
Un hábito aparentemente inofensivo se está consolidando como una práctica cotidiana en millones de personas: llevar el teléfono al baño.
Revisar redes sociales, responder mensajes o incluso jugar videojuegos mientras se está sentado en el inodoro puede parecer una forma inocente de aprovechar el tiempo.
Sin embargo, los médicos advierten que esta conducta puede generar consecuencias negativas para la salud.

Según una encuesta difundida por Science Alert durante el congreso Digestive Diseases Week en California, el 93% de los participantes admitió usar el teléfono en el baño al menos una vez por semana. Una gran mayoría de ellos permanecía allí más de seis minutos.
Para quienes no padecen problemas digestivos, los especialistas recomiendan que el acto defecatorio no supere los tres a cinco minutos.
“La gente que mira su teléfono en el baño y la gente que miente sobre el hecho de mirar su teléfono en el baño son los dos únicos tipos que existen”, ironizó Nir Eyal, autor especializado en comportamiento humano, en diálogo con The Washington Post.
Más allá del tono anecdótico, los profesionales de la salud insisten en que la posición prolongada sobre el inodoro expone al cuerpo a presiones indebidas.

La doctora Trisha Satya Pasricha, médica en el Beth Israel Deaconess Medical Center de Boston, explicó que el problema no radica en el dispositivo sino en el tiempo que se pasa sentado. “Permanecer sentado durante demasiado tiempo afecta a la respiración y a la postura”, afirmó.
En particular, se ve comprometido el sistema vascular del recto. Las venas situadas alrededor del ano deben soportar el peso corporal sin apoyo de los muslos, lo que facilita la aparición de hemorroides.
Una investigación italiana realizada en 2019 ya había identificado una correlación directa entre la duración de la estancia en el baño y la gravedad de las hemorroides. Cuanto más se prolonga la sesión, mayor es la presión en los vasos sanguíneos perianales, lo que acelera la degradación del tejido de soporte y favorece los síntomas dolorosos.

La gastroenteróloga estadounidense Roshini Raj y autora del libro Gut Renovation, sostuvo que “no conviene pasar más de 10 minutos en promedio” sentado en el inodoro. En declaraciones públicas, advirtió que el diseño del sanitario contribuye al problema: “Hay un agujero en el centro. La zona anorrectal cuelga un poco más abajo que la parte que se apoya, los muslos. Sólo por esa posición, la gravedad hace que todo cuelgue un poco, y eso provoca presión en las venas”.
El expresidente de la Sociedad Argentina de Gastroenterología Edgardo Smecuol remarcó en una nota con Infobae que “cuanto más tiempo uno se encuentra en el inodoro, sea por el intento de evacuar o por circunstancias tecnológicas, más perjudica al organismo en término de las presiones a las que son sometidas las venas que se encuentran en el sector perianal que se dilatan y generan hemorroides”.
El riesgo, además, no se limita a las hemorroides. También se incrementa la posibilidad de sufrir un prolapso rectal, una condición en la que parte del intestino sobresale hacia el exterior. Por otra parte, la sobreexposición a esta postura puede interferir con los reflejos digestivos. “El acto defecatorio nos convoca a través de un reflejo. Si uno permanece durante mucho tiempo sentado indicándole al sistema digestivo que está evacuando, puede provocar una gran confusión de señales”, añadió Smecuol. Entre las consecuencias, mencionó desde el estreñimiento hasta la incontinencia.
Raj también señaló que el peristaltismo —el movimiento muscular que impulsa las heces a través del intestino— puede verse alterado por la falta de respuesta efectiva a la señal de evacuación. “Tu cuerpo puede empezar a no reconocer esas señales también, por lo que puede conducir al estreñimiento si estás sentado durante períodos prolongados en el inodoro sin realmente tener un movimiento intestinal”, explicó.

Más allá del impacto físico, los dispositivos utilizados en el baño representan un vector potencial de transmisión de agentes patógenos. La descarga del inodoro puede liberar partículas en aerosol que contaminan las superficies cercanas, incluidos los teléfonos móviles si se apoyan en el lavabo o en estantes contiguos. Esta contaminación, aunque invisible, puede alcanzar manos, rostro y otros objetos con los que se tiene contacto directo después del uso.
“Veo a mucha gente que se intoxica o se contagia de diferentes bacterias por no tener buenas prácticas de higiene en el baño”, indicó Raj. La recomendación de los especialistas es clara: evitar manipular dispositivos mientras se está en el inodoro y desinfectarlos periódicamente si fueron expuestos a este entorno.

El uso de pantallas en el baño no es un fenómeno nuevo. Hace décadas que las personas llevan libros y revistas al sanitario, pero los teléfonos ampliaron esa práctica hasta límites que muchos ya no controlan. Para Eyal, el problema no es solo conductual, sino emocional: “El 90% de las veces que nos distraemos con nuestros teléfonos se debe a lo que ocurre en nuestro interior. Aburrimiento, soledad, fatiga, incertidumbre, estrés, ansiedad. Estas sensaciones nos llevan a buscar un escape de nuestra realidad actual”.
Desde esta perspectiva, prolongar el tiempo en el inodoro puede ser un síntoma más de una dificultad mayor para gestionar el tiempo, el estrés o las demandas de la vida cotidiana. La clave, sugiere Eyal, no está en prohibirse el uso del teléfono, sino en entender para qué se lo usa. “Si decís: ‘Planeé estar con mis hijos, pero ahora me quedé en el baño durante 30 minutos haciendo scroll en TikTok o Instagram’, bueno, ahora estás distraído, porque planeaste hacer algo y no lo estás haciendo”.