Jon Lee Anderson es un observador del mundo. Con su libreta de reportero, este periodista estadounidense ha caminado decenas de países y cubierto conflictos en lugares como Siria, Afganistán, Líbano o Irak. Es experto también en América Latina, región sobre la que ha escrito varios de sus mejores reportajes, publicados siempre en la revista The New Yorker. Autor de la más emblemática biografía del Che Guevara, ha perfilado personajes como Augusto Pinochet, Hugo Chávez, García Márquez o Gadafi.
Anderson suele andar con una crónica entre manos. En estos momentos su mirada está puesta de nuevo en Cuba: “Un país del que nadie está hablando y que tiene una crisis propia. En los últimos cuatro años ha experimentado el mayor éxodo de su historia”, dice el periodista, que estuvo hace pocos días en Bogotá. “Siento que muchas cosas que antes nos importaban ya no importan tanto, porque hay un problema mayor. Pero en el momento en que la gente deja de hablar de un lugar es cuando hay que mirarlo”.
Hoy los ojos del mundo están en Gaza. ¿Cómo ve lo que está pasando allá?
Lo primero es que no es posible cubrir el conflicto propiamente desde Gaza. Los israelíes no permiten que entren periodistas y han matado a muchos reporteros palestinos. Ver la agonía de esta gente es horroroso. Netanyahu está desatado. Va bombardeando país tras país. Viéndolo fríamente, uno entiende cuál es la lógica israelí: atomizar a sus enemigos en el barrio para quedarse como el ‘mero, mero’. Es la lógica de la guerra, que no está supeditada a consideraciones de derechos humanos. Una guerra que es total, en Gaza, y un poco más selecta con los demás países. Su objetivo es estar seguro en un vecindario peligroso, pero cualquiera puede ver que no va a conseguirlo. Porque mucha gente que antes ni pensaba en los palestinos está espantada con lo que está pasando. Se ha despertado más el antisemitismo y hoy los israelíes y judíos están más inseguros que nunca. Pero se mantienen en un frenesí, comparable con esa especie de psicología colectiva que surgió en Estados Unidos luego del 11 de septiembre, cuando parte de la población estuvo dispuesta a una guerra de venganza.
Trump ha sido clave para mantener esa intención del primer ministro israelí...
Claro. ¿Por qué Netanyahu no tiene guardrails? ¿Por qué no tiene límites? Por Trump. Le ha dado todo y lo sigue haciendo. Ahí tenemos a un tipo que es cruel e inmisericorde. Trump no es una persona buena. No creo que tenga que convencer a nadie. Al contrario, me gustaría que alguien me convenciera de que no es así. Pero ni los Maga lo intentarían: ellos saben que es malo, solo que es ‘su malo’. Cuando ya habían muerto 35.000 palestinos, vimos lo que estaba en su mente: un Gaza Riviera. ¿Acaso no se le ocurrió decir algo sobre las familias o los niños asesinados todos los días? Hace pocos días, cuando todos hablaban de inanición, mandó 60 millones de dólares de ayuda monetaria a Gaza, que es como si tú y yo pagáramos 300 dólares en un almuerzo y dejáramos cinco centavos de propina. ¡Y pide que le den las gracias! Qué se puede decir con este tipo de cretino en la Casa Blanca.
Palestinos en busca de comida en un punto de distribución en Gaza. Foto:AFP
Para Europa ha sido un desafío la llegada de Trump a la Presidencia, lo mismo que la presencia de conflictos cercanos que no tenían previstos. ¿Cómo cree que han actuado los europeos?
Tiene varios matices. Hemos visto que el efecto Trump los ha hecho unirse. Sus exabruptos, su forma vulgar de proceder —respecto a tarifas, aranceles, cualquier cosa que salga de su boca— han logrado lo contrario de lo que buscaban. Sabemos que a él no le gustaba la Otán, pues el efecto es que la Otán se ha puesto al día. Si antes se estaban haciendo los exquisitos, dejando que los gringos pagasen todo, ya no. Ahora se están peleando por quién aporta más para equipos militares. Es decir, la falta de delicadeza de Trump ya ha tenido efectos contundentes: nos ha movido más explícitamente hacia un escenario en el que la guerra es posible. La guerra de Putin con más países europeos; la guerra de China y Estados Unidos, involucrando a otras naciones. En fin, el mapamundi como escenario global de competencia. Europa lo tiene muy difícil porque además se ha percatado de que Putin —con quien estaban jugando como a deditos desde hacía veinte años— se quitó la máscara y ha demostrado sus intenciones de comerse países a las malas. Y no estaban preparados para eso. Vivían en su burbuja de privilegio, algo narcisista, francamente. Trump, de una forma u otra, está vinculado con la posibilidad de rompimiento del multilateralismo que a duras penas nos ha mantenido en paz global desde hace setenta años. Es como si anduviera con un balde de querosene y cada día tirara un poco más en los fuegos que andan por ahí. Su efecto es el de empeorar todo.
