
Durante al menos siete días consecutivos, el incendio Dragon Bravo en el borde norte del Gran Cañón ha generado pirocúmulos, conocidas como “nubes de fuego”, un fenómeno atmosférico que solo aparece cuando el calor de un incendio alcanza tal intensidad que obliga al aire a ascender de forma abrupta, condensando la humedad y formando nubes propias.
Este tipo de actividad, según explicó la oficial de información sobre incendios Lisa Jennings, puede incluso derivar en la formación de pirocumulonimbos, capaces de producir rayos, ráfagas de viento y, en ocasiones, tornados, lo que incrementa el riesgo de que se inicien nuevos focos o se reactiven áreas previamente controladas.
En este contexto, el incendio Dragon Bravo no solo ha devastado el paisaje, sino que ha alterado el equilibrio meteorológico local, complicando aún más las labores de contención.

La emergencia, que comenzó el 4 de julio tras el impacto de un rayo, se ha transformado en el mayor incendio activo de los 48 estados contiguos de Estados Unidos, según el Centro Nacional Interagencial de Incendios.
Hasta la mañana del viernes, el fuego había consumido cerca de 45.325 hectáreas, una superficie que triplica el área de Washington, D.C..
El avance del incendio ha sido tan rápido que, desde el domingo anterior, duplicó su extensión, pasando de 20.234 hectáreas a superar la barrera de los 40.468 hectáreas, lo que lo clasifica como un “megaincendio”, una categoría reservada para los fuegos que superan esa magnitud y que, aunque representan solo el 3% de los incendios forestales, concentran la mayor parte de la superficie quemada anualmente en el país.

El calor extremo, la sequedad del aire y los vientos racheados han propiciado un crecimiento explosivo del incendio, revirtiendo los avances logrados por los equipos de bomberos.
El informe de incendios del jueves, citado por The Associated Press, subrayó que la vegetación y la maleza en la zona alcanzaron niveles de sequedad superiores a los de la madera secada al horno, lo que facilitó que el fuego se propagara con una velocidad inusitada.
El propio jefe de sección de Gestión de Incidentes del Área Suroeste, Craig Daugherty, reconoció que, aunque se han logrado controlar algunos sectores, las áreas más problemáticas se concentran en el límite norte y en una franja del suroeste, donde el fuego sigue avanzando.

El incendio arrasó el histórico Grand Canyon Lodge en North Rim a mediados de julio y destruyó al menos 70 estructuras adicionales, entre ellas cabañas y un centro de visitantes. La estrategia inicial de los bomberos, que optaron por una quema controlada en lugar de extinguir el fuego de inmediato, no logró frenar la expansión, y el incendio se descontroló aproximadamente una semana después de su inicio.
La contención del incendio ha fluctuado en función de las condiciones climáticas. El pasado fin de semana, el nivel de control alcanzó un máximo del 26%, pero el empeoramiento del clima redujo esa cifra al 8% el viernes, según el Centro Nacional Interagencial de Incendios. L
as previsiones no son alentadoras: una alerta de calor extremo se mantendrá vigente hasta el martes, y se esperan ráfagas de viento de entre 32 y 40 km/h durante el fin de semana, con incrementos de hasta 48 km/h a comienzos de la próxima semana. Aunque existe una ligera posibilidad de lluvias y tormentas eléctricas, cualquier beneficio potencial podría verse anulado por la aparición de nuevos rayos o ráfagas que aviven el fuego.
La temporada de incendios forestales en Estados Unidos está lejos de concluir. El Centro Nacional Interinstitucional de Bomberos advirtió el viernes que el país se encuentra “en pleno verano y en pleno año de incendios”, y los pronósticos indican que el oeste seguirá siendo el principal foco de atención al menos hasta septiembre.