, sino que también sugiere posibles cambios futuros en la tectónica del océano Atlántico.

La investigación aportó la primera evidencia de delaminación en una cuenca oceánica, un proceso donde la capa densa y caliente debajo del suelo marino se desprende como si fuera la suela de un zapato viejo. Se llama técnicamente “delaminación”.
“Hasta donde sabemos, la delaminación nunca se había identificado en una cuenca oceánica prístina”, afirmó João Duarte, geólogo de la Universidad de Lisboa y autor principal del trabajo publicado en Nature Geoscience.
El grupo de investigación estuvo conformado por científicos de la Universidad de Lisboa, en Portugal y colegas de instituciones de Italia, Alemania y Países Bajos.
Los resultados del estudio no solo explican la magnitud y mecanismo detrás del sismo de 1755, que destruyó el 85% de los edificios de Lisboa y mató a decenas de miles.

También abren la posibilidad de que se considere que el Atlántico pueda empezar una transformación similar al “anillo de fuego” que rodea al Pacífico.
Si el proceso de delaminación se consolida, el océano podría dejar de ser una región tranquila y desarrollar futuras zonas de subducción, sitios donde se acumula energía suficiente para provocar terremotos y erupciones volcánicas.
“El inicio de la subducción es un gran enigma y un tema de frontera para la investigación”, señaló Taras Gerya, geólogo de la universidad ETH Zurich en Suiza, quien no participó en el estudio y fue consultado por la revista Science.
El impacto del hallazgo es doble: por un lado, explica episodios sísmicos inusuales en el Atlántico oriental, y por otro, sugiere cambios tectónicos a muy largo plazo, similares a los del anillo de fuego.

El terremoto de Lisboa en 1755 resultó desconcertante, ya que ocurrió lejos de cualquier zona de subducción conocida, donde una placa tectónica se sumerge bajo otra y producen los peores terremotos y tsunamis. El epicentro de ese sismo estuvo muy alejado de las áreas activas como Japón o Sudamérica, donde los sismos potentes son comunes.
Tras el terremoto de 1969, de magnitud 7,8, que también afectó la costa portuguesa y causó confusión entre especialistas, las dudas se multiplicaron. Los epicentros no coincidían con las áreas clásicas de generación de grandes sismos, y varias investigaciones sísmicas detectaron anomalías profundas en la Planicie Abisal de Horseshoe, una vasta extensión de fondo marino con corteza muy densa y antigua.

Las réplicas más poderosas nacieron por debajo de los 20 kilómetros de profundidad, lo que sugiere fenómenos geológicos distintos a los usuales.
Los investigadores João Duarte, Pedro Terrinha y António Ribeiro, entre otros, se preguntaban cuál era el mecanismo capaz de desencadenar terremotos tan intensos sin una zona de subducción aparente. Buscaban el origen y las señales iniciales del nacimiento de un nuevo tipo de estructura tectónica en el Atlántico.
Entender el sismo de 1755, por tanto, se volvió esencial para abrir una ventana hacia el futuro del Atlántico. La ausencia de explicaciones convencionales motivó el uso de nuevas herramientas y modelos para analizar la zona.

La metodología combinó observaciones sísmicas y simulaciones digitales. Duarte y su equipo analizaron datos de la estructura interna de la corteza y el manto bajo el Atlántico oriental, en particular las anomalías detectadas a unos 250 kilómetros de profundidad bajo la plataforma oceánica frente a Portugal.
Ubicaron una región donde la corteza basáltica desapareció y los sedimentos del lecho marino quedaron en contacto directo con el manto. Esta condición, resultado de una apertura extrema del Atlántico, dejó al descubierto zonas vulnerables a procesos inusuales.
Las simulaciones mostraron que el agua, al filtrarse en las fracturas del manto, transformó el material en una roca llamada "serpentinita", de menor densidad y mayor plasticidad.

El modelo mejor ajustado señala que parte del manto bajo la Planicie Abisal de Horseshoe empezó a hundirse, impulsada por la existencia de dos grandes zonas laterales de fractura. La corteza se despega y más manto se hunde, lo que genera tensiones capaces de provocar terremotos de gran magnitud.
El proceso observado en el Atlántico es excepcional, ya que la estructura del fondo oceánico suele impedir que el manto se desplace.
Por lo general, la corteza del fondo oceánico forma una capa dura que se apoya sobre el manto, similar a la superficie sólida de un postre “crème brûlée” sobre una base más suave. En la región estudiada, esta estructura habitual no se presenta, lo que facilitó que el manto se separara y diera lugar al proceso de delaminación.

Los científicos concluyeron que la delaminación detectada podría ser la clave para entender cómo se inicia la subducción, proceso que da origen a los terremotos más potentes y a la formación de montañas y volcanes.
El equipo sugirió que este fenómeno pudo estar detrás del devastador sismo de 1755. “Los grandes terremotos como el de Lisboa podrían ser la primera huella de la delaminación en acción”, señalaron los autores en el estudio.
Sin embargo, Marc-André Gutscher, de la Universidad de Brest en Francia expresó reparos sobre si este mecanismo explica por completo el tsunami que cruzó el Atlántico después del terremoto de 1755.

“Cuando una falla se desliza, la ola de tsunami se dispara perpendicular a su longitud. Es como las luces de tu coche”, explicó el geólogo a Science.
A pesar de las discusiones, el consenso es que el avance hacia una futura zona de subducción en el Atlántico ya comenzó, impulsado por la delaminación y por la presencia del Arco de Gibraltar en el Mediterráneo, donde este proceso también está en marcha.
El estudio advierte que la región occidental del Atlántico mantiene un alto nivel de riesgo sísmico. En palabras de Duarte, “en Portugal no existe una cultura de prevención. Para la mayoría, los terremotos son parte de la historia. Esto es muy peligroso”.