
Por Ismael Cala
17 Mayo 2025, 09:00 AM EDT
El nombramiento de un nuevo Papa siempre es considerado una noticia histórica, que acapara diarios y noticieros por días. Esta vez, y gracias a las redes, León XIV como sucesor de Francisco, no solo marca un hito para la Iglesia Católica, sino que representa un poderoso mensaje al planeta: el futuro del liderazgo espiritual —y me atrevo a decir, del liderazgo en general— tiene un rostro más diverso, más global, más abierto a la comprensión de las distintas culturas y realidades, sobre todo en un mundo donde debemos recordar que todos somos emigrantes.
De origen multiétnico: pasando por Haití, Dominicana, España, Francia y Nueva Orleans, León XIV (nacido en Chicago) simboliza el mestizaje de orígenes, historias y sensibilidades que caracteriza a nuestro siglo XXI. Su designación no es casual en un tiempo donde el diálogo intercultural, la migración, los desplazamientos forzados, las desigualdades y las brechas de entendimiento siguen siendo desafíos urgentes.
El liderazgo que encarna León XIV trasciende fronteras y etiquetas. Su historia de vida, forjada en contextos donde conviven tensiones sociales, pobreza, espiritualidad popular y modernidad, le otorga una perspectiva enriquecedora que conecta con los dolores, anhelos y esperanzas de millones, dentro y fuera de la Iglesia.
Más allá de la fe católica, este nombramiento nos ofrece una lección sobre el tipo de líderes que el mundo necesita hoy: líderes capaces de tender puentes entre orillas distintas, que comprendan que la autoridad no se sostiene desde la imposición, sino desde la escucha, la empatía y la capacidad de integrar miradas diversas.
En esta era el liderazgo tradicional —jerárquico, autoritario, unidireccional— ya no inspira ni moviliza. León XIV, con su pasado como sacerdote y obispo en Chiclayo, Perú, donde se naturalizó y también vigiló por el bienestar de migrantes venezolanos al norte del país suramericano, nos da la imagen de un liderazgo de rostro humano, profundamente conectado con la vida cotidiana de las personas y con la capacidad de abrir espacios de diálogo allí donde otros solo ven muros.
Su elección es también una invitación a abrazar la diversidad como una fortaleza y no como una amenaza. A dejar de lado los prejuicios y a comprender que solo desde una visión integradora podremos enfrentar los desafíos globales que compartimos como humanidad.
El nuevo Papa trae consigo una mochila cargada de experiencia multicultural, sensibilidad social y espíritu de reconciliación. Quizá, su mayor desafío será recordarnos que, más allá de credos o ideologías, todos habitamos una misma casa común que clama por líderes capaces de escucharla con el corazón abierto.
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