
La historia de un hallazgo inusual comenzó en el astillero de Cleveland a finales de agosto de 2024, cuando el equipo del buque de investigación de los Grandes Lagos, el R/V Blue Heron, se topó con un enigma al inspeccionar el eje del timón: una sustancia negra y viscosa rezumaba del mecanismo, sin explicación clara a la vista.
El primer contacto con este “pegote” dejó perplejos a los supervisores navales. El eje, en teoría, solo debía lubricarse con agua del lago, sin rastros de aceites ni grasas industriales. No obstante, el misterioso material, sin el característico olor a petróleo, presentaba un aroma metálico y características que desafiaban los ensayos informales a bordo: no dejaba residuos brillantes en el agua ni ardía bajo el fuego.
Optando por un enfoque científico, Doug Ricketts, Superintendente Marino del Large Lakes Observatory de la Universidad de Minnesota en Duluth, entregó el compuesto a los especialistas universitarios. La muestra, etiquetada de manera improvisada como “ship goo” (pegote del barco), llegó en un vaso de papel, dando inicio a una investigación que arrojó más preguntas que respuestas pero también un descubrimiento inesperado: dentro del “alquitrán” del barco habitaban organismos nunca antes catalogados.

Cody Sheik, ecólogo microbiano en la misma casa de estudios, explicó a Popular Science que en un principio dudó que la sustancia revelara algo importante. Delegó el análisis de ADN a un estudiante de posgrado, esperando encontrar únicamente contaminación de laboratorio.
Pero la secuenciación genética arrojó resultados sorprendentes: una porción significativa de los códigos genéticos resultó completamente novedosa. “Muchos de los resultados eran realmente nuevos. Pensé: ‘Oh, oh no, esto es otra historia’”, relató Sheik.
La segunda batería de pruebas consistió en examinar genomas completos presentes en la muestra. Los análisis confirmaron que, aunque la diversidad de microbios en el compuesto era limitada, estos resultaban únicos en su tipo. El equipo de Sheik logró reconstruir los genomas de más de veinte microorganismos y, al compararlos con bases de datos globales, identificaron varios tipos de arqueas —un dominio de vida unicelular distinto a las bacterias por la composición de su membrana celular— no descritos hasta la fecha.
Entre estos hallazgos destaca ShipGoo01, el nombre provisional de un microbio que representa no solo una nueva especie, sino un orden completamente desconocido de arquea. Adicionalmente, otro microbio bautizado especulativamente como ShipGoo002 podría pertenecer a un nuevo filo bacteriano. Según Popular Science, otros ejemplares pueden llegar a ser géneros o familias aún no reconocidas por la ciencia.
Los análisis genéticos demostraron peculiaridades funcionales: ShipGoo01 aparenta desarrollarse en ambientes libres de oxígeno, mientras otras variedades consumen oxígeno rápidamente, generando una dinámica posiblemente simbiótica en el entorno cerrado del eje del timón.
La mayoría de los microorganismos identificados muestran similitudes con los que prosperan en lugares como pozos petroleros, depósitos de alquitrán y otros sistemas ricos en hidrocarburos. Algunos relacionan su origen genético hasta lugares tan lejanos como Alemania, una circunstancia desconcertante dada la historia y el entorno del barco.
“Ha sido bastante divertido intentar averiguar de dónde proviene y por qué está en el sistema de timón. Se está volviendo bastante desconcertante”, afirmó Sheik durante su entrevista con Popular Science.
La duda sobre cómo y por qué residen estos microbios dentro del mecanismo persiste. Como indicó el capitán Rual Lee y Doug Ricketts a la revista, el R/V Blue Heron fue adquirido por la universidad en 1997, por lo que existe la posibilidad de que antiguos dueños aplicaran lubricantes derivados de petróleo.
Sin embargo, dado que estas bacterias suelen requerir un suministro constante de compuestos para subsistir, su persistencia parece inexplicable tras más de 25 años sin mantenimiento con aceites. Los científicos especulan con alternativas, desde la alimentación a partir del propio metal hasta el aporte de materia orgánica del agua del lago, aunque ninguna hipótesis se confirma.
La investigación avanza como un rompecabezas sin imagen de referencia. Sheik anticipa que una futura caracterización química más precisa, con el uso de isótopos para rastrear el origen de átomos de carbono y nitrógeno, podría arrojar luz sobre el ecosistema del “ship goo”.
Anhelan publicar sus hallazgos en una revista científica revisada por pares una vez que completen las piezas faltantes del fenómeno.

A pesar del carácter singular de este hallazgo, Ricketts manifestó al medio la posibilidad de que otros barcos también alberguen ecosistemas microbianos inéditos en sus estructuras. De todas las áreas de un navío, la aparición de vida inédita en el posterior mecanismo de dirección es excepcional. Para los investigadores, esto reafirma la omnipresencia de los microbios y el potencial de encontrar nuevas formas de vida en lugares insospechados.
Sin embargo, el futuro de estos estudios enfrenta retos económicos. Como detalló Sheik a Popular Science, la continuidad de su laboratorio depende del dinero de los contribuyentes y recursos cuya disponibilidad es incierta.
El temor no es solo perder la oportunidad de entender plenamente el caso de ShipGoo01, sino también privarse de descubrimientos que en el pasado han sido fuentes clave para la innovación, desde el manejo de residuos hasta el desarrollo de medicamentos fundamentales.
A juicio de Sheik, la reducción de recursos amenaza con frenar la investigación primaria y con ella, los avances asociados a la exploración de la biodiversidad microbiana.
“Ahora mismo nos encontramos en una situación extraña, donde luchamos por mantener nuestros laboratorios abiertos”, lamentó.