En este presente convulso, presenciamos consternados la incapacidad de la ONU de ejercer su rol como garante global de la paz y de los Derechos Humanos, mientras proliferan guerras, masacres a minorías e invasiones armadas a Estados soberanos vulnerando las leyes internacionales, a la par de la amenazante globalización y normalización de las autocracias y de las “no-repúblicas”, aquellos países en los que no existen estructuras democráticas, que son de naturaleza totalitaria o se han convertido en estados fallidos o “rogue states”, poniendo en peligro tanto la paz interna, como la de sus vecinos y la del mundo. Por lo tanto, es un riesgo la tolerancia y el negociar con ellos.
Sobre esto último, tomemos como ejemplo los años perdidos de negociaciones sobre el programa nuclear iraní que hace poco ha sido blanco militar de Israel y EEUU. Después de años de negociaciones con Teherán, los gobiernos de EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia y Alemania, suscribieron en 2015 un acuerdo que permitía imponer límites y supervisión internacional sobre su programa nuclear, a cambio del levantamiento de las sanciones que pesaban sobre Teherán y el descongelamiento de millardos de dólares, pese a las informaciones que apuntaban al desarrollo de uranio enriquecido en bases secretas. Dos años después, Federica Mogherini (12/01/2018), representante de la Política Exterior de la Unión Europea a la salida de una reunión con Javad Zarif, ministro de Relaciones Exteriores de Irán, en la que estaban presentes sus pares de Inglaterra, Alemania y Francia, declaró emocionada: “El acuerdo con Irán hace que el mundo sea más seguro”. Esto nos recordó al “políticamente correcto” canciller inglés Neville Chamberlain cuando Hitler le prometió paz, estabilidad y seguridad a Europa, a través de diversos acuerdos, mientras la maquinaria de guerra nazi ocupaba Austria, Checoslovaquia y Polonia y preparaba la invasión al resto de Europa.
Debido a la ausencia de estadistas, la incertidumbre que hoy padecemos es alimentada día a día por la irresponsabilidad, la ingenuidad, superficialidad, el colaboracionismo o la estupidez de los políticos occidentales, forzando de nuevo el dilema que Churchill con la causticidad que lo caracterizaba, resolvió afirmando: “Nunca debes intentar pactar con los que te han declarado la guerra”.
Después de los acuerdos de 2018, el régimen totalitario iraní aceleró el proceso de enriqueciendo uranio y la fabricación de misiles balísticos mientras atacaba a Israel en cuatro frentes, país al que ha jurado borrar del mapa y que no cejarán en su intento. La reacción de Israel y EEUU en junio de 2025 demuestran las consecuencias de la falta de visión de occidente, especialmente la europea y de una diplomacia endeble que han provocado un nuevo escenario que augura otra guerra mundial. Los vacilantes dirigentes occidentales no anticiparon la agresión rusa a Ucrania, no se prepararon y tampoco pretenden intervenir más allá de la “línea roja” trazada por las amenazas nucleares de Putin. Este drama comenzó con la anexión rusa de la península de Crimea en marzo de 2014, lo que produjo un inesperado retorno a las tensiones de la Guerra Fría. Sin embargo, eso no perturbó la siesta de Europa, despreocupada en lo interno por la defensa de sus valores y lo más lamentable, carente de estadistas y diplomáticos que hubieran podido evitar este drama. La invasión del ejército ruso a Ucrania el 24 de febrero de 2022, hizo que la UE y la OTAN despertaran desconcertados, esta vez con el feroz dinosaurio gruñendo al pie de la cama.
El riesgo de negociar con las “no-repúblicas”
Las fronteras territoriales actuales de Ucrania, recocidas por la ONU, fueron confirmadas por el Memorándum de Budapest de 1994, después que Ucrania reintegró a Rusia las armas nucleares de la antigua URSS. Este memorándum confirmó el reconocimiento de sus fronteras, documento que firmaron Bill Clinton (USA), Boris Yeltsin, (URSS), John Mayor, Inglaterra y Leonid Kuchma (Ucrania), documento validado por Rusia en 2009 y ampliado por el Tratado de amistad ruso-ucraniano (1997), confirmando la inviolabilidad de dichas fronteras. A estos instrumentos le siguieron los acuerdos de Sebastopol (1997 y 2010), el acuerdo del Kharkiv (2010). Estos instrumentos diplomáticos y protocolos de buenas intenciones fueron arrojados a la basura por Putin.
