MLB no debe retirar el 21 de Roberto Clemente

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El pasado lunes 15 de septiembre, como cada año, las Grandes Ligas celebraron el Día de Roberto Clemente, fecha que marca el inicio del Mes de la Herencia Hispana, para reconocer el aporte de los peloteros latinos al mejor béisbol del mundo.

Y como cada año también, la celebración reavivó el debate sobre si la MLB debe retirar de todos los equipos el número 21 que usó el célebre boricua con los Piratas de Pittsburgh, tal como se hizo con el 42 de Jackie Robinson, el hombre que rompió la barrera

racial en 1947.

Clemente fue un gran jugador de béisbol y un extraordinario ser humano, a quien la muerte lo sorprendió a sus apenas 38 años en un accidente aéreo el 31 de diciembre de 1972, cuando llevaba ayuda a los damnificados del terremoto ocurrido ocho días antes en

Managua y que dejó entre diez mil y 20 mil muertos en la capital nicaragüense.

Como jugador, al momento de su trágico fallecimiento, ya tenía números sobrados para ser exaltado al Salón de la Fama de Cooperstown y su altruismo ejemplar llevó a las autoridades beisboleras a hacer una excepción, al no tener que esperar los cinco años reglamentarios

tras su retiro para aparecer en las boletas hacia la inmortalidad.

Unos meses después, en una votación especial llevada a cabo en 1973, el astro puertorriqueño fue elevado al Templo de los Inmortales y su nombre quedó asociado para siempre a las mejores causas en favor de los más necesitados.

Además de dedicarle un día en su honor, las Grandes Ligas instituyeron un premio con su nombre, que se entrega cada año al pelotero que más se involucre en aportes a la comunidad.

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Sin embargo, las Grandes Ligas NO deberían siquiera valorar la posibilidad de retirar su número 21 de todos los equipos.

El boricua no fue pionero, ni precursor, como lo fue Jackie Robinson, protagonista del acontecimiento más trascendental en la historia de las Mayores.

No fue el primer hispano en MLB, honor que le corresponde al habanero Esteban Bellán (1871).

Tampoco fue el primer puertorriqueño (Hiram Bithorn, 1942), ni el primer latino negro (el cubano Orestes Miñoso, 1949).

Más allá de la entereza y el carácter con que Robinson enfrentó el racismo rampante de la época, su llegada a las Grandes Ligas con los Dodgers de Brooklyn hizo que el béisbol estuviera completo de una buena vez y para siempre.

Ningún hecho en los más de 150 años de las Grandes Ligas se compara con eso, pues marcó, para bien, un antes y un después.

Si empezamos a retirar de todos los equipos los números de figuras que marcaron la historia, no tendríamos para cuándo acabar.

¿Vamos a retirar el 3 de Babe Ruth, la encarnación suprema del béisbol y que cambió los estándares del juego?

¿O el 21 que usó con los Cardenales de St. Louis Curt Flood, el hombre que en la década de los 60 desafió el establishment y abrió el camino a lo que hoy se conoce como agencia libre?

A este paso, no tardará alguien en aparecer para proponer retirar el 17 del unicornio japonés Shohei Ohtani, jugador tan excepcional que como él sale uno en cada siglo.

Ya Clemente tiene su día y un prestigiosísimo galardón con su nombre, al tiempo de ser reconocido universalmente como un paradigma dentro y fuera del terreno.

Sin ánimo de escamotearle un ápice a la grandeza de Clemente, si no hubiera muerto en circunstancias tan trágicas, hoy estuviera de todos modos en Cooperstown, gracias a sus tres mil hits y 12 Guantes de Oro, pero su presencia en el Salón de la Fama se festejaría

tal como la de sus compatriotas Orlando Cepeda, Roberto Alomar, Iván Rodríguez y Edgar Martínez. Y eso no es poca cosa.

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