
Nueva York destaca como uno de los epicentros mundiales de la vida nocturna. La ciudad despliega una oferta inagotable de bares capaces de atraer tanto a locales como a visitantes en busca de experiencias que combinan diseño, innovación y un ambiente vibrante. En sus barrios, conviven desde espacios que rinden homenaje a la tradición coctelera hasta propuestas que apuestan por la originalidad y el riesgo.
En este contexto, la revista Condé Nast Traveler seleccionó sus bares favoritos en la ciudad, un listado que refleja la diversidad y el pulso creativo neoyorquino. Cada uno aporta su sello propio, ya sea por su atmósfera, la creatividad en la barra o la calidad de su carta, y juntos conforman una guía imprescindible para quienes deseen explorar lo mejor de la coctelería y la cultura del buen beber en la emblemática urbe.

Este bar en East Village propone una experiencia cercana y descontracturada, con dos ambientes, The Living Room y The Kitchen, Table que invitan tanto a la conversación espontánea como al cruce de desconocidos.
El menú desafía los cánones clásicos, ya que apuesta por combinaciones poco vistas como parmesano en tragos a base de fresa o bourbon con avena. El clima alegre se refleja en los tragos y en platos sencillos que acompañan sin eclipsar a la barra.

Midnight Blue combina jazz en vivo con la hospitalidad de los bares japoneses. Allí, los shows musicales reúnen a un público variado, desde fanáticos del jazz hasta comensales tras un día largo.
La barra es el corazón del lugar: permite apreciar de cerca a los bartenders mientras despliegan técnica y conversación en paralelo. La ausencia de reservas y el recibimiento a todos refuerzan el espíritu abierto de este rincón en Gramercy Park.

Paradise Lost traslada a los visitantes a un universo estético excesivo y casi teatral, donde la colorida temática tiki y los objetos extravagantes marcan el ritmo.
Los cocteles, tanto en versiones tradicionales como en invenciones propias, desafían las expectativas y aparecen acompañados de presentaciones inusuales, como frutas flameantes. Hasta los baños guardan bromas visuales, lo que afianza su reputación como lugar lúdico y provocador.

El Lobby Bar recupera la bohemia del legendario Hotel Chelsea, vistiendo su espacio con detalles que remiten al glamour neoyorquino de otra época: mosaicos color mostaza, lámparas colgantes y sofás mullidos.
A la carta, la variedad de cocteles sorprende tanto por los guiños históricos como por el uso de ingredientes originales. Resulta habitual compartir barra con visitantes y vecinos atraídos por la autenticidad del ambiente y la excelencia en la preparación.

En Sugar Monk, cada visita es casi un viaje al pasado, donde la iluminación tenue y mesas pequeñas recrean la intimidad de los clubes de jazz de Harlem. La carta de cocteles sigue una lógica de experimentación controlada: infusiones caseras, destilados propios y hierbas poco convencionales.
Se presenta como un refugio para quienes ansían una conversación pausada y una bebida desafiante, en un entorno que celebra lo artístico.

El diseño del arquitecto Martin Brudnizki le da al Portrait Bar un aire sofisticado sin caer en la rigidez. Los retratos en las paredes, fieles al nombre del establecimiento, marcan el pulso visual, mientras en las copas se suceden cocteles que traen renombres e ingredientes de distintas latitudes, del yuzu japonés a la calamansi filipina.
El ambiente reservado facilita desde encuentros relajados hasta ceremonias en pareja, conjugando precisa calidez y destellos cosmopolitas.

En este listening bar de Greenpoint, el ambiente se regula al compás de vinilos y tragos con inspiración nipona. La selección musical importa tanto como la precisión detrás de la barra; el público alterna audiófilos y curiosos que buscan algo lejos del bullicio habitual de Nueva York.
Los tragos, con gin japonés, licor de ciruela o especias orientales, acompañan bocados que huyen de la pretensión y abrazan la coherencia con la propuesta sonora.

A más de 60 pisos sobre el nivel de la calle, Overstory fusiona vistas de postal con una coctelería que cruza escuela clásica y destellos de experimentación.
Detalles como el uso de clarificados, infusiones inusuales y nombres sugerentes distinguen la carta de bebidas. La atmósfera extiende la sensación de exclusividad: cada visita se convierte en una celebración suspendida en lo alto de Manhattan.

Con estética Art Deco y entorno vibrante, Le Rock introduce un aire renovador en Rockefeller Center. La barra convoca a devotos de la mixología y amantes del vino, quienes encuentran una selección de 200 etiquetas y tragos que reinterpretan los clásicos franceses con guiños contemporáneos.
La clientela se mezcla en un clima animado que invita tanto al brindis casual como a cenas prolongadas en plena Midtown.

Aldo Sohm Wine Bar esquiva la solemnidad de las cavas formales para proponer un espacio relajado, moderno y generoso en opciones. El eje pasa por la amplitud de la carta y la posibilidad de degustar etiquetas raras y joyas emergentes en un marco sin pretensiones. La atención personalizada ayuda a descifrar la carta y convierte el descubrimiento de nuevos vinos en una experiencia dinámica y social.