
Una sola sesión de ejercicio físico puede marcar una diferencia clave en la lucha contra el cáncer de mama.
Investigaciones recientes de la Universidad Edith Cowan en Australia demostraron que incluso un único entrenamiento, ya sea de resistencia o de intervalos de alta intensidad, puede reducir el crecimiento de células cancerosas en sobrevivientes de esta enfermedad. Este hallazgo refuerza la importancia del ejercicio como parte activa del tratamiento oncológico.
El estudio se enfocó en el impacto inmediato de una sesión de ejercicio en mujeres que habían superado el cáncer de mama.
Los resultados indicaron que, tras el entrenamiento, el cuerpo aumenta la producción de mioquinas, proteínas liberadas por los músculos con propiedades anticancerígenas.
Estas moléculas, al circular en el torrente sanguíneo, lograron ralentizar el crecimiento de células cancerosas entre un 20 y un 30% en pruebas de laboratorio. Este efecto se observó tanto con ejercicios de fuerza como con rutinas de intervalos de alta intensidad, lo que sugiere que diferentes modalidades de actividad física pueden desencadenar respuestas biológicas similares y beneficiosas.

Las mioquinas desempeñan un papel esencial en este proceso. Estas proteínas, generadas durante la contracción muscular, contribuyen a la reparación y crecimiento de tejidos, estimulan la formación de mitocondrias, vasos sanguíneos y neuronas, y regulan el sistema inmunológico y el metabolismo. En el contexto del cáncer, las mioquinas actúan como mensajeros que pueden inhibir la proliferación de células tumorales y fortalecer las defensas del organismo.
Para llegar a estas conclusiones, el equipo liderado por Francesco Bettariga reclutó a 32 sobrevivientes de cáncer de mama, quienes fueron asignadas aleatoriamente a una sesión de entrenamiento de resistencia o de intervalos de alta intensidad.
Se tomaron muestras de sangre antes, inmediatamente después y 30 minutos después del ejercicio. Los análisis revelaron aumentos significativos en los niveles de decorina, interleucina 6 (IL-6) y SPARC, con incrementos que oscilaron entre el 9% y el 47%.
Además, la reducción del crecimiento de células cancerosas MDA-MB-231 alcanzó hasta un 29% tras el entrenamiento, con efectos más pronunciados en el grupo que realizó intervalos de alta intensidad.
Bettariga destacó la relevancia de estos resultados al afirmar que el ejercicio se convirtió en una intervención terapéutica para el tratamiento del cáncer, con abundante evidencia que respalda su seguridad y eficacia como “medicamento”, tanto durante como después del tratamiento oncológico. El investigador también subrayó la necesidad de profundizar en el estudio de los efectos a largo plazo de los niveles elevados de mioquinas, especialmente en relación con la recurrencia del cáncer.

El impacto del ejercicio no se limita a los efectos inmediatos. Investigaciones adicionales del mismo equipo exploraron cómo la mejora de la composición corporal, mediante la reducción de la masa grasa y el aumento de la masa magra, puede disminuir la inflamación crónica. Este factor resulta crucial, ya que la inflamación persistente favorece la progresión tumoral y debilita la función inmunológica, incrementando el riesgo de recurrencia y mortalidad en las sobrevivientes de cáncer de mama.
Bettariga explicó que mejorar la composición corporal aumenta las posibilidades de reducir la inflamación, ya que la masa magra se incrementa y la masa grasa, responsable de liberar marcadores antiinflamatorios y proinflamatorios, disminuye.
El investigador advirtió que las soluciones rápidas para perder peso, como las dietas estrictas sin ejercicio, no ofrecen los mismos beneficios, ya que no contribuyen a preservar la masa muscular ni a estimular la producción de mioquinas.

La evidencia sobre el papel del ejercicio en la oncología no se limita al cáncer de mama. El ensayo CHALLENGE, realizado en Canadá y Reino Unido, ya había evaluado durante más de una década a 889 pacientes con cáncer de colon en estadios avanzados. La mitad de los participantes siguió un programa estructurado de ejercicio aeróbico durante tres años, mientras que el resto recibió solo materiales educativos. Tras ocho años de seguimiento, el grupo activo presentó un 37% menos de riesgo de muerte y un 28% menos de probabilidad de recurrencia o aparición de nuevos tumores.
Kerry Courneya, profesor en la Universidad de Alberta y codirector del ensayo, afirmó que el ejercicio ya no es solo una intervención para mejorar la calidad de vida, sino un tratamiento para el cáncer de colon que debe estar disponible para todos los pacientes. El diseño aleatorizado y controlado del estudio aporta un alto nivel de evidencia, y los especialistas coinciden en que la actividad física debe integrarse de manera sistemática en la atención oncológica.
El programa de ejercicio del ensayo CHALLENGE incluyó caminatas, ciclismo y otras actividades aeróbicas adaptadas a las capacidades de cada persona, con el acompañamiento de kinesiólogos o fisioterapeutas.
En el Reino Unido, Charles Swanton, jefe clínico del Instituto del Cáncer, señaló que el ejercicio ofrece beneficios notables para los pacientes, incluso sin involucrar fármacos. Por su parte, Christopher Booth, de la Universidad Queen’s en Canadá, sostuvo que un programa de ejercicios que incluya un entrenador personal puede reducir el riesgo de cáncer recurrente o nuevo, mejorar el bienestar y aumentar la longevidad.

El funcionamiento de las mioquinas y su impacto en la salud van más allá del control tumoral. Estas proteínas, liberadas durante el ejercicio, estimulan la creación de nuevas células y vasos sanguíneos, regulan el metabolismo y contribuyen a la reparación de tejidos. Además, ayudan a mantener la masa muscular, un aspecto esencial para la recuperación y la prevención de recaídas en pacientes oncológicos.
A pesar de la solidez de la evidencia, la implementación de programas de ejercicio en la atención del cáncer enfrenta desafíos. Muchos centros oncológicos carecen de infraestructura y personal especializado para integrar estas intervenciones. Los expertos insisten en que, al igual que con la quimioterapia, debe existir un sistema que facilite el acceso y la adherencia a la actividad física, adaptando los programas a las necesidades y capacidades de cada paciente.
En la práctica, los especialistas recomiendan realizar entre tres y cuatro sesiones semanales de actividad física moderada, como caminatas de 45 a 60 minutos, ciclismo o natación. La personalización y el acompañamiento profesional resultan clave para lograr una adherencia sostenida y maximizar los beneficios.
La conclusión de los investigadores es contundente: la pérdida de peso sin ejercicio no resulta suficiente para quienes buscan reducir el riesgo de recurrencia del cáncer. Solo la actividad física regular permite preservar y desarrollar la masa muscular, así como estimular la producción de mioquinas, consolidando al ejercicio como un aliado indispensable en la prevención y el tratamiento oncológico.