
Distensión abdominal, gases, diarrea o constipación pueden ser señales de un desequilibrio en el intestino delgado.
Tres condiciones vinculadas al sobrecrecimiento de microorganismos —el SIBO, el SIFO y el IMO— comparten síntomas, pero se diferencian por sus causas y por el tipo de tratamiento que requieren. ¿Qué los distingue y cómo se diagnostican?

El intestino delgado, a diferencia del colon, mantiene normalmente una baja carga microbiana. Cuando ese equilibrio se altera, pueden presentarse cuadros funcionales como el SIBO (sobrecrecimiento bacteriano), el SIFO (sobrecrecimiento fúngico) o el IMO (sobrecrecimiento metanógeno).
“Se trata de un sobrecrecimiento bacteriano que normalmente ocurre en el intestino grueso, donde las bacterias ayudan a fermentar y digerir parte de los alimentos. Cuando esto avanza hacia el intestino delgado, se denomina SIBO y significa un desarrollo desmesurado del número de bacterias”, explicó en una nota a Infobae el doctor Luis Caro, presidente de la Fundación Gedyt.
“El sobrecrecimiento bacteriano se expresa a través de hinchazón que no se calma muchas veces con la evacuación. Mejora, pero no se cura”, agregó el especialista.
El desequilibrio microbiano responde a diversos factores, incluyendo alteraciones estructurales, motilidad reducida, pérdida de secreciones digestivas o inmunodepresión.

“El equilibrio normal entre la flora bacteriana y el huésped se mantiene por la secreción de ácido gástrico, la integridad del tracto digestivo, la actividad peristáltica y la Inmunoglobulina A”, dijo a este medio la médica gastroenteróloga María Carolina Conlon, del Servicio de Gastroenterología del Hospital Posadas.
La microbiota intestinal está compuesta por miles de millones de microorganismos. Cuando proliferan donde no deben, fermentan alimentos en zonas inapropiadas, generando gases, dolor y otros síntomas.

Es el sobrecrecimiento de bacterias en el intestino delgado, muchas provenientes del colon. Puede deberse a alteraciones estructurales, cirugías, enfermedades como Crohn, diabetes, esclerodermia o incluso presentarse en personas sanas.
“La presencia de SIBO se detecta en el 33,8% de los pacientes con síntomas gastroenterológicos sometidos a una prueba de aliento”, indica un estudio de los Institutos Nacionales de Salud (NIH).
Factores como el estrés, hipoclorhidria y disbiosis contribuyen a su aparición.
Consiste en la proliferación de hongos como Candida en el intestino delgado.
Ocurre con mayor frecuencia en pacientes inmunocomprometidos: con VIH, cáncer, diabetes no controlada o en tratamiento con esteroides o antibióticos.
Implica el aumento de arqueas productoras de metano. “En el IMO lo que están aumentadas son las arqueas productoras de metano”, precisó consultado por Infobae el gastroenterólogo de la división Gastroenterología del Hospital de Clínicas Carlos Waldbaum. Estos microorganismos no son bacterias, sino procariotas.
“Las arqueas forman un dominio distinto de las bacterias. En el test de aire espirado se detecta la presencia de metano que estas producen”, detalló el especialista. “A diferencia del SIBO clásico, donde hay más diarrea, en el IMO predomina la constipación, aunque también puede haber distensión abdominal y meteorismo”.

Los tres cuadros comparten signos digestivos: distensión abdominal, dolor, gases, alteraciones del tránsito intestinal, fatiga y pérdida de nutrientes. Sin embargo, presentan matices:
Puede manifestarse con diarrea o estreñimiento, dependiendo del tipo de bacterias predominantes (productoras de hidrógeno o metano). Hay mala absorción, deficiencias nutricionales, dolor abdominal y síntomas extraintestinales como ansiedad, insomnio y cefaleas.
“El SIBO suele tener casi siempre recidivas, es raro que solo se tenga una vez”, indicó la dietista-nutricionista y miembro de la Academia Española de Nutrición y Dietética, Alicia Salido.
Diarrea, distensión, dolor abdominal severo. En inmunodeprimidos, los síntomas pueden exacerbarse.
Estreñimiento persistente, heces fétidas, dolor abdominal y enlentecimiento del tránsito intestinal. Algunas investigaciones lo vinculan con el síndrome de intestino irritable.
“En algunos casos el diagnóstico se puede orientar también con una prueba terapéutica”, explicó Waldbaum.
“Es decir, si hay sospecha clínica y el test no está disponible o no es concluyente, se puede intentar el tratamiento y observar la respuesta”.

Para detectar el SIBO e IMO, se utiliza el test de aire espirado. “Definitivamente hay un test para detectar el SIBO, que es el aire espirado”, explicó a este medio el doctor Alberto Cormillot.
El análisis mide niveles de hidrógeno y metano después de ingerir azúcares como lactulosa o glucosa. En el caso del SIFO, no hay una prueba diagnóstica estándar, por lo que se requiere evaluación clínica y exclusión de otras patologías.
“Es muy importante derivarlo al gastroenterólogo. Estos síntomas pueden enmascarar otras patologías que comparten síntomas”, advirtió Salido.

El tratamiento incluye antibióticos específicos como rifaximina o neomicina, dependiendo del gas predominante. “Se hace un timpanismo, que es la percusión del abdomen: se escucha como un vacío, lo que indica acumulación de gases. Y entonces hay que tratarlos con algunos antibióticos que son muy específicos. Al margen de estos antibióticos, que eliminan las bacterias anómalas, luego hay que repoblar el intestino con probióticos adecuados”, detalló Caro.
“Con los antibióticos se eliminan las bacterias en número, en calidad y en cantidad”, agregó el especialista. La dieta baja en FODMAP, junto a probióticos y suplementos, es un pilar del abordaje. El plan debe ser personalizado y supervisado por un profesional.
Requiere antifúngicos como fluconazol o nistatina. El abordaje es individualizado, considerando comorbilidades e inmunidad. Aún no hay consenso sobre dosis ni duración.
Suele tratarse con la combinación de rifaximina y neomicina. En algunos casos se implementa una dieta de eliminación para reducir el alimento disponible a las arqueas.
“Los resultados mejoran cuando se combinan tratamientos farmacológicos y cambios dietarios. El objetivo es reducir el metano y mejorar la motilidad intestinal”, explicó Waldbaum.

El SIBO puede derivar en cuadros más graves si no se aborda correctamente: “La dieta no es un complemento, sino un pilar clave hacia la curación”, insistió Salido. El riesgo incluye desnutrición, anemia, patologías autoinmunes, afecciones cutáneas y enfermedades inflamatorias intestinales.
El tratamiento oportuno, con acompañamiento médico y nutricional, permite mejorar la calidad de vida y evitar complicaciones.