
(Desde Jerusalén, Israel) Cuando llegas al hotel King David, la sonrisa del portero te hace sentir en casa. Dejas las valijas en sus manos y aparece un mozo con un carrito desbordante de dátiles, higos y te de jazmín, mientras en el front desk te hacen la llave de tu cuarto. Si conoces el hotel, te apuras y pides que la ventana mire a la Muralla de la Ciudad Vieja, sino tocará la Torre de YMCA, que está enfrente.

La vida fluye entre el lobby con alfombras orientales, las firmas de artistas y figuras claves de la historia estampadas en el piso, y el piano en vivo que recuerda la época dorada de Hollywood.

Todos se miran entre sí, todos están a la moda con ese estilo décontracté, que llevan los ciudadanos del mundo. Adonde los no lugares están en París, Roma, El Cairo o New York.

Los desayunos son esplendorosos, épicos en gustos y sabores. Dos clases distintas de atún, una variedad de arenque, y el salmón que es infinito. La fruta huele a Medio Oriente, y el jugo de naranja es un licor que empalaga.

Pero el viernes pasado a las 3.00 (AM), la guerra de Israel contra Irán terminó con Alicia y su hotel en el País de las Maravillas.
Ese día en el salón del desayuno pocos hablaban, se comía mecánico y las sonrisas escasearon. Todos pinchaban el salmón mirando el celular, y todos se preguntaban que sería la vida ellos en un conflicto perpetuo que entró al King David por la ventana.
Ese viernes 13, todo cambió para siempre.

A las 17.00 suenan las primeras sirenas, y no importan que el pianista se esmere con su versión de Someone to watch over me (George Gershwin). Todos van corriendo al refugio, dos pisos más abajo del lobby, adonde se doblan las sábanas y hay olor a miedo y terror.
Cuando las alarmas dejaron de sonar, el piano ya se había callado y los huéspedes del King David tratan de recuperar el ritmo y la respiración. Pero las imágenes en los celulares ratifican que afuera hay una guerra, y que la gente muere por los misiles que llegan desde Irán.

Esas imágenes terminan con la ficción y todos los espacios comunes quedan vacíos. Los mozos recogen los restos de la fiesta frustrada, acomodan los almohadones de los sillones del Lobby y miran hacia la puerta rezando que no pase nada y que termine su turno de trabajo.
A la noche, la situación es más complicada, densa.
Ya no hay onda fashion, ni mirada distendida. Todos bajan al refugio con las pantuflas del hotel y las batas que antes usaban para ir al spa o las piletas climatizadas: otro tiempo, otra vida.
Es una pesadilla que el celular te grite que Irán está atacando, y que un parlante en el cuarto explique en hebreo e ingles que hay que salir corriendo al refugio porque los misiles vienen llegando.

Si te toca una alarma a las 00.00, todavía hay gente peinada y con la ropa de la cena. Si es a las 3.00 AM, todos están vestidos como La strada de Fellini. Y con un malhumor que se respira en un pasillo de diez metros y 90 centímetros de largo.
!Booommm!, se escucha afuera. Jerusalén tambien es un campo de batalla, aunque en la Ciudad Vieja comulguen las tres religiones. Ese un mito secular, que el terrorismo chiita mató hace tiempo.
Y A la mañana siguiente -desde el 13 de junio- todo es como el Día de la Marmota: el mismo atún, los mismos quesos, y el jugo tiene gusto a resignación y a olvido. Ya no hay sonrisas complacientes y victoriosas.
La guerra terminó con el maquillaje, la pompa y las circunstancias.
La guerra mató al glamour en el hotel King David.