
“Su magnetismo animal atraía a estudiantes y noctámbulos parisinos”, recordó un testigo, como si intentara explicar lo imoosible: el hechizo de Thierry Paulin. Este joven antillano duwño de una belleza irresistible que, entre 1984 y 1987, sembró una angustia callada en los barrios de París, tras asesinar con brutal precisión a más de veinte mujeres. Detrás del camarero encantador del Paradis Latin, se ocultaba uno de los criminales más despiadados que haya recorrido las calles de la capital francesa. Su violencia, metódica y sin temblor, desconcertó incluso a los psiquiatras.
De acuerdo con Le Monde, la serie de homicidios inició el 5 de octubre de 1984, en un modesto departamento ubicado en Montmartre. La policía encontró el cuerpo de una mujer de 83 años: estaba atada, estrangulada, despojada de todo lo que tuviera valor. Cuatro días más tarde se localizó a Suzanne Foucault, de 89 años, asesinada en su casa tras volver del supermercado. El patrón de Paulin era claro: elegía víctimas de edad avanzada, las seguía hasta sus domicilios y las atacaba únicamente para apoderarse de sumas modestas, alrededor de 2.000 francos (alrededor de 300 dólares) por crimen.
La psicosis se adueñó de Montmartre. En los cafés, los vecinos evitaban mencionar las muertes, como si el silencio pudiera detener la matanza. En los edificios antiguos, las mujeres mayores de 80 años colocaban sillas detrás de las puertas. Dejaban de abrir a desconocidos. Cambiaban sus rutinas. El miedo había dejado de ser un rumor: ya vivía entre ellas.
La Brigada Criminal se enfrentó a enormes obstáculos durante su investigación. Bajo presión política, con las elecciones legislativas de 1986 en el horizonte, se desplegó vigilancia especial en oficinas de correos, bancos y mercados utilizados por ancianos. Sin embargo, los retratos armados por la policía resultaron insuficientes y ambiguos. Testigos ocasionales, como un grupo de niños que describieron al asesino con un peinado similar al de Carl Lewis, no aportaron datos útiles. El archivo central francés, enfocado solo en sospechosos ya fichados, frustró la identificación pese a contar con huellas dactilares en tres escenas del crimen.

La opinión pública y la prensa local comenzaron a definir la situación como obra de un “asesino en serie”, aunque la policía precisó que no se trataba de delitos sexuales, sino de un homicida movido por furia y desapego. Le Monde refirió que Paulin, ante la negativa de sus víctimas a revelar dónde guardaban sus ahorros, incrementaba la brutalidad de sus ataques. Pese al escaso botín obtenido y su aparente indiferencia tras cada crimen, continuó alimentando el ambiente de miedo en la ciudad.
Le Parisien precisó que, entre los detalles que emergieron durante el proceso judicial destacó la presencia de un cómplice, Jean-Thierry Mathurin, también antillano y compañero sentimental de Paulin. Ambos trabajaban de camareros, compartían la adicción a las drogas y frecuentaban locales nocturnos como el Palace. Las seis semanas de asesinatos del otoño de 1984 terminaron con una pausa inexplicada de casi un año. Los investigadores creían que el responsable pudo haber estado en prisión debido a que los crímenes cesaron abruptamente. En realidad, la separación de la pareja y la deriva de ambos en el mundo de la droga explicaron el intervalo.
Cuando Thierry Paulin volvió a actuar a finales de 1985, eligió otras áreas de París y sumó nuevas víctimas. El impulso parecía guiado por la urgencia económica. Así, entre el distrito 14º, 5º, 10º, 11º y 12º, siete mujeres fueron asesinadas hasta febrero de 1986 y al menos seis más en junio. Pese a repetirse la aparición de huellas dactilares no identificadas, la policía no lograba concretar ninguna conexión. La situación resultó particularmente frustrante para la Brigada Criminal, sobre todo tras el episodio de agosto de 1986: Paulin fue arrestado en Alfortville durante una pelea entre delincuentes, presentado ante el tribunal y condenado a un año de prisión. Nadie verificó sus huellas Y las comparo con las recogidas en las escenas de los crímenes.

Según consignó Le Monde, Paulin ya tenía antecedentes. En 1982 agredió a una comerciante de 75 años en Toulouse para robarle 1.400 francos (alrededor de 214 euros). Tras la condena a prisión condicional y la expulsión del ejército, sus huellas no ingresaron en el registro central. Al salir de la cárcel, el 1 de septiembre de 1987, Paulin volvió a la vida nocturna, hospedado en casas de estudiantes atraídos por su personalidad. Durante octubre y noviembre, 11 mujeres resultaron asesinadas en los distritos 10º y 12º. El 25 y el 27 de noviembre cometió dos crímenes adicionales, lo que le permitió celebrar su cumpleaños invitando a sus amigos al club.
En este último ciclo criminal, algunas mujeres atacadas lograron sobrevivir. El agotamiento y el descuido de Paulin coincidieron con una etapa en que, en prisión, había recibido el diagnóstico de sida. Se especuló acerca de su intención de acelerar el desenlace de su propia historia. El refinamiento en los identikts aludía a una figura mestiza y físicamente atractiva, lo que, junto a testimonios de jóvenes policías sobre su presencia frecuente en clubes nocturnos, facilitó su identificación.
El desenlace llegó el 1 de diciembre de 1987, cuando un comisario reconoció a Thierry Paulin en la vía pública y procedió a su arresto. El joven confesó inmediatamente 21 asesinatos, manifestó indiferencia y detalle en cada declaración. Los investigadores señalaron su ausencia de emociones y describieron su proceder como el de un “asesino mecánico”, únicamente centrado en la supervivencia cotidiana. Según publicó el medio, Jean-Thierry Mathurin fue sentenciado a cadena perpetua como cómplice de la primera oleada criminal.
Sin wmbargo, los familiares de las victimas de Thierry Paulin no sintieron que se hiciera justicia. El asesino falleció en prisión el 16 de abril de 1989, antes de enfrentar su proceso judicial.