El efecto de Trump es el de empeorar todo. Es como si anduviera con un balde de querosene y cada día tirara un poco más en los fuegos que andan por ahí.
En la campaña dijo que iba a acabar la guerra entre Ucrania y Rusia en un día, y sigue más viva que nunca. ¿Usted esperaba que ese conflicto durara tanto?
No sabía qué esperar. Primero, creo que todos fuimos sacudidos con la forma en que Putin mintió ante los ojos del mundo. Recuerda que tenía 120.000 tropas en la frontera con Ucrania y la gente le decía: parece que quieres invadirla. Pero él respondía: no, para nada, es un ejercicio no más. Acto seguido, invadió Ucrania. Estamos viviendo la época de la mentira descarada. En eso Putin y Trump son iguales: mienten todos los días. El comportamiento de Putin ha sido el de alimentar su poder, tanto interno como externo, matando gente, envenenando, dejando que algunos se enriquezcan, empobreciendo a otros... Parece que Trump está celoso de eso y a su manera quiere hacer lo mismo. Por algo habló de Groenlandia y Panamá, de expansión territorial, en su discurso inaugural. Y del Destino Manifiesto, que fue el llamado populista de los gringos hace 150 años cuando dijeron: vamos a dejar de hablar con estos indios de mierda. Nosotros somos la gente civilizada y ellos son los salvajes, ¡a por ellos! Eso fue lo que hicieron en el Far West estadounidense, lo que hicieron en Australia, o los argentinos en la Patagonia, los belgas en el Congo, los holandeses en Indonesia.
¿Teme que regresen esos desastres del pasado?
Claro. Volver a elevar la noción del Destino Manifiesto es decirles a cinco generaciones de estadounidenses: miren, esto de Good Neighbor Policy... bullshit. Vamos a volver a los tiempos de William Walker. Putin ya lo ha hecho, Erdogan quiere reconstruir el imperio otomano. Estamos en una época imperial otra vez. Sin duda. Y todos los demás países son súbditos, canjeables, obligados, mantenidos a la fuerza como cortesanos. Mira cómo ha procedido Trump con Petro, con el presidente panameño, con Sheinbaum. Tiene un comportamiento distinto con cada uno. Es cambiante. Es como si el Joker estuviera en la Casa Blanca.
"Putin y Trump son iguales. Mienten todos los días": dice Anderson. Foto:EFE
Acaba de cumplir seis meses en la Presidencia. ¿Escándalos como el de Epstein no le harán daño?
Parece que sí le está calando. Es curioso, porque esas cosas eran conocidas desde hace rato. Cuántas veces, en los últimos cinco o seis años, he comentado con amigos el video de Trump con Epstein de los 90. Pero recién ahora todos se están percatando, luego de que Musk salió a decir que su nombre estaba en los archivos. Esa fue la daga en el corazón de su relación. Lo que puede salvarlo es que en un momento dado tuvieron una pelea, por la compra de una casa. Y dejaron de andar juntos. Pero no es que Epstein no estuviera haciendo desde antes las cosas que hacía con chiquillas. Trump lo reconocía. Hay una cita suya, del 2002, diciendo: “A él le gustan las chicas tanto como a mí”. En esto hay gato encerrado y sí lo puede tocar. Por primera vez los Maga, su base —con quienes alimentó sus teorías de conspiración respecto a que Epstein era parte del mundo perverso de los demócratas—, están desconcertados. Y la oposición ha entendido que es un momento aprovechable. Está sacudido. Pero eso lo puede volver más peligroso.
Días atrás, en Escocia, dijo que los migrantes “están matando a Europa”. Ese mensaje ha calado entre mucha gente. Para la muestra, lo que pasó hace poco en España...
Desde su primera presidencia desató eso. Parece que tiene una genialidad tóxica para entender cuáles son las debilidades de la gente. Comprendió que los prejuicios generales en la población blanca e inculta norteamericana —y de toda la gente inculta en el mundo— eran el racismo, la xenofobia, el nativismo. Hay que tener en cuenta que Estados Unidos es un país de colonos y que ya tuvo sus primeras víctimas en los nativos americanos. Era un país de esclavitud. Existen muchos libros sobre ese genocidio, pero las personas que votan a Trump no los leen. Cuando él hablaba del “keniano” era eso lo que quería decir: “Mira, un negro en la Casa Blanca”. Empezó a rascar esa costra en buena parte de los estadounidenses.
