“El mayor descubrimiento de la neurociencia es lo poco que sabemos sobre el cerebro”, explicó el neurocientífico Jonathan Benito

hace 7 horas 1
Un hábito no se consolida en 21 días como afirma la creencia popular, sino que puede requerir entre dos semanas y un año según la complejidad del comportamiento y el nivel de motivación de cada persona

“El mayor descubrimiento de la neurociencia es lo poco que sabemos sobre el cerebro”, afirmó el neurocientífico Jonathan Benito en su paso por un nuevo episodio de La Fórmula Podcast. El especialista abordó temas como la formación de hábitos, los misterios de la mente y los últimos avances en el campo, dejando en claro que, aunque la ciencia avanza a pasos agigantados, aún quedan preguntas fundamentales sin responder. El episodio completo ya está disponible en Spotify yYouTube.

Para Benito, la consolidación de los hábitos es un proceso profundamente ligado a la repetición y a cómo ciertas conductas migran de áreas racionales del cerebro hacia zonas mucho más automáticas. El neurocientífico explicó que “un hábito es una conducta que repetimos muchas veces y llega un punto en el que ya empieza a trabajar de forma semiautomática”. En un primer momento, la acción es gobernada por el lóbulo prefrontal, que representa la toma de decisiones consciente. Sin embargo, tras una serie de repeticiones, dicha conducta se interioriza en regiones más profundas, en concreto en los ganglios basales, facilitando su ejecución de modo casi automático.

Benito detalló que esta automatización permite que el cerebro libere recursos para otras tareas: “Te permite que corra su rutina mental y puedas pensar en otras cosas a la vez”. Sobre los populares plazos para instaurar un hábito, advirtió que no existe una cifra mágica. “La leyenda urbana de los 21 días viene de un cirujano estadounidense que observó que sus pacientes tardaban ese tiempo en adaptarse a su nuevo rostro, pero no hay una base científica sólida detrás”, afirmó. El proceso real puede variar desde unas dos semanas hasta casi un año, dependiendo de la dificultad del hábito y de factores como la motivación.

El experto sostuvo que la repetición es el factor más determinante en la consolidación de hábitos, y enfatizó que el periodo necesario para lograrlo suele estar más cerca de los tres o cuatro meses que de las tres semanas. Además, insistió en la importancia de la motivación y de los factores intrínsecos y extrínsecos a la hora de incorporar nuevas rutinas a la vida cotidiana.

El proceso de formación deEl proceso de formación de hábitos varía ampliamente entre individuos, aunque estudios indican que suele estabilizarse en un rango de tres a cuatro meses cuando hay consistencia y motivación sostenida (Imagen ilustrativa Infobae)

El campo de la neurociencia ha cambiado radicalmente en las últimas décadas, según relató el neurocientífico durante la entrevista. Al recordar sus inicios, Jonathan Benito confesó que, en los años 99 y 2000, la percepción general entre los científicos era que pronto se sabría todo sobre el cerebro o que lo fundamental ya estaba comprendido. Sin embargo, la experiencia y el avance de la investigación le demostraron lo contrario: “El mayor descubrimiento es lo que ignoramos, es que no tenemos ni la menor idea”.

Benito explicó que, aunque es posible describir el funcionamiento de las neuronas individuales y sus conexiones, la verdadera complejidad aparece al considerar el cerebro como una red de 86 mil millones de neuronas. Este entramado da lugar a propiedades emergentes y fenómenos cuya naturaleza sigue siendo un misterio, como la sincronización de las ondas cerebrales. “El desafío es entender un poquito cómo funciona el cerebro y la gran impotencia de no comprenderlo”, dijo.

Uno de los avances sorprendentes a los que hizo referencia fue la posibilidad de que el cerebro humano perciba el campo magnético de la Tierra y utilice esa información, aunque de forma inconsciente, para orientarse en el espacio. “Nuestro cerebro es capaz de leer el campo magnético y situarse en él, aunque nosotros no lo sepamos”, sostuvo el investigador. Además, aludió a estudios recientes que muestran cómo ciertas ondas cerebrales de madres e hijos durante la lactancia se sincronizan, sugiriendo formas de comunicación no verbal aún desconocidas.

Por otra parte, Benito destacó la relevancia de las investigaciones actuales sobre la conexión entre intestino y cerebro. Detalló que la flora intestinal tiene un impacto directo en el humor y el bienestar emocional, gracias a la comunicación a través del nervio vago. Incluso señaló que estos microorganismos pueden modificar la microarquitectura cerebral, aunque todavía no haya suficiente comprensión sobre el proceso. “Dentro de 15 o 20 años nos llevarán a un mundo completamente diferente”, auguró sobre el futuro del campo.

Con 86 mil millones de neuronas conectadas entre sí, el cerebro humano exhibe propiedades emergentes cuya complejidad desafía los modelos actuales, como la sincronización espontánea de ondas eléctricas, según detalló Benito

Jonathan Benito relató que durante años existió un gran optimismo respecto a la posibilidad de ampliar la vida humana a través de la manipulación genética y el estudio de especies longevas. Organizaciones pioneras y empresas de biotecnología destinaron cuantiosos recursos para encontrar los secretos de la longevidad, partiendo de la hipótesis de que bastaría identificar y modificar un puñado de genes clave. Sin embargo, la realidad demostró ser mucho más compleja.

El neurocientífico compartió que él mismo formó parte de investigaciones que buscaban comparar especies de tortugas con diferentes expectativas de vida, intentando descubrir diferencias genéticas responsables de la longevidad. Pronto, el equipo encontró que existía una enorme cantidad de genes implicados y que ninguno parecía ser el factor definitivo. Esta dificultad es representativa del desafío biológico: “era tal la cantidad de genes diferentes... que dejamos ese proyecto”, señaló Benito.

