
La convivencia de 18 desconocidos en un solo edificio de East Village de Nueva York ha generado dinámicas inesperadas: desde la organización de cenas temáticas hasta la gestión colectiva de los espacios comunes, los residentes han descubierto que la vida compartida puede ser tanto un desafío como una fuente de apoyo emocional.
“La cocina se ha convertido en el corazón de la casa, donde las diferencias culturales se diluyen entre recetas y conversaciones nocturnas”, aseguró uno de sus habitantes a People. Este tipo de interacción, poco habitual en el contexto urbano de Nueva York, es el eje del proyecto Cohabs, una iniciativa que, según People, busca redefinir la experiencia de vivienda en las grandes ciudades.
El modelo de Cohabs se basa en una premisa sencilla pero disruptiva: ofrecer habitaciones privadas de dimensiones reducidas, compensadas por áreas comunes de alta calidad y diseño. El edificio de East Village ejemplifica este enfoque, con espacios individuales que priorizan la funcionalidad y zonas compartidas que incluyen cocinas equipadas, salas de estar amplias y terrazas ajardinadas.

Esta configuración responde a una tendencia global que, según People, ha ganado fuerza en ciudades como Londres, Berlín y Barcelona, donde el co-living se presenta como alternativa frente a los altos costos y la fragmentación social.
El aspecto económico resulta central en la propuesta. El alquiler mensual en Cohabs se sitúa en torno a USD2.200, una cifra que, aunque elevada, resulta competitiva frente al promedio de USD4.000 por un apartamento de una habitación en Nueva York. Esta diferencia se explica por la economía de escala y la optimización de recursos, permitiendo a los residentes acceder a servicios y comodidades que serían inaccesibles de forma individual. Además, la tarifa incluye suministros, limpieza y actividades comunitarias, lo que, según varios inquilinos citados por People, contribuye a una mayor previsibilidad financiera y reduce el estrés asociado a la vida urbana.
Más allá de la cuestión monetaria, el co-living aborda un problema creciente en las metrópolis: el aislamiento social. En un entorno donde la soledad afecta a un porcentaje significativo de la población, la convivencia forzada entre extraños puede parecer arriesgada, pero los testimonios recogidos por People revelan que la mayoría de los participantes valora la posibilidad de construir lazos genuinos. “Nunca pensé que terminaría celebrando mi cumpleaños con personas que conocí hace solo unas semanas, pero aquí se siente natural”, afirma una residente. La estructura del edificio y la programación de eventos fomentan la interacción, desde clases de yoga hasta noches de cine, lo que facilita la integración de perfiles diversos y la creación de una red de apoyo.
El fenómeno del co-living no es exclusivo de Nueva York. En Londres, empresas similares han desarrollado complejos que combinan habitaciones compactas con servicios premium, mientras que en Berlín y Barcelona el modelo se adapta a las particularidades culturales y regulatorias de cada ciudad. La comparación internacional, según el análisis de People, muestra que el éxito del co-living depende tanto de la calidad de los espacios comunes como de la capacidad para gestionar conflictos y expectativas entre los residentes.
A pesar de los beneficios percibidos, persiste la duda sobre si el co-living representa una solución estructural a la crisis de vivienda o si se trata de un experimento pasajero. Los críticos señalan que, aunque el modelo ofrece ventajas en términos de comunidad y coste, no aborda de fondo la escasez de viviendas asequibles ni la desigualdad en el acceso a la propiedad. Para los promotores de Cohabs, la experiencia en East Village constituye un laboratorio social que podría inspirar nuevas formas de habitar las ciudades, pero su viabilidad a largo plazo aún está por demostrarse.