Como funcionario de la KGB durante la Guerra Fría, Putin se formó en los perversos protocolos del estalinismo que moldearon su visión de la política, de allí su poder y el de las mafias que sustentan su régimen autocrático basado en un terrorismo de Estado. La invasión a Ucrania dio inicio a su plan de restaurar la influencia soviética mediante la creación del “Proyecto Euroasiático, teniendo como aliados a Irán, China y Corea del Norte, para enfrentar la hegemonía espiritual de Occidente”, como bien lo expresa su ideólogo Alexander Dugin, promotor de “la supremacía de Eurasia sobre un Occidente decadente”. Siguiendo al pie de la letra la “estrategia del espejo”, Putin proyecta al mundo una Rusia cercada y amenazada por Occidente. Ignorando esta inversión de papeles, algunos analistas encuentran razones para respaldar su proceder al recrear la teoría geopolítica de la amenaza a su "espacio vital" o Lebensraum, pero las verdades históricas son desdibujadas. El derrumbe de la URSS no se debió a intentos de ocupación de Occidente a sus 22 millones de km2, sino a causas internas de un régimen que implosionó en 1989, cuando los países ocupados en el Este de Europa, convertidos en carcasas de horror y vilezas, pusieron fin al oprobio y al aislamiento. El deseo de integrarse a la UE-OTAN responde al principio de legítima defensa de esos países. Los que avalan las motivaciones de Putin olvidan que Rusia ha sido por décadas el promotor de la globalización de las autocracias, de la subversión y apoyo a las “no-repúblicas” que socavan las democracias occidentales. La ambición imperialista rusa representa un riesgo inminente para el mundo ante su amenaza de desatar una guerra nuclear. Putin, es el portador del mismo vaciamiento de conciencia que llevó al nazismo a destruir a Europa y producir una mortandad de 60 millones de personas. Según André Glucksmann (Dostoievski en Manhattan, Ed. Robert Laffont, 2002), existe una matriz común entre el nazismo y el régimen soviético, al utilizar el terror como la última ratio en su estrategia totalitaria.
La Tercera Guerra Mundial ha comenzado
Según Bruno Tertrais (La Guerre des mondes. Le retour de la géopolitique et le choc des empires, Editions de l’Observatoire, 2023), “Estamos entrando en una nueva era: los neoimperios han despertado de su letargo y desafían el orden internacional. China y Rusia quieren vengarse de Occidente y rehacer el mundo a su imagen y semejanza, la guerra de los mundos ha comenzado. Esta guerra se librará desde Ucrania hasta Taiwán, desde los fondos marinos hasta el espacio exterior, en las minas de litio y en el ciberespacio. Será larga y no enfrentará a dos bloques, sino a una familia occidental más bien liberal contra una familia euroasiática autoritaria. Será una lucha por la influencia a escala mundial, salpicada de crisis y conflictos regionales. ¿Estamos en la misma situación que en la década de 1910, en vísperas del gran choque de imperios? ¿Como en los años treinta, ante el ascenso de un totalitarismo agresivo?”, se pregunta el autor.
Si tomamos en consideración los datos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), el gasto militar mundial en 2025 ha alcanzado la cifra récord de 2,46 trillones de US dólares, incluyendo los 895.000 millones de dólares de EEUU. Esto son las señales de una escalada hacia un enfrentamiento que pareciera irremediable. Por su parte, Emmanuel Todd, antropólogo e historiador, brinda sensatas reflexiones sobre el conflicto Rusia-Ucrania: “Esta guerra empezó con dos sorpresas. Entramos en esta guerra con la idea de que el ejército ruso era muy poderoso y que su economía era muy débil. Pensamos que Ucrania iba a ser aplastada militarmente y que Rusia sería aplastada económicamente por Occidente. Pero sucedió lo contrario. Así que hubo una especie de malentendido. El conflicto, pasando de una guerra territorial limitada a un enfrentamiento económico global, entre Occidente por un lado y Rusia apoyada por China por otro, se ha convertido en un mundo en guerra” (Alexandre Devecchio, Emmanuel Todd : “La Troisieme Guerre mondiale a commence”, Le Figaro, 12/01/2023).
Lo cierto es que los ucranianos no desean vivir de nuevo la pesadilla soviética, por eso luchan por su propia supervivencia en libertad y democracia. La situación es compleja, la Unión Europea decidió apoyar a Ucrania al aumentar en 2025 su presupuesto armamentista como nunca en su historia. Sobre esto último, Élie Tenenbaum, director del Centre des études de securité (IFRI), afirma: “La condición de “co-beligerante” no existe en el derecho internacional, o eres parte del conflicto o no lo eres” (Martin Legros, Elie Tenenbaum, Le statut de co-belligerant n’existe pas en droit international, Philosophie magazine, 27/01/2023).
El presidente Trump, que al inicio de su mandato había declarado que EEUU no se involucraría en esa guerra, denostando públicamente a Zelenski, autorizó en días recientes el envío a Ucrania de armamento sofisticado y le dio un ultimátum a Putin para que termine con la invasión a Ucrania. Pensamos que esta guerra se ha vuelto existencial para los Estados Unidos: Ambos, Rusia y EEUU, no pueden zafarse ni retirarse del conflicto ya que, para este último, tiene que ver con la supervivencia de occidente. Por eso podríamos estar en una guerra interminable, una guerra de los mundos cuyo desenlace significará el derrumbe de uno u otro.