Cártel y sus hombres se están replegando. Actualmente, su artillería cubre parte del frente de Zaporizhzhia, en Ucrania, y él controla sus cañones desde una casa situada a 8 kilómetros de la línea de contacto. Su equipo, perteneciente a la 128.ª Brigada de Asalto de Montaña, vigila los campos agrícolas marcados por la guerra con drones de reconocimiento, y Cártel ordena ataques cuando se identifica un objetivo. Hasta enero estaban desplegados más cerca del frente, pero la artillería enemiga lo obligó a replegarse hacia zonas más profundas del territorio controlado por Ucrania. Ahora, la saturación de drones enemigos ha ampliado la zona de exterminio, por lo que, según afirma Cártel, “vamos a ir bajo tierra”. Su búnker estará listo a mediados de agosto.
En el este de Ucrania y en la región nororiental de Sumy, los combates son intensos. Hay enfrentamientos diarios a lo largo del frente de Zaporizhzhia, aunque las tropas no detectan preparativos de una nueva ofensiva rusa a gran escala en esa zona. En cuanto a munición, y en marcado contraste con etapas anteriores del conflicto, los soldados ucranianos no se quejan por falta de proyectiles de artillería.
Sin embargo, la naturaleza de la guerra está cambiando, y las fuerzas ucranianas se preparan para adaptarse. La profundización de la zona de exterminio —una franja de hasta 15 kilómetros a cada lado de la línea del frente, en la que los drones hacen extremadamente peligroso cualquier movimiento— está dificultando cada vez más las operaciones. Durante el próximo año, la intensificación del uso de drones de alcance medio añadirá una segunda capa a esa zona de riesgo. Eso pondrá en peligro la logística, la artillería y las concentraciones militares situadas a 60 kilómetros o más del frente. Los drones de alcance medio llenarán el vacío entre los drones de largo alcance —que Ucrania usa para ataques en profundidad y Rusia para bombardear ciudades ucranianas— y los de corto alcance, desplegados en el frente.
El camino de Zaporizhzhia a Oríjiv atraviesa la aldea de Komyshuvakha. Los agricultores están ocupados con la cosecha, y el tránsito militar y civil es constante, a pesar de que las tropas rusas están solo a 18 kilómetros al sur. Los habitantes y los soldados acantonados en el lugar se han habituado tanto al sonido lejano de la artillería que apenas lo notan. Las columnas de humo pueden deberse tanto a posiciones alcanzadas como a agricultores quemando rastrojos. Por ahora, la carretera sigue siendo relativamente segura.
Ser detectado a menos de 2 kilómetros del frente equivale a una sentencia de muerte. El riesgo disminuye con la distancia: los pequeños drones kamikaze tienen un tiempo de vuelo limitado, y cuanto más lejos se desplazan, mayores son las probabilidades de que sean derribados o interferidos electrónicamente.
Los combates en la zona central del frente de Zaporizhzhia se han vuelto esporádicos. No ocurre lo mismo en los extremos del frente. En los últimos días, las fuerzas rusas han logrado avances en Kamianske, al oeste. En el este, su objetivo es rodear la ciudad de Huliapole, un importante nodo logístico. Según Ruslan Mykula, cofundador de Deep State, una plataforma ucraniana que rastrea en línea los movimientos en el frente, el propósito de Rusia es avanzar hacia el norte y tomar el territorio que se extiende hasta el río Konka. Este afluente del Dniéper corre junto a la carretera principal, cerca de Komyshuvakha. Sin embargo, Mykula señala que Rusia no cuenta actualmente con el número de tropas necesarias para ejecutar esa ofensiva. Muchos de los soldados que operaban en esa zona han sido trasladados al frente de Sumy.
En las líneas de contacto, soldados ucranianos afirman que pequeños grupos de tropas rusas, mal entrenadas y peor equipadas, son enviados a misiones suicidas para intentar tomar posiciones. Solo si logran avanzar, unidades mejor preparadas los siguen. Durante meses, los militares ucranianos se han preguntado por qué tantos soldados rusos obedecen esas órdenes, a pesar de que las posibilidades de sobrevivir son mínimas. Pero según Vladyslav Pinchuk, comandante de una unidad de artillería de la 241.ª Brigada, en las últimas semanas ha notado un creciente nivel de reticencia. “No tienen suficientes hombres aquí, y los que tienen carecen de motivación”, explica. Las comunicaciones interceptadas muestran que los soldados no rechazan directamente las órdenes que consideran suicidas, pero buscan ganar tiempo o inventar excusas para evadirlas.
En un campo de trigo, un miembro de la unidad de drones Typhoon, con el alias Tofu, observa las pruebas de cuatro drones Shersh de alcance medio. Tienen una envergadura de 3,5 metros y pueden transportar hasta 8 kilos de explosivos. “Estos son para objetivos grandes, muy importantes”, comenta Tofu. Un solo impacto puede detener un tren, o incluso destruir un tanque. Actualmente, su uso principal es contra artillería rusa. Los blancos típicos se ubican a 50 o 60 kilómetros, aunque pueden volar más lejos, lo que permite operar desde zonas seguras dentro del territorio ucraniano, lejos del frente.
El Shersh vuela a gran altura para evadir los sistemas de guerra electrónica y se lanza en picada contra su objetivo, en lugar de descender gradualmente. Cuenta con un sistema de bloqueo de objetivo, lo que impide que sea interferido en su trayectoria final. Sin embargo, los rusos tienen un modelo equivalente, señala Tofu: el Molniya. Este vuela a baja altitud, es menos preciso y de calidad inferior al Shersh, pero los rusos disponen de una mayor cantidad. A diferencia de los drones kamikaze de corto alcance, relativamente baratos, un Shersh cuesta unos 7.000 euros (8.000 dólares), aproximadamente siete veces más que un Molniya.
Ambos bandos están involucrados en una carrera por desarrollar sistemas de inteligencia artificial aplicados al guiado de drones de alcance medio. En el próximo año, este avance tecnológico podría transformar una vez más el campo de batalla.
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