
La práctica del castigo corporal en escuelas de Estados Unidos experimenta una marcada división regional, a pesar de su prohibición en la mayoría de los estados desde la década de los noventa. Históricamente utilizada como método disciplinario en centros educativos, esta medida persiste legalmente en un número considerable de territorios del sureste, así como en algunos estados del oeste. Organizaciones como Lawyers for Good Government han advertido sobre la pervivencia de casos incluso en aquellas jurisdicciones donde esta sanción física está prohibida por ley.
El informe detalla que estados como Florida, Georgia, Luisiana, Misisipi, Alabama, Texas, Oklahoma, Kansas, Misuri, Tennessee, Kentucky, Carolina del Norte y Carolina del Sur, mantienen regulaciones que permiten a las escuelas recurrir al castigo físico en determinadas circunstancia.
En el oeste, Idaho, Arizona y Wyoming figuran entre los únicos estados con normativas similares. Por el contrario, la prohibición es completa en los estados del noroeste y en la franja de la costa este, incluyendo California, Oregón y Washington, así como buena parte del medio oeste, como Michigan, Minnesota, Iowa, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Nebraska y Montana.
El caso de Florida destaca dentro del grupo de estados que mantienen vigente la medida, ya que, según Newsweek, recientemente ha implementado un requisito de consentimiento por parte de los padres antes de ejecutar cualquier sanción corporal. Esta reforma responde a la demanda social por mayor control de las familias en la educación de sus hijos y a los crecientes cuestionamientos éticos y médicos sobre el impacto de estos castigos.

El desglose por regiones ilustra cómo la cultura y las normas sociales siguen influyendo en las políticas públicas sobre disciplina escolar. Emily Douglas, profesora en el departamento de trabajo social y defensa de la infancia en Montclair State University, explicó a Newsweek que estos factores cobran gran relevancia: “Religión, costumbres comunitarias y la memoria de la propia crianza se entrelazan en la toma de decisiones sobre cómo educar y corregir a los hijos.”
La profesora Douglas señaló que la aceptación del castigo corporal está muy asociada a la tradición, persistiendo en el sur del país y en zonas de ideología más conservadora. En su análisis, destaca que la existencia de diferencias culturales y normativas entre estados no solo afecta la regulación sino también la frecuencia y la percepción social de esta disciplina física.
Por su parte, Elizabeth Gershoff, profesora en el departamento de desarrollo humano y ciencias familiares de la Universidad de Texas en Austin, apuntó en declaraciones a Newsweek que “el sur tiende a ser más conservador cultural, religiosa y políticamente”, lo que contribuye a perpetuar la autorización del castigo corporal en las escuelas de la región. Gershoff añadió que, aunque la legalidad permita esta medida, la mayoría de los centros educativos eligen no aplicarla.
El uso del castigo corporal revela desigualdades en su aplicación. Lawyers for Good Government informó que los estudiantes afroamericanos protagonizan el 37.3% de los incidentes en instituciones públicas donde se emplea esta sanción, mientras que los niños con discapacidad representan el 16.5% de los casos. Estas cifras apuntan a la existencia de sesgos en la imposición de la disciplina física y han reavivado el debate sobre los derechos y la igualdad de trato en el entorno escolar.
Expertos entrevistados por Newsweek coinciden en que la protección y equidad de los alumnos exige revisar cuidadosamente el procedimiento y las consecuencias de recurrir al castigo físico. Especialistas subrayan que la estigmatización y el daño psicológico y físico pueden ser mayores en quienes ya enfrentan barreras sociales o educativas.
Además, en estados donde oficialmente se ha prohibido la medida, como Illinois, Ohio y Wisconsin, persisten reportes de incidentes, según datos de Lawyers for Good Government. Este fenómeno pone de manifiesto los desafíos para erradicar totalmente la práctica incluso cuando existe un marco legal en contra.

La investigación y los testimonios recogidos por Newsweek hacen hincapié en la creciente oposición a la sanción física en el ámbito escolar. Elizabeth Gershoff afirmó que “las tasas decrecientes dejan claro que los directores de escuelas comprenden que el castigo corporal no mejora el comportamiento estudiantil, no es necesario y es físicamente perjudicial.” Gershoff añadió que la notoriedad de los perjuicios asociados a esta práctica contribuye a su progresivo abandono y facilita la prohibición en más estados.
Por su parte, Sarah Font, profesora de sociología y políticas públicas en la Washington University in St. Louis, afirmó que el apoyo al castigo corporal tiene sus raíces en la creencia de que esta medida disuade la desobediencia y fortalece el respeto a la autoridad. La profesora señaló que, en aquellas regiones donde los padres lo utilizan en casa, es más probable que se respalde su empleo en las escuelas.
A nivel legal, Justin Driver, profesor en la Yale Law School, criticó la vigencia de la decisión del Tribunal Supremo en el caso Ingraham v. Wright (1977), que permite el castigo físico en escuelas públicas. Driver manifestó a Newsweek que la práctica resulta “barbárica” y consideró urgente una revisión judicial para abolir definitivamente este tipo de sanción en el ámbito nacional. El profesor enfatizó que “los estudiantes de escuelas públicas son el único grupo de personas en la sociedad estadounidense que los funcionarios gubernamentales golpean con impunidad por transgresiones modestas.”
Según Newsweek, la frecuencia del castigo corporal sigue disminuyendo en todo Estados Unidos, incluso en los estados donde aún es legal. La profesora Douglas aseguró que la tendencia a la baja continuará, reflejando cambios en las normas sociales y la influencia de la evidencia científica que cuestiona su efectividad y seguridad.
Mientras persisten las diferencias regionales y culturales, el debate en torno al castigo físico escolar sigue generando estudios, acciones legales y revisiones periódicas de las políticas estatales. Así, el panorama estadounidense muestra una evolución orientada a reducir y, potencialmente, eliminar esta forma de disciplina del sistema educativo.