
La geoingeniería surgió como una de las ideas más debatidas frente al acelerado derretimiento de los glaciares polares, provocado por el calentamiento global. La propuesta de construir barreras bajo el agua para frenar el avance de aguas cálidas hacia los frentes glaciares captó la atención de la comunidad científica, sobre todo en regiones como Groenlandia y la Antártida, donde el retroceso de los glaciares incide fuertemente en el aumento del nivel del mar.
Sin embargo, los posibles impactos colaterales de estos métodos exigen un análisis que vaya más allá de la mera viabilidad técnica o del potencial beneficio en la reducción del riesgo costero. Recientemente, el estudio publicado en la revista AGU Advances puso en primer plano las consecuencias inesperadas que podrían surgir a partir de intervenciones a gran escala en glaciares. Los científicos hicieron particular hincapié en los ecosistemas marinos y la economía pesquera local.
El equipo, liderado por Mark James Hopwood de la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur, advierte que la instalación de barreras artificiales en puntos estratégicos (como el acceso al glaciar Sermeq Kujalleq, uno de los más grandes de Groenlandia) afectaría negativamente la productividad marina regional.
Esto se debe a que el flujo de agua dulce procedente del deshielo glaciar genera una “pluma” de nutrientes que sostiene una importante floración de fitoplancton en la zona de Disko Bay, esencial para la pesca local.

El corte de ese flujo por una barrera artificial reduciría el ascenso de nutrientes a la superficie marina y, por consiguiente, la base de la red trófica. Los autores sostienen que es poco probable que los impactos negativos en las pesquerías regionales de Groenlandia sean socialmente aceptados, dado que muchos habitantes dependen de estos recursos para su subsistencia. Además, el estudio subraya que la interrupción del ciclo natural podría afectar la migración de peces como el halibut de Groenlandia, un recurso clave en la zona.
El análisis se basó en un conjunto de observaciones de campo, modelos físicos a escala de fiordo y conocimiento local sobre el sistema de Sermeq Kujalleq y el fiordo de Ilulissat. Los investigadores utilizaron datos recogidos durante el verano de 2022, combinados con modelos hidrodinámicos que simulan los efectos de modificar la profundidad del umbral submarino natural en la boca del fiordo. Se trata de una elevación del fondo marino que separa el fiordo del mar abierto y regula el intercambio de agua y nutrientes.
Los resultados mostraron que elevar ese umbral, un efecto similar al de una barrera artificial, “restringirá la entrada de calor hacia el término del glaciar y simultáneamente también restringirá la entrada de nutrientes”.
Los experimentos de modelado previstos en el artículo demostraron que una reducción de la profundidad del umbral de 250 metros a 100 metros reduciría a la mitad el flujo estacional de nitrato, principal nutriente para el fitoplancton. La consecuencia directa sería una disminución proporcional de la productividad marina en la región.

Este esquema se completó con entrevistas a pescadores locales sobre las rutas migratorias del halibut, reforzando la idea de que los obstáculos físicos podrían alterar gravemente el ciclo reproductivo de este pez.
La investigación también consideró precedentes en la Antártida, donde dinámicas similares regulan el aporte de hierro, otro nutriente esencial, y el potencial de bloqueo de barreras también suscita preocupaciones ecológicas.
El estudio enfatiza que cualquier propuesta de geoingeniería a gran escala debe integrar desde el inicio una evaluación de impactos sociales y ecológicos. Hopwood y sus colegas afirman que “es necesario considerar en paralelo la viabilidad técnica y social de los conceptos de geoingeniería”, no como un aspecto secundario. Más allá de la incertidumbre sobre la capacidad real de estas barreras para frenar el retroceso glaciar y el aumento del nivel del mar, la evidencia apunta a un alto riesgo de dañar los ecosistemas marinos y las comunidades pesqueras de la región.

El equipo alerta sobre la necesidad de conversar con los actores locales antes de considerar siquiera pruebas piloto, porque el rechazo social puede ser tan determinante como los desafíos técnicos para el éxito o fracaso de estas iniciativas. Concluyen que las intervenciones deberían guiarse por una visión interdisciplinaria, que abarque la física, las ciencias sociales y las preocupaciones de los habitantes cuyas vidas se verían directamente afectadas.
La investigación ofrece así una advertencia sobre la complejidad y las implicancias de manipular sistemas naturales con soluciones de alto impacto, incluso cuando las intenciones sean mitigar riesgos mayores relacionados con la crisis climática.