Guillermo Brown gritaba de dolor, pero por nada del mundo quiso bajar a su recámara para que le atendiesen su pierna fracturada a causa del retroceso de un cañón. Le ordenó al cirujano Bernardo Campbell que le hiciese las curaciones ahí mismo, en cubierta, en medio del fuego enemigo. Quería seguir dirigiendo el combate contra la flota española. A regañadientes Campbell, que llevaba consigo género de hilo, trapos para compresas y bálsamo de copaiba -para tratar heridas- le entablilló la pierna.
Estaban frente a Montevideo y el marino irlandés sabía que eran momentos decisivos de una pelea que había comenzado tres días atrás, y no iba a dejar que se le escapase la victoria.

Una vez producido el 25 de mayo de 1810, Montevideo -que no se había subido a la ola revolucionaria- era un enclave naval español en el Río de la Plata. A partir de 1812 se implementó un bloqueo terrestre y desde abril de 1814 se aplicó uno por el río. La ciudad quedó aislada. Ningún barco entraba o salía y hasta los pescadores que se aventuraban a salir, corrían el riesgo de recibir el fuego de la flota sitiadora.
El bloqueo cumplía dos objetivos: rendir la plaza para que no fuera usada por una hipotética flota que España pudiera enviar y evitar que José Artigas les ganase de mano y ocupase antes la ciudad.
La intención de Guillermo Brown, en mayo de 1814, fue provocar un combate con la fuerza naval realista lo más alejado posible de Montevideo, donde sus pobladores se agolparon en la costa y en los techos para seguir las alternativas de la batalla.

El mes anterior el catalán Gaspar de Vigodet, último gobernador colonial español del Río de la Plata, había convocado a una junta de guerra para arbitrar un plan para terminar con el bloqueo a la ciudad. Disponían de más barcos y mejor armados que la escuadra que se había formado a los ponchazos en Buenos Aires, tripulada por hombres, muchos de ellos reclutados, de diversos regimientos. Hasta la Hércules, la nave insignia, lucía parches de cueros de vaca que tapaban los agujeros de bala, recuerdos del combate de Martín García. Vigodet describió a los buques enemigos como “ de cascos sencillos como construidos por mercantones”.
Pero Vigodet no la tenía fácil. Tenía problemas de reclutamiento ya que los pobladores de Montevideo, poco convencidos del éxito español, cansados del bloqueo, algunos miraban con simpatía la revolución de Buenos Aires, otros seguían a Artigas, y le esquivaban el bulto a la leva. Muchos de los que incorporaban nunca habían navegado y no había tiempo para instruirlos.

Brown y su escuadra, que había zarpado del puerto de Buenos Aires para su campaña el 7 de marzo, se situó frente al puerto. Su estrategia fue la de interponerse entre el puerto y los buques enemigos y atacarlos. Estaba frente a la pequeña bahía del Puerto del Buceo, el lugar que los invasores ingleses al mando de Samuel Auchmuty habían elegido para desembarcar en 1807.
Las fuerzas de Brown estaban compuestas por la fragata Hércules; las corbetas Céfiro, Belfast, Agradable y Halcón; el bergantín Nancy; las sumacas Itatí y Trinidad; las goletas Esperanza, Juliet y Fortuna; la balandra Carmen y la cañonera Americana. Más tarde se agregarían los faluchos San Martín y San Luis.
Al mando de la escuadra española el capitán de navío Miguel de la Sierra, comandante del Apostadero de Montevideo. Había llegado en 1811 trayendo de España a Francisco Javier de Elío, el último virrey designado para las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Contaba con el queche Hiena, con las corbetas Mercurio, Neptuno y Mercedes; la goleta Paloma; los bergantines San José y Cisne; la balandra Potrera; el lugre San Carlos y el falucho Fama.

La acción se desarrolló a unas diez millas náuticas al este del puerto de Montevideo. Brown quería que fuera lejos del alcance de los 175 cañones con los que contaba la ciudad para la defensa. El día 14 el almirante enfiló hacia la isla de Flores y los españoles lo siguieron durante dos horas, cayendo en su trampa, gracias a la habilidad de los marineros y a la ligereza de los buques. Cuando Brown consideró que estaban lo suficientemente lejos del puerto, los buques patriotas dieron la vuelta y se desató un violento intercambio de metralla por cerca de media hora y ambas flotas se alejaron.
Sin embargo, la balandra española La Podrida logró apresar al falucho patriota San Luis y a dos pequeñas embarcaciones. Sus tripulaciones se arrojaron al agua y murió ahogado el subteniente Nicolás Picón, que estaba herido. Ese día terminó sin un claro vencedor.
Al día siguiente, el mal tiempo impidió llevar adelante cualquier acción. A la una de la tarde, ambas flotas fondearon. El 16, gracias al viento que lo favorecía, Brown dio la orden de perseguir al enemigo, pero al mediodía el viento amainó y fue necesario el auxilio de lanchas para el remolque.

Por la tarde con el tiempo mejorado el jefe patriota, que había abordado la sumaca Itatí -ligera y ágil para maniobrar- armada con 18 cañones, encabezó el ataque sobre un bergantín español que se había retrasado. Ahi fue cuando Brown fue herido en una pierna.
La Hércules apuntó su fuego contra los buques que estaban en retaguardia, provocando la rendición del San José, Neptuno y Paloma. El resto de los buques enemigos, amparados por la noche, huyeron hacia el puerto, siendo perseguidos por la Hércules que llegó tan cerca de la costa que quedó a tiro de las baterías.
El bergantín Cisne, la balandra de Castro y una goleta, al ver que no podían llegar a puerto, se internaron en una bahía e incendiaron dos embarcaciones, y sus tripulaciones huyeron hacia el cerro de Montevideo.
En la mañana del 17 todo había terminado. Al ingresar Brown a la rada de Montevideo, disparó 25 cañonazos. Carlos María de Alvear, que ese día asumió el mando de las tropas sitiadoras de la ciudad, anunció que “el sol y la victoria se presentaron a un mismo tiempo en este memorable día”.
El 19, a las seis y media de la tarde los repiques de campana en Buenos Aires anunciaron la victoria; la buena nueva la había llevado la goleta Itatí.
El 23 Brown entró al puerto de Buenos Aires, con tres barcos capturados y con 417 prisioneros, entre ellos 33 oficiales. Había dejado al mando del bloqueo a Oliverio Russell. Al día siguiente, arribaron los barcos patriotas. Habían capturado una enorme cantidad de armas, municiones y cañones.
El bloqueo continuó con el Belfast, la Zephir, Juliet y la corbeta Halcón hasta que el 23 de junio Montevideo se rindió. El 6 de julio, recién cuando supo que la ciudad había caído, hizo lo propio el experimentado marino Jacinto de Romarate, quien se trasladó a Río de Janeiro y regresó a España.
Luego de esta victoria, Brown recibió el grado de almirante.
Desde Cuyo, José de San Martín dijo que el triunfo de Brown había sido lo más grande que hasta entonces había logrado la revolución iniciada en 1810. Fue el fin del predominio español de las aguas del Río de la Plata.
Desde 1960, se instituyó el 17 de mayo como el Día de la Armada y evoca una de las tantas hazañas de ese genial irlandés que quedaría rengo de por vida por esa fractura que se hizo tratar en medio del combate.
Fuentes: Historia Naval Argentina, de Teodoro Caillet-Bois; Guillermo Brown. Biografía de un almirante, de Felipe Bosch; Guillermo Brown, de Guillermo Oyarzábal.