Los cuerpos llegan por centenares a una polvorienta plataforma ferroviaria, sin nombre, mutilados y desenterrados de barro, arena o trincheras colapsadas. Son descargados en rápida sucesión de un vagón refrigerado y trasladados a un laboratorio de campaña junto a las vías, donde se examinan y registran con discreta eficiencia.
Según el informe de The New York Times, este gran envío de fallecidos, devuelto por Rusia a Ucrania en el marco de un intercambio, constituye uno de los pocos avances logrados tras tres rondas de negociaciones por el alto el fuego coordinadas por Estados Unidos. Ni esas conversaciones ni la cumbre entre el presidente Donald Trump y el líder ruso, Vladimir Putin, han logrado frenar el combate en el frente.
Ucrania aspira a identificar cada uno de los seis mil cuerpos recibidos bajo un acuerdo sellado en Estambul, que incluyó también el intercambio de prisioneros, para devolver los restos de los soldados a sus familias.

Estos cuerpos representan solo una pequeña parte de las más de setenta mil personas, entre militares y civiles, que figuran como “desaparecidas en circunstancias especiales”, el término legal para cuando se desconoce el paradero de una persona.
Los primeros restos regresaron a Ucrania en junio. Un proceso similar a una cinta transportadora, instalado en una estación de ferrocarril de la región de Odesa en el sur del país, busca agilizar la identificación, al margen de las autopsias convencionales en morgues ya saturadas.
Según detalla The New York Times, un total de seis equipos se encargan del trabajo forense bajo un sector de la plataforma cubierto con redes de camuflaje para mitigar el sol veraniego. Cada grupo está formado por un investigador policial, un técnico forense, un patólogo, un oficial de inteligencia y un operario sanitario.
“Somos los primeros en Ucrania en organizar este tipo de trabajo”, explicó Tetyana Papizh, jefa de la oficina forense regional a The New York Times.
Los cuerpos se trasladan de estación en estación con un proceso que demora entre 20 y 30 minutos por cadáver. El personal revisa la presencia de explosivos, registra objetos personales y toma muestras para análisis de ADN. Cuando es posible, aplican técnicas especiales para obtener huellas dactilares: sumergen los dedos en agua casi hirviendo y después los introducen en agua fría para recuperar las huellas.
A cada cuerpo se le asigna un número de identificación de diecisiete dígitos, que incorpora la fecha de llegada, la institución receptora y un número secuencial individual. The New York Times describe que documentos, etiquetas, joyas o fragmentos de ropa extraídos de los restos pueden ser clave para la identificación. Un técnico fotografía cualquier hallazgo, lo embolsa por separado y lo coloca de nuevo junto a los restos en una nueva bolsa.

“Los objetos personales son extremadamente importantes”, explicó Andriy Shelep, investigador principal de la policía encargado de crímenes de guerra. “Algunas familias desconfían de los resultados de ADN. No aceptan la muerte y creen que su ser querido sigue cautivo. Pero al ver los efectos personales recuperados, esa duda desaparece”.
La tensión en el trabajo con los muertos es tácita, pero permanente en cada gesto sobre la plataforma, donde el aire está saturado por el hedor de la descomposición.
Ruslana Klymenko, patóloga de 27 años, se inclinó sobre un cuerpo medio descompuesto. Fluidos cadavéricos habían atravesado varias capas de su traje protector. En la cabeza lucía dos cintas rosas, el único elemento colorido en un entorno sombrío bajo las redes de camuflaje.
“Falta la mandíbula inferior”, informó a un investigador, quien lo consignó de inmediato.
Cada pocos minutos, una nueva bolsa blanca se dispone sobre la mesa y se abre. Lo que parece trapos y tierra a menudo es tejido en avanzado estado de putrefacción.
The New York Times enfatiza que en el último intercambio con Rusia, que recibirá un número igual de cuerpos, mil seiscientos restos se trasladaron a la ubicación en la región de Odesa. El martes llegaron mil más a Ucrania. La prensa rusa apenas ha reseñado la devolución de cadáveres rusos, mencionando solo algunos envíos de pocas decenas.

La identificación de los seis mil cuerpos, según contó a The New York Times, el ministro del Interior, Ihor Klymenko, podría requerir más de un año. La tarea se complica porque algunas bolsas contienen partes de más de una persona.

Entre quienes aguardaban el regreso de un ser querido estaba Tetyana Dmytrenko, de Kiev. Su esposo, Oleksandr Dmytrenko, murió a los cuarenta y cinco años junto a todos los miembros de su unidad el 15 de noviembre de 2023 cerca de Bajmut. Las fuerzas rusas tomaron la zona y no fue posible recuperar los cuerpos.
“Solo me quedó su último mensaje: ‘Te amo’”, relató la señora Dmytrenko a The New York Times. “Luego vinieron un año y ocho meses de espera, de incertidumbre, que fue peor que el infierno”, agregó.
El 23 de junio, recibió una llamada de un investigador policial: el ADN de uno de los cuerpos devueltos coincidía con el de Maryna, su hija de veintiún años. La señora Dmytrenko acudió a la morgue para la identificación formal, aunque reconoció que no quedaba nada por identificar.
Recuerda que su esposo repetía que su mayor temor era morir en combate y no ser recuperado. “Ahora tengo paz al saber que está en casa”, concluyó.