
Estados Unidos e Irán llevan semanas ya protagonizando encuentros en Omán e Italia, en los que buscan negociar un nuevo acuerdo que ponga límites al programa nuclear persa, que Washington considera una amenaza latente, a cambio del levantamiento de sanciones.
Hasta el momento, las partes han expuesto sus condiciones para un pacto e incluso se convocó a expertos en los respectivos temas para avanzar en los detalles de una eventual implementación, aunque los esfuerzos no han dado resultados concretos.
La principal diferencia recae en el deseo de Estados Unidos de que Irán deje de enriquecer uranio por completo -lo que le permitiría hacerse con un arma nuclear- mientras que Teherán se niega a ello.
Este proceso clave se realiza en instalaciones que, por la amplitud y largo historial del programa persa, están ubicadas en todo Irán y han sido blanco de varios ataques en el pasado.
Natanz es una de las más famosas. Está ubicada unos 220 kilómetros al sureste de Teherán y destaca por ser el principal sitio de enriquecimiento de uranio en el país.

Allí hay múltiples cascadas, o grupos de centrifugadoras, que trabajan juntas para enriquecer uranio con mayor rapidez.
Debido a su importancia, parte de sus instalaciones se ubican bajo tierra, donde no pueden ser alcanzadas por ataques aéreos extranjeros, aunque ello no impidió que fueran víctimas de una operación -presuntamente de Israel y Estados Unidos- con el virus Stuxnet, que destruyó las centrifugadoras, así como de otros dos actos de sabotaje.
A su vez, el régimen comenzó a realizar excavaciones hacia el interior del Kūh-e Kolang Gaz Lā, o “Montaña del Pico”, la cual se encuentra apenas pasando la cerca sur del lugar.
La segunda instalación más conocida es la de Fordo, unos 100 kilómetros al suroeste de Teherán.

Allí también operan cascadas de centrifugadoras, aunque en una escala menor que en Natanz.
Está enterrada bajo una montaña y la protegen importantes baterías antiaéreas, por lo que está especialmente diseñada para resistir ataques aéreos.
Esta instalación data de 2007, según la OIEA, aunque el régimen reconoció su existencia recién dos años más tarde, cuando la inteligencia occidental la descubrió.
Irán dispone, a su vez, de una única planta de energía nuclear comercial, ubicada en Bushehr, en el Golfo Pérsico, a unos 750 kilómetros de Teherán.
Se alimenta de uranio producido en Rusia, no en el país, y es monitoreada por la OIEA.
Su construcción comenzó bajo el Shah Mohammad Reza Pahlavi a mediados de la década de 1970, pero después de la Revolución Islámica de 1979 fue objeto de repetidos ataques. A raíz de los daños, Rusia completó posteriormente su construcción.
En cuarto lugar, está el reactor de agua pesada de Arak, unos 250 kilómetros al suroeste de la capital, que es clave ya que permite enfriar los reactores nucleares y, a su vez, participa en la producción de plutonio, necesario para la fabricación de armas nucleares.

Es por ello que este sitio podría ser clave para los deseos del régimen de hacerse con una bomba atómica que no requiera uranio enriquecido.
De hecho, en el pacto de 2015, Teherán había accedido a rediseñar la instalación para atenuar las preocupaciones de la comunidad internacional.
Luego, en Isfahan, unos 350 kilómetros al sureste de la capital, se encuentra el Centro de Tecnología Nuclear, que emplea a miles de científicos expertos en la materia y opera tres reactores de investigación chinos y múltiples laboratorios asociados con el programa atómico nacional.

Por último, hay un reactor, el Reactor de Investigación, que se ubica en Teherán, precisamente en la sede de la OIEA en el país, que se encarga de supervisar el programa atómico.
En 1967, Estados Unidos dio a Irán un reactor para esta instalación, en el marco del programa “Átomos para la Paz” que, inicialmente, requería de uranio altamente enriquecido pero, más adelante, fue adaptado para usar uranio de bajo enriquecimiento debido a las preocupaciones de proliferación nuclear.
(Con información de AP)