
Las herramientas de inteligencia artificial ya permiten que los algoritmos detecten señales de agotamiento laboral a partir de la densidad de los calendarios o el tono de los mensajes escritos, y que recomienden seguimientos o resúmenes de conversaciones antes de que los empleados siquiera inicien su jornada. Según informó Fast Company, este avance tecnológico está transformando la forma en que los equipos de trabajo se comunican y gestionan, poniendo en duda la vigencia de las tradicionales reuniones uno a uno entre jefes y colaboradores.
El medio detalló que, durante décadas, las reuniones individuales han sido consideradas un pilar de la vida en la oficina, vistas como una herramienta esencial para fortalecer la confianza, fomentar la participación y mejorar el desempeño. Sin embargo, la proliferación de estructuras organizacionales más horizontales, la comunicación asincrónica y la integración de sistemas de IA que gestionan tareas con mayor eficiencia que los humanos, han llevado a cuestionar la necesidad de mantener estos encuentros regulares.
La historia de las reuniones uno a uno se remonta a los inicios del siglo XX, cuando el enfoque de la administración científica de Frederick Taylor promovía la optimización del trabajo a través de la observación detallada y la instrucción individual. Aunque en ese entonces no existían reuniones uno a uno como se conocen hoy, se sentaron las bases para los chequeos formales entre supervisores y empleados, enfocados casi exclusivamente en la productividad y el control. Más adelante, las jerarquías militares institucionalizaron los informes y revisiones individuales, inspirando sistemas de gestión corporativa que, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, priorizaban la revisión del desempeño por encima del desarrollo profesional o la seguridad psicológica.
Con el auge de la psicología laboral, estudios como los de Hawthorne demostraron que la atención individualizada mejoraba la moral y la productividad. Este contexto dio origen al concepto del “jefe como coach”, que ha resurgido en tiempos recientes con propuestas como la de Herminia Ibarra sobre el liderazgo orientado al acompañamiento. En 1960, la Teoría Y de Douglas McGregor redefinió a los empleados como personas intrínsecamente motivadas, lo que impulsó la evolución de las reuniones uno a uno hacia espacios de retroalimentación, mentoría y desarrollo, especialmente en programas de formación gerencial de empresas como GE, IBM y Procter & Gamble.

El cambio hacia una economía del conocimiento donde el valor radica más en el pensamiento que en la ejecución, hizo que la comunicación interpersonal se volviera una prioridad para la gestión. A principios de los años ochenta, publicaciones como “High Output Management” de Andy Grove popularizaron las reuniones uno a uno como herramientas para la alineación, el coaching y la toma de decisiones. Grove, quien fue CEO de Intel, recomendaba encuentros semanales para detectar problemas antes de que se agrandaran y asegurar que tanto el jefe como el colaborador compartieran el mismo contexto, un modelo que influyó en la cultura de Silicon Valley y sigue siendo citado en el sector tecnológico.
No obstante, Fast Company reportó que la efectividad de estas reuniones ha sido cuestionada por expertos como Steven G. Rogelberg, psicólogo organizacional y autor de “Glad We Met: The Art and Science of 1:1 Meetings”. Rogelberg sostiene que, aunque las reuniones uno a uno pueden mejorar la satisfacción y el compromiso de los empleados, a menudo se vuelven contraproducentes y se utilizan de manera inadecuada. Entre los errores más comunes, señala las conversaciones dominadas por el jefe, la falta de atención a aspectos personales del empleado y la frecuencia excesiva que puede derivar en microgestión. Rogelberg recomienda, entonc que estos encuentros se realicen cada dos semanas, con una duración de entre 25 y 50 minutos, para equilibrar la supervisión con la autonomía.
El medio también subrayó que muchas veces las reuniones uno a uno se convierten en espacios donde se repasan actualizaciones de estado, se sincronizan calendarios y se ignoran comentarios pasivo-agresivos, lo que representa una carga para la productividad que rara vez se cuantifica.
Según la profesora Ashley Whillans de la Harvard Business School, un trabajador del conocimiento promedio dedica más de 20 horas semanales a reuniones. La pandemia redujo la duración promedio de estos encuentros en un 20%, pero el número de reuniones aumentó un 13,5%, lo que agravó el problema. Investigaciones recientes indican que el 70% de las reuniones dificultan que los empleados completen sus tareas, lo que impacta negativamente en la productividad.
Fast Company puntualizó que el problema no radica en la existencia de las reuniones uno a uno, sino en la forma, el motivo y la frecuencia con que se realizan. Muchos jefes mantienen estos encuentros por costumbre o culpa, no por una estrategia clara. En algunas organizaciones, se confunden con sesiones de terapia; en otras, con microgestión. Además, la falta de preparación y de interés genuino por parte de los líderes puede destruir la seguridad psicológica del equipo.

