
Una parte importante de los incendios que en la actualidad asolan distintas regiones de España guarda relación con un fenómeno atmosférico poco conocido por la mayoría pero de enorme trascendencia: las tormentas secas. Con temperaturas extremas y una ola de calor extendiéndose por el país, comprender cómo estas tormentas inciden en la generación y propagación del fuego resulta clave para entender la magnitud alcanzada por los incendios de este verano.
Según informó la BBC, las tormentas secas se definen por una singularidad atmosférica: la presencia de actividad eléctrica, es decir, la caída de rayos, sin que precipite suficiente lluvia que alcance el suelo. En este tipo de tormentas, la atmósfera genera condiciones propicias para la formación de una tormenta eléctrica común, pero el aire bajo las nubes permanece tan caliente y seco que las gotas de lluvia se evaporan antes de tocar tierra. De esta forma, mientras los relámpagos sí impactan la superficie, la ausencia de agua impide que la vegetación reciba humedad. Así, la posibilidad de que un rayo encienda la maleza seca aumenta considerablemente.
Según expertos de la Agencia Estatal de Meteorología de España (Aemet), y como subraya José Luis Camacho, portavoz de la institución, las tormentas secas destacan por su capacidad para originar fuegos en muy poco tiempo. Al no haber lluvias significativas que limiten el avance de las llamas, y con la vegetación convertida en “lecho combustible” extremadamente seco, cualquier descarga eléctrica puede iniciar un incendio. Además, los vientos asociados a estas tormentas contribuyen a que las llamas se propaguen con rapidez, incluso en áreas alejadas o de difícil acceso para los servicios de emergencia, lo que dificulta aún más las labores de extinción.
Tales fenómenos “hacen que el fuego se origine en poco tiempo, se propague rápido por el viento y, si el lugar es inaccesible, que los medios de extinción tarden en llegar”, dijo Camacho el martes 12 agosto a la agencia Europa Press.

La temporada estival actual en España se ha caracterizado por una persistente ola de calor. Según la Aemet, se han emitido alertas rojas por peligro extremo en provincias como Sevilla y Córdoba, donde se han registrado temperaturas cercanas a los 44 grados centígrados. Este clima extremo se prevé que continúe, con valores entre 40 y 42 grados en amplias zonas del país. Al impacto de las altas temperaturas se suma el hecho de que los incendios forestales han sido numerosos y difíciles de controlar, con ejemplos recientes en localidades como Tres Cantos, a las afueras de Madrid, donde el calor, el viento y la sequedad han complicado la labor de los bomberos.
Las tormentas secas desempeñan, en este contexto, un papel desencadenante. Cada vez que se producen descargas eléctricas sin lluvia efectiva, el riesgo de ignición se multiplica. La meteoróloga Helen Willetts de la BBC explica que en un verano tan seco, incluso una precipitación ligera resulta insuficiente para frenar el fuego. La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos corrobora que, luego de periodos cálidos y secos, solo una cantidad significativa de lluvia puede humidificar suficientemente el suelo y la vegetación para reducir la probabilidad de incendios provocados por relámpagos. Técnicamente, se considera “seco” a cualquier relámpago acompañado de menos de 2,5 milímetros de lluvia.
Un estudio reciente identificó las condiciones meteorológicas que favorecen estos rayos secos: temperaturas elevadas en la superficie del terreno, sequedad en la parte baja de la troposfera y humedad e inestabilidad en capas medias. Dmitri Kalashnikov, investigador de la Universidad Estatal de Washington, destaca que la simultaneidad de igniciones generadas por rayos complica el control de los incendios, en contraste con los fuegos originados por actividad humana, que suelen limitarse a zonas más accesibles.
“Contrasta eso con un incendio causado por humanos”, afirmó Kalashnikov. Y agregó: “Ese tipo de incendio, sea provocado o accidental, se limita a una localidad y por lo general ocurre en sitios cercanos a los que es más fácil acceder”.

No obstante, comprender el mecanismo físico de las tormentas eléctricas ayuda a desentrañar por qué los rayos resultan tan peligrosos en estos escenarios. Las tormentas eléctricas se forman cuando el aire es especialmente inestable. El calor hace que el aire ascienda velozmente, similar al vapor elevándose de una bebida caliente. Este aire, al enfriarse, condensa su humedad en nubes densas denominadas cumulonimbus. Las corrientes ascendentes logran elevar el aire por encima de los niveles de congelación, donde el agua se transforma en hielo o granizo. Esta mezcla de partículas de hielo y agua, al interactuar, produce fricción y acumulación de cargas eléctricas. Una vez que la diferencia de potencial es lo suficientemente alta, se libera la electricidad en forma de relámpago.
El rayo tiene una capacidad térmica formidable, llegando a calentar el aire alrededor de 30.000 grados centígrados. El brusco aumento de la temperatura genera una rápida expansión del aire y origina una onda de choque, percibida como el característico trueno. Sin embargo, en condiciones de tormenta seca, lo determinante no es el estrépito sino el potencial del rayo para iniciar incendios, especialmente cuando el suelo y la vegetación no han recibido agua suficiente para amortiguar el impacto.
El alza de incendios forestales experimentada en el verano español se explica, en buena medida, por la confluencia de una ola de calor prolongada, un déficit hídrico en la vegetación y la aparición de tormentas secas, cuyo mayor peligro reside en la posibilidad de que los rayos promuevan fuegos allí donde los recursos para combatirlos se ven severamente limitados por las condiciones del entorno.