El caso de la nena que se atrincheró con un arma en la escuela: por qué representa una deuda con la infancia

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La salud mental llega aLa salud mental llega a las aulas en forma de falta de atención, tristeza y aburrimiento mientras crecen los riesgos digitales como el bullying y el grooming (Imagen Ilustrativa Infobae)

Durante décadas se habló de la escuela como “el segundo hogar”. Esa idea se fue desdibujando a medida que se debilitó el reconocimiento de su función social y afectiva. No es que los niños y niñas la sientan menos como un espacio de pertenencia. El problema es que los docentes, desbordados por múltiples cargos y exigencias, agotados por sostener lo imposible y enfrentando un progresivo desprecio hacia el saber que transmiten y hacia su lugar de sostén emocional, encuentran cada vez más difícil abrazar todo lo que ese lema prometía, aunque muchos lo intentan con enorme esfuerzo.

Una niña de 14 años armada, atrincherada en una escuela de Mendoza. Dos disparos al aire y un patio convertido en escenario de terror. No es una noticia policial más: es un espejo doloroso de lo que estamos dejando crecer como sociedad. La fragilidad de la salud mental adolescente, la ausencia de escucha y de contención, la falta de protocolos y la soledad de docentes y directivos se concentraron en esa escena. El aula se transformó en trinchera, y lo que quedó expuesto es que el pacto educativo y democrático está fallando.

El miércoles lo vimos con crudeza en Mendoza: una niña de 14 años se atrincheró armada dentro de una escuela. Cinco horas de desesperación. Es la manifestación de un dolor inmenso que no encontró escucha a tiempo. Como señalamos varios especialistas, detrás de estas escenas hay un patrón común: vulnerabilidad emocional, posible bullying, ausencia de contención y armas familiares al alcance.

El suicidio es la segundaEl suicidio es la segunda causa de muerte en la adolescencia y una de cada cinco mujeres es agredida sexualmente antes de los 18 años (Imagen Ilustrativa Infobae)

Los actos de violencia hacia otros y los intentos de autolesión comparten la misma raíz de desesperación y soledad. No es casual que el suicidio sea hoy la segunda causa de muerte en la adolescencia. La escuela termina convertida en escenario de desesperación porque faltaron dispositivos de salud mental, protocolos claros y, sobre todo, un sistema de salvaguarda infantil que unifique criterios de protección y prevención. Cuando el aula se transforma en trinchera, lo que fracasa no es solo la seguridad: fracasa el pacto educativo y democrático.

Cuando hechos tan extremos nos sacuden también dejan al descubierto las batallas silenciosas que se libran todos los días en las aulas.

En estos meses me reuní con muchas maestras y escuché un temor que se repite: cuando activan un protocolo de protección, el problema suele volverse contra ellas. Son increpadas por familias, cuestionadas por colegas o incluso agredidas por sus propios alumnos. El sistema las deja solas y la violencia avanza, voraz, corriendo los límites cada día un poco más.

El clima escolar hostil yEl clima escolar hostil y la soledad de los docentes dificultan el sostenimiento de la función social y emocional de la escuela (Imagen ilustrativa Infobae)

Los memes, videos y frases que circulan lo dicen sin eufemismos: las maestras y directivos están siendo acorralados, y en esa intemperie quedan tan vulnerables como los niños y niñas a los que deberían enseñar y proteger.

Ayer, mientras estaba en un programa de televisión reflexionando sobre este tema, la mamá de una de las nena agredidas que estaba en la escuela contó que la niña había planeado llevar el arma para asustar, amedrentar, pero sin balas. Algo cambió en el camino. Esa deriva muestra lo fina que es la línea entre la amenaza simbólica y el pasaje al acto. Pero sobre todo muestra como falla las alarmastempranas.

La falta de escucha en casa, las violencias cotidianas, los límites difusos y la sobrecarga de madres y padres absorbidos por la urgencia de sobrevivir dejan a los niños más vulnerables y a los docentes más sobrecargados. La escuela se transforma así en el lugar donde confluyen todos los desamparos.

