La infraestructura oculta de la IA: anatomía del boom mundial de los centros de datos

hace 2 horas 1
Un automóvil pasa junto aUn automóvil pasa junto a un edificio del Digital Realty Data Center en Ashburn, Virginia, EEUU, el 17 de marzo de 2025 (REUTERS/Leah Millis. A)

Mark Zuckerberg lanzó recientemente un anuncio de proporciones casi épicas: Meta construirá un clúster de centros de datos tan grande que cubrirá un área comparable a Manhattan. Se trata de un complejo que sumará unos dos gigavatios de potencia —lo mismo que consume una ciudad de alrededor de dos millones de personas—, pensado para alojar más de un millón de procesadores gráficos dedicados a inteligencia artificial. La comparación con una ciudad entera no es retórica: ilustra el cambio de escala en el que ya se mueve la infraestructura digital.

En la misma semana, Brasil aprobó tres proyectos en São Paulo valorados en 2.800 millones de dólares. Son centros de datos que, una vez conectados, consumirán más de 350 megavatios de la red eléctrica del país. En términos prácticos, equivale a la electricidad que usan cientos de miles de hogares. Este contraste —un gigante norteamericano planificando su propia “ciudad de servidores” y la mayor economía latinoamericana volcándose en la fiebre digital— resume la dimensión global del fenómeno.

Los centros de datos dejaron de ser discretas instalaciones técnicas escondidas en las afueras. Se han convertido en un asunto de Estado, en motor de inversión y en objeto de disputa política. Ya no se habla solo de cuánto cuestan o qué tan rápido procesan la información, sino de cuánta energía y agua requieren, qué tensiones provocan en las redes eléctricas y hasta qué comunidades pueden o no aceptar tenerlos en su territorio. La “nube” es hoy un actor físico y político que ocupa suelo, demanda recursos y modifica paisajes.

Esta historia comienza con definiciones simples —qué es un centro de datos y qué función cumple—, pero avanza hacia preguntas cada vez más complejas: ¿por qué la inteligencia artificial disparó su construcción? ¿Dónde se concentran y qué significa para regiones como América Latina? ¿Cómo se enfrentan las críticas sobre su voracidad energética e hídrica? Y sobre todo: ¿qué soluciones se plantean para sostener este crecimiento sin quebrar la infraestructura del planeta?

 Tanques queFOTO DE ARCHIVO: Tanques que contienen refrigerante para servidores se ven en un centro de datos de Google en Saint Ghislain el 10 de abril de 2013 (REUTERS/Yves Herman/Foto de archivo)

Un centro de datos es, en apariencia, un edificio industrial. En su interior alberga miles de servidores que procesan, almacenan y distribuyen información digital. Cada mensaje en WhatsApp, cada película en streaming, cada transacción bancaria o videollamada pasa por uno de ellos. La metáfora de la “nube” es útil para imaginar conectividad, pero engañosa: la nube se sostiene sobre concreto, acero y kilómetros de cableado.

Estos recintos funcionan 24 horas al día, 365 días del año. El calor que generan los servidores obliga a contar con sistemas de refrigeración sofisticados, desde aire acondicionado industrial hasta enfriamiento por agua en ciclos cerrados. La confiabilidad es clave: la mayoría de los centros se diseñan con redundancias eléctricas y de conectividad que permiten seguir operando incluso si falla una parte de la infraestructura.

Existen distintos tipos de centros. Los de hiperescala, operados por Amazon Web Services, Microsoft, Google o Meta, pueden consumir cientos de megavatios cada uno. Otros son corporativos, diseñados para empresas o instituciones medianas. También crecen los llamados centros “edge”, ubicados cerca de las ciudades para reducir la latencia —el tiempo que tarda una señal en ir y volver—, algo esencial para el internet de las cosas, los videojuegos en línea o los autos autónomos.

La función esencial de todos ellos es la misma: asegurar que los datos estén disponibles, seguros y accesibles a alta velocidad. Si internet es el sistema circulatorio de la sociedad digital, los centros de datos son su corazón.

Un servidor Nvidia HGX H100Un servidor Nvidia HGX H100 en el centro de datos de Yotta Data Services Pvt. en Navi Mumbai, India, el jueves 14 de marzo de 2024 (Yotta Data Services está comprando miles de chips Nvidia para ofrecer capacidades de IA en India)

Durante años, el crecimiento de los centros de datos respondió a la expansión de servicios en la nube y al auge del video en línea. La inteligencia artificial cambió ese ritmo y lo volvió exponencial. Entrenar un modelo de lenguaje como los que hoy impulsan los chatbots requiere billones de cálculos en procesadores especializados y un consumo eléctrico que supera por mucho al de las búsquedas tradicionales en la web. Una sola consulta a un sistema de IA puede usar diez veces más electricidad que una búsqueda en Google.