La llegada de la inteligencia artificial y las herramientas digitales ha cambiado el panorama. Plataformas como Slack, documentos compartidos, tableros de desempeño y sistemas de retroalimentación en tiempo real ofrecen información continua sobre el trabajo y el estado de ánimo de los empleados. Los gerentes pueden monitorear el rendimiento a través de análisis de productividad, encuestas de pulso y evaluaciones 360, obteniendo una visión más completa que la que proporciona una reunión de 30 minutos por videollamada. Además, estos sistemas no olvidan ni distorsionan la información.
Incluso el aspecto emocional de las reuniones uno a uno está siendo digitalizado. Herramientas como Microsoft Copilot o Reclaim.ai pueden resumir conversaciones, identificar oportunidades de coaching y sugerir seguimientos automáticos. Los algoritmos pueden detectar quién se siente desatendido o desconectado, eliminando la necesidad de depender de la intuición del jefe. Según publicó Fast Company, las tecnologías diseñadas para mejorar las reuniones uno a uno están, en realidad, reemplazando la necesidad de realizarlas, de la misma manera que las calculadoras hicieron opcional el cálculo mental.
El medio plantea que esto no implica la desaparición del feedback, el acompañamiento o la empatía, sino que el formato tradicional de la reunión uno a uno—agendada, sincrónica y ritualizada—requiere una revisión. En un entorno saturado de datos y simulaciones generativas, el jefe que insiste en mantener una reunión semanal puede parecer más anticuado que diligente. El futuro podría estar en una combinación de microinteracciones, recordatorios basados en datos y momentos humanos intencionados, no automáticos.
A medida que la IA generativa avanza y los avatares digitales se vuelven indistinguibles de las personas reales, surge la posibilidad de delegar estas reuniones a “gemelos digitales”: versiones hiperrealistas y emocionalmente competentes de los empleados y sus jefes, entrenadas con datos de evaluaciones previas, interacciones en Slack y competencias de liderazgo. Fast Company describe un escenario en el que los avatares de jefe y empleado intercambian actualizaciones y retroalimentación en una videollamada, mientras los humanos revisan los resúmenes durante el almuerzo, dedicando su tiempo a tareas más productivas.

Empresas como Synthesia y Soul Machines ya desarrollan avatares digitales capaces de mantener conversaciones espontáneas, mientras que Microsoft y Meta invierten en agentes personales de IA que pueden programar, negociar e incluso asistir a reuniones en nombre de los usuarios. En un contexto donde el exceso de reuniones programadas alcanza el 60% y las proporciones de jefes por empleado aumentan, delegar las reuniones rutinarias a un clon digital podría percibirse como una estrategia eficiente de gestión del tiempo.
El artículo de Fast Comapny concluye que la reunión uno a uno, que alguna vez fue un pilar de la gestión moderna, se encuentra al borde de la obsolescencia. Lo que comenzó como un mecanismo para la alineación y el desarrollo profesional se ha convertido, en muchos casos, en un placebo gerencial: reconfortante, habitual y de eficacia cuestionable.
Las exigencias del entorno laboral actual—más rápido, horizontal y flexible—no se ajustan al ritmo pausado de los chequeos programados. En un mundo donde el desempeño es visible en tiempo real y los estados emocionales se infieren algorítmicamente, la reunión semanal uno a uno corre el riesgo de convertirse en el equivalente corporativo de enviar un fax: una práctica anticuada, innecesaria y mantenida solo por quienes se resisten a alternativas más eficientes.
El futuro del liderazgo, según Fast Company, seguirá requiriendo conexión humana y desarrollo de talento, pero la clave estará en la intención y la pertinencia, no en la obligación ni en la rutina. Los líderes más efectivos sabrán cuándo intervenir y cuándo dejar que la tecnología se encargue de las tareas repetitivas asociadas a la empatía y el seguimiento.