La sobrecarga de familias yLa sobrecarga de familias y la falta de acompañamiento dejan a los niños más vulnerables y a los docentes expuestos a múltiples exigencias (Imagen ilustrativa Infobae)

Sabemos que cuando hay buen clima institucional, docentes formados, directivos con experiencia y más horas de clase, la diferencia es enorme. Pero aun así, la mitad de los niños y niñas en Argentina crece sin un sostén adecuado para su desarrollo emocional, y ese vacío recae casi sin mediaciones sobre las aulas. Allí, quienes deberían enseñar terminan también conteniendo, orientando, cuidando.

Lo vi con claridad en Chaco, invitada a las Jornadas Nacionales y Provinciales de Bibliotecarios. Casi 400 personas de todo el país participaron en un encuentro organizado por docentes que, vendiendo tortas y armando bingos, sostuvieron con esfuerzo comunitario un espacio de formación imprescindible.

Allí descubrí algo que debería multiplicarse en todo el país: bibliotecas convertidas en nodos comunitarios, capaces de sostener subjetividades. En la Biblioteca Mariano Moreno, por ejemplo, funciona la Biciteca, que lleva cuentos y personajes confeccionados en talleres de costura a barrios y escuelas. Son refugios de lectura y de cuidado, lugares donde un dibujo, un telar o una canción se vuelven lenguajes de reparación y de salvataje.

No es fácil estar o sentirse solo en la infancia, y la posibilidad de que exista un adulto que acompañe es abismal: marca la diferencia entre salud y enfermedad. Y también detiene el pasaje al acto. Ese concepto, trabajado por el psicoanálisis, refiere a la acción impulsiva y violenta que pone en peligro la propia vida y rompe con la escena social.

La existencia de adultos queLa existencia de adultos que acompañan durante la infancia marca la diferencia entre salud y enfermedad emocional en las etapas tempranas (Imagen Ilustrativa Infobae)

A diferencia del acting out, que es una acción simbólica destinada a un otro, en el pasaje al acto el sujeto se identifica con un puro objeto, cayendo fuera de la red de lo simbólico y perdiendo toda capacidad de simbolización. Actos como el suicidio, las automutilaciones o las imitaciones criminales (como las llama el criminólogo argentino Raúl Torre) pueden considerarse pasajes al acto, ya que implican una caida del campo del otro a través de un acto irreversible.

Hablar de educación es hablar de salud mental. Los gabinetes escolares, los clubes de barrio, las sociedades de fomento y las bibliotecas son parte de la red protectora que necesita la infancia. Sin embargo, el debate político suele reducirse a cifras del PBI o a preguntas retóricas, lejos de los territorios donde crecen los niños y niñas, y sin participación de ellos en las decisiones que los involucran.

Por eso resulta urgente una capacitación permanente y transversal para todos: docentes, directivos, familias y comunidades, sostenida por políticas públicas que respalden y fortalezcan a quienes educan.

Invertir en educación y en salud mental, que no puede disociarse, como ya está demostrado no es un lujo: es una decisión política y ética sobre el lugar que le damos a la infancia en nuestro proyecto de país.

La joven de 14 añosLa joven de 14 años armada ingresando a la escuela

Cada recurso negado golpea la subjetividad de millones. Cada niño o niña que queda fuera de la escuela —porque no tiene conectividad, porque debe caminar kilómetros, porque es migrante o tiene una discapacidad— es víctima de una falla grave de la democracia y de los derechos de la infancia. Y también lo son quienes, aun estando dentro de la escuela, quedan atrapados en violencias silenciosas que los desbordan: maltrato, bullying, abusos, la desesperación que puede estallar de muchas formas y cuando menos lo esperamos.

La cuestión no es cuánto cuesta educar ni invertir en salud mental, sino cuánto nos cuesta no hacerlo: más violencia, más exclusión, más generaciones sin sostén para su desarrollo emocional, su plan de vida, ni para su futuro colectivo.

Educar también es cuidar. Y un país que no lo entienda así condena a sus infancias a crecer sin proteccion.

* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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