Tel Aviv — En una parte del mundo, donde las condiciones lo permiten, las dietas se estructuran entre tres a cinco comidas al día, y se procura variedad de alimentos. En la comunidad palestina, cuando mucho, se comen lentejas dos veces al día.
Esa es la dieta diaria de Esseid, de 25 años, estudiante de Derecho que vivía en Ciudad de Gaza hasta que el conflicto lo desplazó.
Con Esseid, radicado en la localidad de Deir Al-Balah-Gaza, sostuvimos una charla vía Zoom desde Tel Aviv, durante un viaje organizado por Fuente Latina con estudiantes de Periodismo de Estados Unidos.
Cuando comenzaron los bombardeos en el norte de Gaza, folletos lanzados desde aviones israelíes ordenaron a los habitantes evacuar de inmediato. Como muchos otros, Essaid se trasladó al refugio de Deir Al-Balah, en el centro de Gaza, donde residió en una escuela junto a otras familias. Durante uno de los ceses al fuego, a Essaid y su familia se les permitió regresar solo para encontrar los escombros de lo que alguna vez fue su hogar.
“Estábamos sorprendidos de ver que nuestra casa fue bombardeada y completamente destruida”, recuerda Essaid.
Ya sin techos ni pertenencias, Esseid y su familia regresaron a la escuela en la región de Deir Al-Balah, donde fueron realojados por primera vez.
“Así que regresamos de donde vinimos, pensamos que quedarnos en la escuela es probablemente mejor que en una casa completamente destruida.”
Hoy, el palestino, quien pidió ser identificado solo por su segundo nombre por motivos de seguridad, vive en un aula improvisada junto a otras familias, entre paredes marcadas por humedad, y las colchonetas, colocadas una junto a otra, apenas permiten moverse. Los alimentos, que brillan por su ausencia, solo intensifican las condiciones inhumanas que se viven en estos refugios. Esseid, quien ha perdido 20 kilos desde el inicio de la guerra, solo come “dos platos de lentejas al día, dos platos de lentejas sin pan, sin nada.”
La escasez de alimentos ha derivado en una emergencia nutricional sin precedentes. Según el IPC (The Integrated Food Security Phase Classification), más de 500.000 personas (casi un cuarto de la población de Gaza) enfrentan condiciones cercanas a la hambruna, mientras que el 39 % pasa días sin comer al menos una ración normal de alimentos.
¿A quién responsabiliza Esseid? A ambos bandos. Por un lado, critica lo que define como “bloqueo israelí”, que impide el ingreso de ayuda esencial. Durante las semanas más críticas, el precio de la harina “llegó a costar 50 dólares”, dice. Solo en los últimos días, con un poco más de ayuda entrando, el precio bajó a tres dólares.
Por otro lado, responsabiliza a Hamás, a quien acusa de retener parte de esa ayuda —estimando una apropiación del 30 % de toda la asistencia humanitaria destinada principalmente para los más hambrientos, incluso la ayuda proveniente de entidades internacionales.
“Hamás no tiene ningún interés en el pueblo palestino… esto lo sabemos desde 2007”, afirma, recordando el golpe de Estado y el rechazo a los acuerdos de paz desde entonces.
Paralelo a la situación en Gaza, Othman, venezolano de raíces palestinas, nacido en Valencia, Venezuela y asentado en Cisjordania (West Bank) desde 2018, comparte la misma frustración que Esseid por la falta de comida.
El testimonio de Othman, radicado en Cisjordania, también lo obtuvimos mediante una conexión virtual desde Tel Aviv.
“Yo suelo comer lentejas una o dos veces al día, y al día siguiente lo repito”, dice Othman. “Para tratar de estirar el mismo plato, y eso me tiene bien cansado y obstinado.”
Y en muchas ocasiones, ni siquiera hay lentejas.
“A veces como un pan con mortadela y esa es toda mi comida del día”, dice.
Othman quien preserva sus apellidos por motivos de seguridad, llegó a Palestina por primera vez en 2009 pero regresó a Venezuela debido al choque cultural; volvió a Cisjordania para escapar de la situación insostenible bajo el gobierno dictatorial de Nicolás Maduro, de la violencia en Venezuela; sin embargo, estos problemas en Cisjordania tienen rostros muy distintos.
“En Venezuela da miedo caminar”, afirma. “Pero viviendo en ambos lados, se siente más peligroso acá.”
En Cisjordania, aunque la delincuencia es menor, el peligro es mucho más impredecible: según Othman, los soldados del IDF (Israel Defense Forces) patrullan las calles y, asegura, con frecuencia disparan a ciudadanos sin advertencia.
“Es seguro estar aquí, no”, dice Othman, “de repente te pasan de lado y te pueden dar un tiro”, lamenta.
Relata que a veces irrumpen en casas en persecución de un objetivo, y sin previo aviso.
“Dispararon a alguien por la calle así por disparar”, y luego dijeron ‘bien hecho por darle ese tiro’”, recuerda Othman, quien asegura que los soldados tratan estos actos como prácticas de entrenamiento.
Aunque reconoce que las condiciones en Cisjordania son críticas, para Othman no hay comparación con vivir en Venezuela, incluso con el conflicto constante y la amenaza diaria.
“Aquí por lo menos a veces puedes comer”, dice, comparando la situación de la escasez con la de su país natal.
Por ahora, su meta es llegar a España, lejos de la guerra y la inestabilidad. Los retos económicos lo frenan, trabaja en una fábrica de especias y gana el equivalente a 400 dólares al mes, pagados en un solo depósito mensual, lo que complica aún más ahorrar para el viaje.
“Hay tantos gastos, cosas, las necesidades de la casa. El día que tú cobras, a los cinco minutos ya no tienes nada”, se queja.
Al final del mes, Othman apenas logra reunir el equivalente a 10 dólares, mientras que necesitaría, según él, al menos 400 euros solo para comprar un boleto de avión. A esto se sumaría el costo de un viaje a Jordania, ya que actualmente no hay aeropuertos activos donde vive, y otros 1,000 euros necesarios para poder ingresar a España como turista. Una suma de dinero que para el joven venezolano significaría “trabajar 5 meses seguidos sin gastar ni un centavo”, asegura.
A pesar de sus planes de emigrar, Othman mantiene la esperanza de que se llegue a un tratado de paz, ya sea mediante la unificación de todos los estados o el reconocimiento de un Estado Palestino, porque mientras la guerra continúe, las deudas sin saldar y los platos rotos, “siempre lo va a pagar la población.”
*Estudiante de Periodismo de FIU