
Llegar a los 60 años ya no es sinónimo de resignación, sino de plenitud. Un estudio de Harvard —el más largo del mundo sobre la vida adulta— reveló que es en esa etapa donde la felicidad y la autoestima alcanzan su punto más alto, especialmente en las mujeres.
La investigación, citada por Vogue, no solo celebra la madurez como un territorio fértil de bienestar, sino que también abre un interrogante incómodo: ¿es necesario esperar seis décadas para priorizar la autenticidad y el cuidado personal? Los datos sugieren que, lejos de apagarse, la satisfacción vital florece con fuerza en la sexta década de vida.

La autora Ana Morales, en su artículo para Vogue, cuenta cómo la investigación despertó en ella la sensación de que la felicidad plena era algo reservado al futuro, casi un consuelo ante los desafíos actuales.
Morales señala que pensó que solo debía aguardar veinte años para convertirse en una mujer capaz de soltar cargas, fijar límites y fortalecer su autoestima. “Total, lo dice la ciencia y lo dicen los psicólogos”, reflexionó, al aludir a figuras admiradas de esa edad como Pino Montesdeoca.
Montesdeoca, entrevistada por Vogue, ilustra los cambios vividos al llegar a la madurez. “Aprendí a decir no a cosas que antes decía que sí. Pero también aprendí a decir que sí a cosas a las que antes decía que no por pudor. Me siento más ligera porque me quité lastre en ese sentido”, señala.

Su testimonio evidencia una transformación en la actitud y la percepción personal, donde la autenticidad y la libertad cobran protagonismo.
La psicóloga Marta Calderero, directora del centro PERSONALIFE Style, ofrece una explicación científica a este fenómeno al describir el proceso como selectividad socioemocional: a medida que pasa el tiempo, las personas toman conciencia tanto de su historia vital como de la finitud de la vida.
“Es ahí donde la mente y la reflexión personal llevan a priorizar lo realmente importante. Se dejan de lado presiones externas o sociales y se centra la atención en disfrutar, en uno mismo, en la calidad de las relaciones y en hobbies antes postergados. Eso lleva a mayor autenticidad”, explicó Calderero.

En las mujeres, este cambio suele ser más marcado, construyendo una autoestima más sólida y promoviendo la capacidad de poner límites claros.
Al llegar a los 60, la conciencia de que queda menos tiempo empuja a muchas personas a transformar su actitud y buscar una existencia más auténtica.
“Se aprenden límites porque somos conscientes de que el tiempo es finito y queremos aprovecharlo, invirtiendo la energía únicamente en lo que nos genera satisfacción”, añadió la psicóloga.

Aunque esta visión resulta positiva, Calderero advierte que no debe servir de excusa para retrasar el bienestar y el autocuidado hasta la madurez.
Morales advierte que vivir aguardando el “momento perfecto” para ser feliz empuja a transitar la vida en modo automático, atrapados por la rutina de la crianza o el desarrollo profesional.
Asumir que la plenitud llegará solo con la jubilación, o con suficiente experiencia acumulada, es un riesgo. Según la visión de Calderero, los datos del estudio invitan a no aplazar la conexión con uno mismo ni el bienestar: “No hace falta esperar a los 60 años para vivir así”, recalcó la psicóloga, quien propone practicar el autocuidado funcional y buscar equilibrio entre deberes y disfrute personal.

La propuesta se centra en abandonar la necesidad de aprobación externa y analizar cada día qué suma y qué resta en la vida. Es clave encontrar tiempo para uno mismo sin culpa, reír y leer más, cuidar los vínculos esenciales, aprender a decir no y también a aceptar nuevas experiencias, así como dejar de compararse con los demás.
La clave, según Calderero, consiste en vivir con autenticidad y presencia, eligiendo estar en el lugar y el momento deseados, sin esperar condiciones ideales para priorizar el propio bienestar.