
La deficiencia de vitamina D suele asociarse, de manera simplista, a la falta de exposición solar. Esta idea, ampliamente extendida, omite aspectos críticos sobre el metabolismo y la absorción de esta vitamina, esenciales para la salud general.
El médico español Jesús Vázquez planteó un enfoque distinto: “La falta de vitamina D no es por falta de sol, sino por problemas digestivos como un intestino inflamado o un hígado irritado”.

La vitamina D tiene un papel multifuncional en el organismo. Es fundamental para la correcta absorción del calcio, lo que permite la formación y mantenimiento de huesos fuertes y resistentes frente a fracturas y enfermedades óseas como la osteoporosis y la osteomalacia. Además, participa en la regulación del sistema inmunológico, interviene en la función muscular y en la transmisión de señales nerviosas.
Desde la Oficina de Suplementos Dietarios de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos resaltan su acción indispensable para el movimiento muscular, la transmisión de los mensajes entre los nervios y la protección frente a infecciones y enfermedades autoinmunes. A nivel cerebral, se investiga su influencia en la prevención del deterioro cognitivo y ciertas formas de demencia, tal como advirtió Vázquez.
Cuando la vitamina D escasea, el cuerpo puede presentar fatiga, dolor óseo, debilidad muscular e incluso inconvenientes para combatir infecciones. Los valores de vitamina D recomendados varían según la edad y llegan a los 20 microgramos diarios para adultos mayores, quienes presentan mayor riesgo debido a la baja síntesis cutánea y menor absorción intestinal.

La creencia popular señala al sol como principal fuente de vitamina D. Si bien la radiación ultravioleta B genera la etapa inicial de síntesis en la piel, este proceso requiere que la vitamina “precursores” sea transformada por el hígado y los riñones antes de estar disponible y activa en el cuerpo. Vázquez subrayó que los efectos de un intestino inflamado o un hígado irritado pueden impedir el aprovechamiento de la vitamina D, haciendo que, incluso con una exposición solar adecuada, los niveles sigan bajos.
La situación se complica cuando se presentan enfermedades renales o hepáticas crónicas, las cuales reducen la actividad de las enzimas encargadas de convertir la vitamina D a su forma utilizable. Según la Clínica Cleveland, estos y otros problemas metabólicos y digestivos explican por qué existen déficits de vitamina D en regiones con abundante luz solar durante todo el año.
Por otro lado, existen medicaciones que interfieren en la activación o absorción, así como condiciones como la obesidad, donde la vitamina D queda “atrapada” en el tejido adiposo, impidiendo su disponibilidad.

El sistema digestivo resulta crucial en el metabolismo de la vitamina D. Enfermedades inflamatorias intestinales, como la enfermedad de Crohn, la enfermedad celíaca o la fibrosis quística, dañan la mucosa del intestino delgado, dificultando la absorción de nutrientes liposolubles como la vitamina D. Según la Oficina de Suplementos Dietarios de Estados Unidos y la Cleveland Clinic, quienes padecen estas patologías forman parte de grupos de alto riesgo para el déficit.
Las afecciones hepáticas también juegan un papel central, ya que el hígado produce la primera transformación del compuesto en moléculas que luego serán “activadas” por el riñón. La insuficiencia renal impide la segunda conversión necesaria y, como resultado, limita la disponibilidad final de la vitamina D.
Además, factores como la edad avanzada reducen la capacidad de la piel para sintetizar vitamina D y de los órganos para metabolizarla. Un alto índice de masa corporal, la pigmentación de la piel y ciertos medicamentos completan el cuadro de factores de riesgo que actúan, más allá de la exposición solar, sobre los niveles de esta vitamina esencial.

El déficit de vitamina D suele desarrollarse de forma lenta y da lugar a síntomas que pueden pasar desapercibidos inicialmente. Fatiga, debilidad muscular y dolor óseo son frecuentes en adultos, mientras que en los niños pueden evidenciarse calambres musculares o deformidades óseas propias del raquitismo.
Matthew Goldman, especialista en medicina familiar de la Clínica Cleveland, explica que los síntomas suelen ser inespecíficos. En los niños, el padecimiento temprano puede desembocar en retrasos del crecimiento, mientras que en adultos, el déficit crónico predispone a enfermedades como la osteomalacia, la osteoporosis y un mayor riesgo de fracturas.
Además de los daños esqueléticos, las investigaciones señalan que la deficiencia eleva el riesgo de enfermedades autoinmunes, cardiovasculares, metabólicas, infecciosas y ciertos trastornos neurocognitivos, incluida la demencia. Un informe de BMJ Best Practice indica que la vitamina D no es solo nutricional, sino que actúa en múltiples sistemas del organismo, por lo que sus deficiencias tienen un impacto global sobre la salud.