Y en el mundo...
Hay una corriente que ha activado y es potenciada por las redes sociales. Los vendedores de ideas se han percatado de ello. Los populistas entienden que Trump es una especie de marca que vende. Por eso tiene tantos emuladores. Por eso Bukele, Bolsonaro o Milei lo copian.
A propósito de estos nombres, ¿cómo ve América Latina? ¿En qué país tiene puesta su atención de reportero?
Va a ser muy interesante el enfrentamiento entre Brasil y Estados Unidos. Obviamente está alimentado por la gente alrededor de Bolsonaro. Quieren reducir a Lula. Por lo que significa, no solo en América Latina, sino en el mundo. Porque representa un desafío. Brasil es la octava economía del mundo, es miembro de los Brics. Lula es el único líder en la región —más allá de Boric, que es joven, tiene poca popularidad, y además Chile no es Brasil— que le está dando la cara. Así que van a por él. Trump ha sido muy claro en tratar de que Bolsonaro vuelva al poder. Ahora Lula ha repuntado en los sondeos, por su actitud de reto. Pero los militares no lo quieren. Si tuviera que apostar, diría que la gente trumpista-bolsonarista está pensando hasta en un golpe militar. Y si no en un golpe, que por tanta presión termine por salirse del poder, poner en riesgo su sucesión. Lula sabe que algunos militares no están con él. Bolsonaro y Trump también lo saben. Eso es un gran riesgo. La extrema derecha es el mayor peligro para la democracia hoy en día.
Según Anderson, hay que estar atentos al enfrentamiento entre Brasil y Estados Unidos. Foto:Mauricio Moreno
¿Cómo cree que está actuando la izquierda ante este panorama?
Las izquierdas, al menos cívicas, están demasiado preocupadas con su brown out. No están en ‘plan de guerrilla’, sino en plan de decidir si son queer o bi. O si ponerse un tatuaje en la nuca o en el culo. Es decir, no andan en nada. Están ensimismados. Y los que ostentan ser izquierdosos exacerbados, como en Venezuela, son antidemocráticos. Mira a Ortega: un tirano de dibujo animado. Él y su mujer no tienen ni una gota de sangre democrática. ¿Y sabes qué? Nunca la tuvieron. Pero la gente de bien tomó el lado de los sandinistas porque Somoza era tan malo. Eso es lo que pasa. Precisamente estaba pensando en eso esta mañana: ¿cómo es que la izquierda la ha cagado tanto? Se ha quedado en el caudillismo, en el populismo más rancio.
En ese sentido, ¿qué piensa de lo que pasa en Colombia?
Es lamentable ver gente brillante y lúcida en algunos aspectos que llegado el momento no da la talla. O complican las cosas por sí mismos. Es como si no entendieran el poder. Si buscas el poder, coño, ¡ejércelo! Y ejércelo bien, por algo lo tienes. Es un privilegio en cualquier país. Cuando Gustavo Petro llegó a la Presidencia y fue a la ONU, su discurso me pareció fantástico. ¿Quién podría estar en contra de que en Colombia hace falta una paz más completa? ¿Quién podría estar en contra de que tenemos que terminar con la era de los hidrocarburos? O cuando dijo, aunque más polémico, que hay que legalizar las drogas si no queremos narcotráfico y carteles. Si tomas punto por punto, lo confirmas. Ojalá más estuvieran de acuerdo con esos argumentos. Esa fue mi reflexión al oírlo.
¿Y entonces qué pasó?
Vuelvo a Colombia hoy en día y es una cosa como muy interior entre la chica que fue canciller y que se ha peleado con él y no sé qué, y luego con el otro que fue drogadicto y que ahora puede que sea el canciller, y no sé qué más. Es como un Game of Thrones en miniatura, que no sale de Palacio. Deja de tener efecto, no sé si a nivel nacional, pero sin duda no tiene ninguna resonancia internacional. Se ha convertido en una figura de broma y de desprecio. Es una gran pena. ¿Cómo pasó eso? No sé. Me consta que los conservadores en Colombia nunca lo quisieron y no le han hecho la vida fácil. Pero él tampoco se ha ayudado a sí mismo con algunos de sus exabruptos, decisiones, nombramientos. Y sin duda con su ejercicio del poder.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO