Milicias y redes tribales luchan por mantener vivo el narcoestado de Al Assad en Siria

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Combatientes leales a la nuevaCombatientes leales a la nueva administración gobernante de Siria, inspeccionan un edificio que dicen ser una fábrica de captagon, en las afueras de Damasco, Siria, el pasado 12 de diciembre de 2024 (Reuters)

“Después de todo lo que hemos pasado, eso no basta para detenernos.” La frase de Ahmed, un consumidor habitual de captagon en Damasco, resume la paradoja que atraviesa la nueva Siria: mientras el gobierno surgido tras la caída de Bashar al-Assad proclama una guerra sin cuartel contra el narcotráfico, la realidad en las calles y fronteras del país revela que el combate dista mucho de estar ganado.

La ofensiva antidrogas, que ha logrado incautaciones récord y la desarticulación de laboratorios industriales, enfrenta la resiliencia de redes criminales, la corrupción endémica y una demanda interna que no cede. Según Financial Times, la batalla para desmantelar el narco-Estado heredado del dictador Assad se ha convertido en uno de los mayores desafíos para el actual jefe de estado Ahmed al-Sharaa.

El ascenso de Siria como epicentro mundial del captagon, una anfetamina sintética de alto poder adictivo, se gestó durante los catorce años de guerra civil bajo el régimen de Assad. Sancionado y aislado internacionalmente, el gobierno anterior convirtió la producción y exportación de esta droga en un negocio de 5.000 millones de dólares anuales, según estimaciones citadas por Financial Times.

El aparato estatal, con la complicidad de altos mandos militares y familiares del propio Assad, facilitó la importación de precursores químicos, protegió a los fabricantes y utilizó los beneficios para financiar la maquinaria bélica. El hermano del antiguo dictador, Maher al-Assad, jefe de la temida Cuarta División del ejército, fue identificado como uno de los principales arquitectos de este entramado ilícito.

 Un combatiente, leal aARCHIVO: Un combatiente, leal a la nueva administración gobernante de Siria, abre una caja que, según ellos, contiene pastillas de captagón, en las afueras de Damasco, Siria, el 12 de diciembre de 2024 (Reuters)

La penetración del captagon en la vida militar y social siria alcanzó niveles insospechados. Ahmed, exsoldado, relató que los oficiales no solo vendían pastillas a los reclutas, sino que en ocasiones las distribuían gratuitamente o las mezclaban en el té y la comida antes de las operaciones, para mantener despiertos y activos a los combatientes sometidos a raciones mínimas. El flujo constante de droga hacia el exterior desató la alarma en los países vecinos, especialmente en los Estados del Golfo, donde el consumo se disparó y las autoridades detectaron cargamentos sirios en lugares tan distantes como Hong Kong y Venezuela.

Con la llegada al poder de Ahmed al-Sharaa y la coalición islamista Hayat Tahrir al-Sham, la narrativa oficial cambió radicalmente. “Siria se convirtió en una gran fábrica de captagon. Y hoy está siendo limpiada, por la gracia de Dios Todopoderoso”, proclamó Sharaa en la mezquita de los Omeyas, según recogió Financial Times. La nueva administración, que considera la lucha antidrogas tanto una obligación moral como una vía para rehabilitar la imagen internacional del país, desplegó fuerzas especiales y lanzó operativos de alto perfil en todo el territorio.

Los resultados iniciales han sido notables. De acuerdo con el Captagon Trade Project del New Lines Institute, las autoridades han decomisado más de 200 millones de pastillas entre enero y agosto de 2025, una cifra veinte veces superior a la registrada durante todo 2024 bajo el régimen anterior. La producción y el tráfico habrían caído hasta un 80%, según fuentes policiales, funcionarios regionales y traficantes consultados por Financial Times. Los operativos han desmantelado laboratorios vinculados a la familia Assad, como los ubicados en el aeropuerto militar de Mezzeh y en propiedades de Maher al-Assad.

 Combatientes leales a laARCHIVO: Combatientes leales a la nueva administración gobernante de Siria inspeccionan un edificio que, según afirman, es una fábrica de captagón, en las afueras de Damasco, Siria, el 12 de diciembre de 2024 (Reuters)

No obstante, la ofensiva enfrenta obstáculos estructurales. El desmantelamiento de la producción a gran escala ha empujado a los traficantes a adaptarse, trasladando laboratorios a zonas fuera del control gubernamental, como el noreste kurdo o regiones fronterizas con Líbano, Jordania e Irak. En estas áreas, la presencia de milicias leales al antiguo régimen, grupos chiíes iraquíes y redes tribales beduinas mantiene vivo el negocio.

Un funcionario del Ministerio del Interior en Deir Ezzor reconoció que la principal amenaza de seguridad ya no proviene del Estado Islámico, sino de las milicias iraquíes que gestionan rutas de captagon a ambos lados de la frontera. “En cada instalación de captagon que desmantelamos, encontramos un arsenal de armas”, afirmó.

La corrupción y la falta de recursos agravan el problema. Muchos guardias fronterizos, identificados por los propios contrabandistas como colaboradores, permanecen en sus puestos debido a la escasez de personal. Un extraficante explicó: “Sabíamos qué guardias estaban involucrados y solo tratábamos con ellos. Esos mismos siguen haciendo la vista gorda”. Incluso dentro de las nuevas unidades antidrogas, la infiltración es un riesgo constante. Un agente encubierto en Qalamoun, cerca de la frontera libanesa, sospechó que colegas suyos alertaban a los grandes capos sobre los operativos: “No podemos acercarnos. Sabe cuándo van a ser las redadas... Alguien de nuestro equipo debe estar avisándole”.

La represión se ha endurecido en las zonas limítrofes. Un excontrabandista relató que los guardias jordanos, antes reacios a usar la fuerza letal, ahora disparan contra cualquiera que se acerque a la frontera de noche. Un funcionario jordano citado por Financial Times advirtió que el país empleará “fuerza proporcionada y desproporcionada” para frenar el tráfico.

 Cajas y contenedores conARCHIVO: Cajas y contenedores con productos químicos están colocados dentro de un edificio que, según miembros del organismo gobernante sirio, sería una fábrica de captagón, en las afueras de Damasco, Siria, el 12 de diciembre de 2024 (Reuters)

A pesar de la disminución de los intentos de cruce —un habitante de una aldea fronteriza aseguró que ahora pueden pasar dos o tres días sin ver un solo intento, cuando antes eran hasta diez diarios—, la pobreza y la falta de oportunidades en regiones como Sweida siguen alimentando el reclutamiento de jóvenes dispuestos a arriesgarse por sumas que pueden alcanzar 25.000 dólares por transportar un cargamento de 25 a 30 kilogramos de captagon.

En el plano interno, la reducción de la oferta ha encarecido el precio de las pastillas en Siria, pero no ha eliminado la demanda. Las versiones más baratas se venden en Damasco por unos 30 centavos de dólar la unidad, mientras que en Jordania, Arabia Saudita o Emiratos Árabes Unidos pueden alcanzar precios treinta veces superiores.

La escasez ha empujado a muchos consumidores a buscar alternativas más peligrosas, como la metanfetamina cristalina. El doctor Ghamdi Faral, director del hospital Ibn Rushd en Damasco, advirtió que el sistema sanitario apenas dispone de cuatro centros de tratamiento de adicciones en todo el país, y que los hospitales solo pueden ofrecer un proceso básico de desintoxicación de dos semanas, sin programas de rehabilitación. “No es ni remotamente suficiente para atender la magnitud del problema en Siria”, lamentó.

La captura de figuras clave del antiguo régimen, como Wassim al-Assad —primo del expresidente y sancionado internacionalmente por su papel en el tráfico—, representa un golpe simbólico para las nuevas autoridades. Según fuentes de seguridad citadas por Financial Times, Wassim fue arrestado en junio tras ser atraído de regreso desde Líbano, donde contaba con la protección de Hezbollah, cuando intentaba recuperar grandes sumas de dinero y lingotes de oro ocultos cerca de la frontera.

A pesar de estos éxitos, la experiencia de Ahmed y de miles de sirios revela la persistencia de la cultura del consumo y la dificultad de erradicar un fenómeno que se arraigó durante años de guerra y penuria. La promesa oficial de “tolerancia cero” convive con la realidad de un país fragmentado, donde la tentación del dinero fácil y la falta de alternativas siguen alimentando el ciclo del narcotráfico.

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