España ilustra la llamada “paradoja de la vitamina D”. A pesar de registrar una de las mayores exposiciones solares anuales de Europa, estudios recientes encuentran una importante prevalencia de déficit de vitamina D tanto en la población general como en grupos específicos.
Un informe de la Fundación Española de Nutrición reporta que cerca del 60% de las personas mayores de 65 años presentan deficiencia de vitamina D, mientras que los valores se sitúan entre el 40% y el 50% en el conjunto de la población en verano. Estos datos respaldan la visión de que el principal problema es la capacidad de absorción y metabolismo, más que la falta de rayos solares.
Los expertos coinciden en la importancia de no suspender los suplementos vitamínicos durante el verano en los grupos de riesgo, ya que la exposición solar, aunque necesaria, resulta muchas veces insuficiente por sí sola cuando otros factores limitan el aprovechamiento de la vitamina.

Detectar una deficiencia requiere análisis específicos. La medición en sangre de la “25-hidroxivitamina D” es el estándar recomendado, aunque el rango considerado “normal” puede variar entre países y guías clínicas. En Estados Unidos, valores inferiores a 12 ng/mL son considerados insuficientes y pueden comprometer la estructura ósea y la salud general. El médico Ramiro Heredia, especialista en medicina interna del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires, indicó en una nota a Infobae que, si bien no existe consenso sobre la frecuencia de análisis en personas sanas, se debe prestar atención en quienes integran grupos de riesgo.
El tratamiento del déficit combina la suplementación con vitamina D2 o D3 y una estrategia de mantenimiento tras la normalización de los valores. Según BMJ Best Practice, el abordaje médico debe ajustarse a la raíz del problema: las personas con alteraciones metabólicas o digestivas requieren controles específicos y terapias adaptadas.
La educación sobre fuentes dietéticas cobra un rol complementario. Alimentos como pescados grasos (salmón, atún, caballa), champiñones, yema de huevo, hígado y productos fortificados son recomendados como parte de una alimentación preventiva, aunque los expertos insisten en que las cantidades suelen ser insuficientes sin suplementación en aquellos que presentan alteraciones en la absorción o el metabolismo.

El manejo óptimo de la vitamina D implica una visión integral. La Cleveland Clinic y la Oficina de Suplementos Dietarios de Estados Unidos coinciden en recomendar una combinación de exposición razonable al sol, consumo de alimentos ricos en vitamina D y suplementación bajo indicación médica.
Para quienes padecen enfermedades que alteran la absorción intestinal, el control médico debe ser estricto y la dosis personalizada según las necesidades y respuesta al tratamiento. En pacientes con insuficiencia renal o hepática, puede ser necesario utilizar formas activas de vitamina D o análogos, algo que solo debe decidirse bajo supervisión profesional.
En cuanto a la prevención, evitar la automedicación con suplementos vitamina D resulta clave, ya que existe riesgo de sobredosis y toxicidad si no se controla su administración. Los grupos de riesgo identificados incluyen personas mayores, quienes padecen enfermedades digestivas, pacientes renales o hepáticos, obesos y personas con piel oscura o poca exposición solar.

La deficiencia de vitamina D exige un enfoque que va mucho más allá de la simple exposición al sol. La presencia de patologías digestivas, hepáticas, renales o ciertos hábitos y condiciones personales pueden modificar drásticamente la capacidad del organismo para producir, absorber y utilizar vitamina D, aun en ambientes con abundante luz solar.
La consulta médica resulta esencial tanto para el diagnóstico como para ajustar el tratamiento a cada situación particular. Los especialistas recomiendan no abandonar los suplementos sin la autorización profesional y prestar atención a los síntomas y factores de riesgo más allá de la estación del año. Adoptar una alimentación variada, fomentar la actividad al aire libre con prudencia y, sobre todo, mantener un seguimiento clínico permitirá asegurar niveles adecuados de vitamina D en el organismo y reducir el impacto de las enfermedades asociadas a su carencia.