El delfín en su laberinto

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Yamandú Orsi (REUTERS/Martin Varela Umpierrez)Yamandú Orsi (REUTERS/Martin Varela Umpierrez)

Todo arrancó con la selección de un “delfín” elegido por José “Pepe” Mujica en la etapa final de su existencia (Mujica devino en el ocaso de su vida en referencia política en la flaca escena regional de la América del Sur contemporánea). La historia cuenta que el heredero al trono era el hijo mayor del rey para así continuar con el legado en la Francia monárquica. Así nació el “delfín”. De esa forma, -cual reinado europeo- en el modesto y pequeño Uruguay se formalizó la designación de Yamandú Orsi, a ojos vista de todos sus compañeros -miembros de la corte, su histórico grupo el Movimiento de Participación Popular (MPP) corazón actual del Frente Amplio. Una escena bucólica si no fuera porque era exactamente lo contrario.

No hay presidente uruguayo que no haya labrado su peripecia propia navegando a contracorriente y blandiendo espadas retóricas a tambor batiente. Parte de la magia de la política uruguaya es que se la considera hiper civilizada pero debajo de ese manto de mesura y corrección, corren ríos de tensión y golpes duros para alcanzar el podio. De afuera, se observa a los uruguayos con prolijidad, afinando la lupa se advierte un escenario “carnívoro” como casi todos en los que se disputa el poder.

Julio Sanguinetti anhelaba ver a Enrique Tarigo su primer vicepresidente y a Luis Hierro -en su segunda presidencia en cuanto ministro del Interior- como sus sucesores, ambos perdieron; Luis Alberto Lacalle a su ministro del Interior Juan Andrés Ramírez también perdió; Jorge Batlle soñó con Alejandro Atchugarry su ministro de Economía, un rato, y posteriormente impulsó a Guillermo Stirling -el ministro del Interior de su gobierno- quien también perdió; Tabaré Vazquez no quería a nadie que le hiciera sombra, menos a José Mujica que venía como tromba y solo Danilo Astori soñaba consigo mismo, sin embargo nunca tuvo la unción del oncólogo afamado; José Mujica, asimismo, llegó a contra corriente de Tabaré y siendo presidente él mismo no tuvo tampoco opción: Tabaré era el Mesías que retornaba aunque no lo quisiera; y finalmente, Luis Lacalle Pou hizo lo que estuvo a su alcance para ayudar a Álvaro Delgado, su secretario de la Presidencia. Historia neta.

Todos los presidentes, -repito- todos ellos, desde la restauración democrática desde 1985 hasta el 2025, intentaron impulsar un delfín de forma más o menos explícita. No llegó ningún delfín al poder. Ninguno. Y fueron más de 40 años de democracia luego de la dictadura. Irrefutable lo consignado.

Entonces, en este mundo maquillado, de cierta paz en la política uruguaya como referencia modélica en el continente (claro, comparado con lo que se advierte en la región, los uruguayos parecen Sócrates y Platón caminando por Grecia hablando sobre las sombras de la Caverna) Yamandú Orsi llega en cuanto “delfín” a la presidencia con la corona “peperil”. Sin peleas internas urticantes en la izquierda (lo de la elección interna del Frente Amplio entre él y Carolina Cosse fue una performance con resultado cantado) casi que silbando bajito en un acto feliz (para él) y en una situación peculiar donde el poder de los ex guerrilleros (hoy devenidos en sector dominante dentro de la coalición de izquierdas) mutó a grupo poderoso, quizás el más poderoso de las últimas décadas. Grupo político con patologías prebendarias, mística setentista, aparato militante de a pie al viejo estilo (sí, con mate en la mano y móvil telefónico en la otra) pero con goce y deleite en el juego del poder de sus elites. Aún no se ha leído un ensayo esclarecedor sobre tan relevante resultado de un grupo político que hace unas décadas tenía sus padres fundadores en la revolución (y en la subversión ante las instituciones democráticas) y hoy son la quinta esencia de la política profesional. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

José Mujica junto a YamandúJosé Mujica junto a Yamandú Orsi (@OrsiYamandu/Archivo)

Resulta, por lo menos curioso, como gente que tiene origen en una épica revolucionaria, asume esta nueva actitud ante lo político. Sí, a no dudarlo, los “emepepistas” actuales son los colorados del siglo pasado en Uruguay y se constituyeron en un ente todo poderoso que ama el Estado en su construcción de Gran Hermano que todo lo puede. No son baratos, eso sí, son la nueva “casta” oriental en términos “mileísticos”. Habrá que verlos ahora gobernar.

Yamandú Orsi es canario (dícese así de los que provienen del departamento lindante con Montevideo, atento a que los originarios de esa región eran quienes venían de las Islas Canarias). Tiene todo lo bueno y lo malo de los canarios (sin prejuicios, no seamos necios estamos razonando). Lo bueno: pícaro, hábil, ni del interior profundo, ni de la urbe, con lo que se ubica entre esas dos dimensiones capturando algo de esas dos identidades (Pepe Mujica y Lucía Topolansky -la madrina de Delfos- sabían eso de memoria y fue así que montaron durante años el operativo succionador de voluntades hacia adentro del país con el perfil de Yamandú Orsi como estrella rutilante; Montevideo es una capital de izquierda asumida así por una inercia cultural propia de las ciudades concentradas, con cierta capacidad de encauzar “el enojo o la rebeldía contra el mundo” como arma vital que retroalimenta la propia izquierda, con lo que el voto allí siempre es rehén de quien seleccionen como portaestandarte).

El novel presidente no actúa rápido, ni pretende hacerlo. Se toma su tiempo para todo (¿algo bastante uruguayo quizás?), no cree en demasía en todos los que lo rodean (lógico, es un inquilino del poder aún y siente que no llegó con credenciales propias sino colectivas). Es frontal, discutidor, desconfiado y algo terco, pero no dogmático y -a diferencia de muchos de sus Generales- no posee un marco ideológico demasiado cerrado.

Lo malo: parece leer poco, no siempre está lo suficientemente informado de la complejidad gubernamental, no busca a los más lúcidos en todo su país y parece creer que la política es un juego de ingeniería (como el que jugó con éxito en su municipio) sin advertir que las guillotinas populares -en el máximo nivel de decisión del Uruguay- son cruentas porque la política (al igual que el fútbol con los entrenadores en las grandes ligas) exige resultados siempre. Está en etapa de aprendiz. Sería deseable que consultara más, que buscara gente más luminosa y que se dejara inundar por aportes partidarios y no partidarios que podrían inocular positivamente el recorrido del bien hacer. Ya quemó sus primeros cien días y las señales son -por lo menos- inquietantes, siendo elegante. Esto también es irrefutable, no se advierte nada que cambie demasiado, en un mundo en crisis no sintonizar el momento desesperante del planeta es perder trenes que están partiendo por todos lados.

Todo arranca, además, por la maldita política de “cuotas” partidarias para ubicar en posiciones claves jugadores en base al resultado electoral. Como el MPP ganó casi todo no siempre estaban los cuadros preparados para semejantes responsabilidades. Nombrar en el ministerio de Vivienda a una dama que poseía un complejo habitacional algo rupestre, pero sin “regularizarlo” atento a las leyes, empezó siendo atroz. Seguir con una autoridad -de rango ministerial- en el área económica con algo parecido, con su bonito domicilio de verano sin regularizar otros aportes legales, también resultó penoso. Y siguen firmas, esos macaneos enlodaron el ambiente. Todas jugadas innecesarias.

Hay más ejemplos de “cringe” gubernamental de gobernantes Orsianos (que volvieron para sus casas) con una izquierda que, justamente, pretende ser moralizante -y más- los sucesores de Mujica que se perfilan en un rol de “Franciscanos” de la política new age, arrancaron con un desprestigio grosero dañando su propia reputación y comprometiendo sus imágenes como los supuestos Savonarolas del poder. Igualmente, la forma de financiación que tiene la política -en el corazón del poder, del MPP hablo- con deducciones a los salarios de sus funcionarios en porcentajes que superan la mitad de lo percibido para volcarlo a la política partidaria, haciendo “caja” con eso, es otro despropósito con los dineros públicos que resulta objetable en un país que tiene la condición de relegar estos temas. En realidad, ese dinero no lo abona el ciudadano para ese fin espurio. Pero no es un asunto ni siquiera analizable en Uruguay. La “corrección” algo cínica uruguaya esconde el polvo debajo de la alfombra y no se nota nada.

Yamandú Orsi, además, está flanqueado por dos poderosos hombres fuertes que tienen ambiciones personales -desde ya- y que están pensando en las elecciones del 2029. Por un lado, el Secretario de la Presidencia Alejandro Sánchez, hijo y heredero putativo de José Mujica y del MPP, a quien en esta oportunidad no se le abrió el arco porque implicaba demasiado riesgo electoral ir con él como candidato en base a su retórica confrontacional y el prosecretario de la Presidencia, un jurista que tiene su origen en la Ficalía General de la Nación donde aprendió las reglas del juego, se escapa solo buscando el gol aplicando ahora movimientos ajedrecísticos en su accionar para acumular poder e influencia. Los dos son protagonistas que van a dar que hablar.

Yamandú Orsi entonces tiene un doble desafío: construir legitimidad presidencial en un espacio de poder interno (dentro de su colectividad en los distintos estamentos) que lo mira de canto sin saber lo que realmente es y, lo propio acontece en su calidad presidencial con la ciudadanía toda que está expectante de resultados. Los uruguayos son bilardistas sin saberlo. Doble desafío para un protagonista que se encontró con una presidencia -sin hacer demasiado esfuerzo- en comparación con lo de sus sucesores. Por algo obvio: él es el único delfín que llegó así, los otros, todos, llegaron a las piñas.

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