Las cifras lo confirman. Según el Instituto de Energía y Medioambiente de la Universidad Estatal de Pensilvania, en 2023 los centros de datos de IA ya consumían el 4,4% de la electricidad en Estados Unidos, y esa cuota podría triplicarse para 2028. La Agencia Internacional de la Energía proyecta que hacia 2030 los centros de datos absorberán alrededor del 20% de la demanda global de electricidad. Son números que colocan a esta infraestructura al mismo nivel de industrias históricamente pesadas, como el acero o la aviación.

El impacto no se limita a la energía. La refrigeración es otro factor crítico. Un centro mediano puede utilizar más de un millón de litros de agua por día. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos estima que, de continuar la expansión de la IA, los centros de datos requerirán entre 4.200 y 6.600 millones de metros cúbicos de agua al año hacia 2027, una cantidad superior al consumo anual de países como Dinamarca. En climas cada vez más secos, este detalle es fuente de tensiones con comunidades y autoridades.

 Servidores paraFOTO DE ARCHIVO: Servidores para almacenamiento de datos en el Centro de Datos Thor de Advania en Hafnarfjordur, Islandia, el 7 de agosto de 2015 (REUTERS/Sigtryggur Ari/Foto de archivo)

Hoy existen unos 11.800 centros de datos en el mundo. Casi la mitad se encuentran en Estados Unidos, con polos enormes en Virginia del Norte —conocida como Data Center Alley—, Silicon Valley, Dallas y Chicago. Esa concentración responde a la combinación de buena conectividad de fibra óptica, cercanía a grandes mercados y disponibilidad de energía relativamente barata.

Europa reparte su capacidad entre Londres, Frankfurt, Ámsterdam y París, aunque varias ciudades han comenzado a limitar nuevas construcciones por falta de espacio y de electricidad. En Asia destacan China, que con más de 400 centros se acerca al volumen europeo, además de Singapur, Hong Kong y Tokio. En Oceanía, Sídney emerge como un nodo relevante para Australia. Rusia mantiene un mercado más pequeño, con énfasis en la soberanía digital y el almacenamiento local.

América Latina avanza con paso más lento, pero Brasil ya se consolidó como líder. São Paulo concentra casi 500 megavatios de capacidad instalada y atrae inversiones de gigantes como Equinix, Scala o Digital Realty. México emerge como segundo polo gracias al nearshoring —estrategia que traslada operaciones a países cercanos para reducir costos y dependencia de proveedores lejanos— y a la instalación de centros en Querétaro, donde se concentra más de la mitad de las operaciones del país. Chile se suma con Santiago, un destino atractivo por su oferta de energía renovable y su clima frío, donde Google y Microsoft ya construyen instalaciones de gran escala.

En comparación con Norteamérica o Europa, la región todavía es pequeña. Pero el ritmo de crecimiento es notable y refleja una tendencia: los centros de datos se están extendiendo a todos los continentes, con cada vez más países dispuestos a ofrecer incentivos para atraer estas inversiones.

 Se venFOTO DE ARCHIVO: Se ven torres de enfriamiento en el nuevo centro de datos de Google cerca de Fredericia, Dinamarca, el 30 de noviembre de 2020 (Frank Cilius/Ritzau Scanpix/vía REUTERS/Foto de archivo)

El crecimiento acelerado despertó críticas. Irlanda es el ejemplo más claro: sus 82 centros de datos consumieron en 2023 más del 20% de la electricidad nacional, lo que obligó a imponer una moratoria para nuevas conexiones en Dublín. Singapur aplicó una pausa similar cuando sus centros alcanzaron el 7% de la demanda del país. Ámsterdam también frenó temporalmente la construcción de nuevos complejos. En todos los casos, la preocupación es que la infraestructura local no pueda seguir el ritmo de las demandas digitales.

El agua es otro frente de batalla. En Uruguay, un proyecto para instalar un centro que usaría más de siete millones de litros diarios desató protestas en medio de una sequía prolongada. En España, comunidades en Aragón denunciaron que la nube “se bebía” sus ríos. En Santiago de Chile, grupos ambientalistas advierten que los centros de datos compiten con los embalses que abastecen a la población en época seca.

Las respuestas no se hicieron esperar. Las empresas tecnológicas están firmando contratos de largo plazo para abastecerse con energía eólica y solar, y se convirtieron en algunos de los mayores compradores de renovables del mundo. También experimentan con sistemas de enfriamiento que reducen el uso de agua y con la reutilización del calor residual para calefacción urbana, como ya ocurre en Estocolmo.

El debate más innovador gira en torno a la energía nuclear. Google anunció un acuerdo para alimentar futuros centros de IA con pequeños reactores modulares, capaces de entregar unos 500 megavatios de manera constante y sin emisiones directas. Este tipo de reactores aún no están desplegados a gran escala, pero ilustran la búsqueda de soluciones estables y limpias para sostener la expansión de la nube.

Leer artículo completo