
El cantante de country Rockie Lynne reveló recientemente en una entrevista cómo conoció a su padre biológico siendo adulto, tras realizarse una prueba de ADN. El encuentro no solo reveló un vínculo familiar hasta entonces desconocido, sino también una coincidencia determinante: ambos compartían una obsesión por la guitarra.
Rockie Lynne es un cantante, guitarrista y compositor estadounidense de música country que alcanzó el reconocimiento de forma tardía, firmando su primer contrato discográfico a los 39 años con Universal Music.
Nacido en Carolina del Norte, fue abandonado al nacer y criado en un orfanato, lo que marcó profundamente su vida personal y artística. Su primer contacto con la música no vino de un pariente ni de la escuela, sino de un desconocido que un día visitó la institución donde vivía.
Aquel hombre tocó canciones tradicionales con un estilo de thumb-picking que dejó una impresión permanente en el joven Lynne. “Desde ese momento, soñar con tener una guitarra fue lo único que ocupaba mi mente", recuerda.
Años después, compraría su primer instrumento: una guitarra tipo Stratocaster del catálogo de JC Penney, fabricada en la histórica planta japonesa Matsumoku. Costó 99 dólares e incluía un estuche. Hoy, décadas después, todavía la utiliza para grabaciones.
Durante su adolescencia, Rockie se introdujo en el circuito musical tocando con músicos adultos en bares y clubes comunitarios. “Mientras mis compañeros trabajaban en centros comerciales, mi primer empleo fue tocar en una banda por dinero”, afirma. Aquella experiencia temprana lo expuso a músicos con mayor trayectoria y le inculcó el hábito de rodearse de gente que lo empujara a mejorar.

En la biblioteca de su escuela, Lynne era el primero en leer las nuevas ediciones de Guitar World, donde descubrió la existencia del Musicians’ Institute de Hollywood. Para un adolescente pobre de una zona rural, asistir a esa escuela parecía imposible, hasta que supo que el ejército ofrecía fondos educativos.
Se enlistó a los 18 años, no solo para servir, sino para alcanzar su sueño musical. “La disciplina militar y el respeto por los demás fueron claves para mi desarrollo como artista y como ser humano”, aseguró en una entrevista con el portal Guitarist.
Luego de completar su formación, Rockie se trasladó a Nashville, donde tocaba por propinas en Printer’s Alley, uno de los rincones más legendarios de la ciudad. Pronto se convirtió en líder de banda en Barbara’s, donde conoció a Noel Haggard, hijo del ícono del country Merle Haggard. “La primera vez que tocamos juntos, su voz me paralizó. Era como escuchar a su padre. Fue un honor acompañarlo”, dice.
Después de años como músico de apoyo, Lynne decidió montar su propia banda y recorrer clubes del Medio Oeste. Tocaban unas 200 veces al año y generaban un seguimiento fiel.
Una noche cualquiera en New Prague, Minnesota, un ejecutivo discográfico lo escuchó. Días después estaba en una reunión con Doug Morris, jefe mundial de Universal Music, quien lo firmó de inmediato. El legendario Tony Brown produjo su álbum debut, y en poco tiempo estaba abriendo la gira de Carrie Underwood por Norteamérica.
Pero el capítulo más significativo de su vida llegó después, lejos de los escenarios. Ya adulto, Lynne decidió someterse a una prueba de ADN. El objetivo era encontrar algo de su historia personal. Lo que descubrió superó cualquier expectativa: su padre biológico era músico.
“Me sorprendió saber que él había estado obsesionado con la guitarra toda su vida, igual que yo”, relata. Su padre, un camionero que cantaba y tocaba en bares del sureste de Estados Unidos los fines de semana, era dueño de una Martin D-35 de 1972, su posesión más preciada.

Poco antes de morir, ese hombre al que Lynne nunca había conocido le entregó su guitarra. “Fue un momento que me marcó profundamente. Sentí que esa Martin D-35 era más que un instrumento; era un puente con mi historia, con mi origen”, explica.
Conmovido por el gesto, compuso la canción My Father’s Guitar, que interpreta en sus conciertos como un homenaje. Lynne nunca tuvo una infancia con figura paterna, pero encontró en esa guitarra una forma de conexión emocional con alguien a quien apenas pudo conocer. “Es el instrumento más importante de mi vida”, asegura.
Cuando firmó su contrato discográfico, Universal le ofreció renovar su equipo. Con la ayuda de Randy Gabbard de Tour Supply, replicaron el rig de Peter Frampton, que Rockie había escuchado durante un ensayo en Nashville.
El sistema incluía preamplificadores hechos a mano, amplificadores de válvulas, efectos vintage y una configuración MIDI que alimentaba parlantes Marshall. “Era el mejor sonido que había escuchado en mi vida”, dice.
Además, Lynne desarrolla su propia línea de guitarras personalizadas. Utilizan una sola pieza de madera sólida, sin cámaras ni pino, y aplican tintes de cuero y aceite Tru Oil en lugar de pintura o lacas, lo que, según él, mejora el sustain y deja “respirar” al instrumento. “Si quieres sustain, vas a tener que cargar con algo pesado”, bromea.
Lynne cuestiona el modelo actual de streaming, donde los ingresos para artistas independientes son escasos. “Hay muchos tributo bands porque no hay incentivo para crear música original. Pero el arte encuentra la forma de salir, como una hierba que rompe el concreto”, sostiene.
También elogia plataformas como YouTube y TikTok, que han erosionado el poder de los “guardianes del gusto” en la industria. Para los músicos jóvenes, su consejo es claro: “No compites con nadie. Crea por el arte, no por el resultado. Cree en ti. Toca tu propio camino. Y practica. Mucho”.
A sus más de 50 años, Rockie Lynne no piensa frenar. Tiene seis álbumes, giras internacionales, un documental titulado Where I Belong y una misión clara: “Solo quiero ser mejor compositor. Este es el trabajo que haría gratis, y aún me emociona cada día”.