El investigador subrayó que el conocimiento en biología y neurociencia ha crecido de manera exponencial en los últimos veinte años: “El cuerpo de conocimiento que se ha generado ha sido tan grande que ni siquiera somos capaces todavía de asumirlo ni de interpretarlo del todo”, apuntó. Benito comparó el avance de la biología con el de la física, destacando que solo recientemente la biología se ha consolidado como ciencia formal y que aún existen enigmas fundamentales por resolver.

En neurociencia, uno de losEn neurociencia, uno de los avances más recientes es la hipótesis de que el cerebro humano puede detectar el campo magnético terrestre y orientarse en el espacio aun sin que la persona sea consciente de esa capacidad (Imagen Ilustrativa Infobae)

La fascinación por el efecto placebo fue uno de los puntos destacados durante el diálogo. Jonathan Benito explicó que este fenómeno sigue sorprendiendo tanto a pacientes como a científicos: “Por mucho que lo hayas interiorizado, cada vez que me cuentan un nuevo ejemplo de efecto placebo me alucina”, confesó. Detalló un caso paradigmático en el que un grupo de pacientes recibía supuestas pomadas analgésicas tras descargas eléctricas, logrando un claro descenso en la percepción del dolor solo por creer que estaban siendo tratados, a pesar de que la crema no poseía ningún principio activo.

El especialista señaló que en estas situaciones el organismo es capaz de generar sustancias como opioides endógenos y endocannabinoides, responsables de modificar la percepción del dolor, la alegría y el bienestar. En particular, destacó la anandamida, una molécula cuyo nombre proviene del sánscrito y significa “felicidad”. “Hay gente que tiene mutaciones en un gen que produce más anandamida, y son personas notablemente más felices, que no se estresan y sienten menos dolor”, afirmó Benito.

Expuso que la actitud ante la vida y la convicción personal influyen en la liberación de estas sustancias relacionadas con el placer y la resiliencia emocional. El neurocientífico explicó: “Cada vez que tú crees que algo te va a beneficiar, se genera de forma natural anandamida”. Además, mencionó que el deporte también estimula la producción de opioides endógenos y endorfinas, favoreciendo el bienestar general y la capacidad de afrontar el dolor físico y emocional.

(Imagen Ilustrativa Infobae)(Imagen Ilustrativa Infobae)

En la segunda mitad de la charla, Jonathan Benito compartió herramientas y estrategias concretas para mejorar la vida cotidiana, subrayando la importancia de la actitud y la visualización de objetivos. El neurocientífico explicó que muchas personas esperan a lograr éxito o bienestar material para transformar su manera de vivir, pero en realidad “primero tienes que cambiar de actitud para convertirte en la persona que quieres ser”. Aconsejó actuar desde el presente como si ya se hubiera alcanzado ese ideal, afirmando que este enfoque ayuda al cerebro a generar sustancias asociadas al bienestar y puede activar auténticos efectos placebo.

Benito mencionó ejercicios de visualización como el del “yo del futuro”, donde la persona se conecta con su imagen ideal dentro de cinco años y describe con detalle cómo sería su vida en diversas áreas, desde la salud hasta las relaciones personales y el entorno. Según el especialista, al escribir estas metas y visualizarlas como posibles, el cerebro tiende a buscar oportunidades y recursos para hacerlas realidad, incrementando las posibilidades de alcanzarlas.

Asimismo, introdujo la herramienta de la “rueda de la vida”, un esquema que permite analizar y equilibrar distintos aspectos fundamentales: salud, relaciones sociales, amor, dinero, crecimiento personal y entorno. Benito relató el ejemplo de empresarios exitosos que, al plasmar visualmente sus prioridades, descubrieron desequilibrios profundos entre el trabajo, la familia y la salud. El objetivo de este ejercicio, según el neurocientífico, es establecer una hoja de ruta con metas concretas, cuantificables y ajustadas al propio ideal, logrando así mayor satisfacción y sentido vital.

El cuerpo puede generar sustanciasEl cuerpo puede generar sustancias analgésicas naturales cuando la persona cree que está siendo tratada, incluso si no hay principios activos, lo que demuestra el poder del sistema nervioso sobre la percepción del dolor (Imagen Ilustrativa Infobae)

En el cierre del episodio, Jonathan Benito transmitió una mirada honesta y autocrítica sobre los límites actuales del conocimiento en neurociencia. El investigador reconoció que, aunque en el pasado se consideró a sí mismo un científico estrictamente cartesiano, la experiencia y la evidencia recopilada en los últimos años lo llevaron a replantearse viejos paradigmas. “Hasta hace unos años yo pensaba que toda nuestra mente y conciencia recaían exclusivamente sobre el sustrato del cerebro y ahora empiezo a pensar que puede haber algo más allá”, admitió Benito.

Mencionó el trabajo conjunto de 56 médicos del Hospital Universitario de Nueva York, quienes firmaron un artículo que recopila relatos detallados de personas reanimadas tras varios minutos sin actividad cerebral. “Muchos de estos pacientes reportan experiencias muy estructuradas —como revisiones de vida o encuentros con seres queridos— incluso en fases donde el electroencefalograma está plano”, relató el neurocientífico. Este fenómeno, conocido como “lucidez de la muerte”, también se observa en pacientes con enfermedades neurodegenerativas avanzadas, quienes recuperan de forma repentina la conciencia y el reconocimiento de sus seres cercanos poco antes de morir.

Frente a estos enigmas, Benito postuló la necesidad de una mayor humildad científica. “Los científicos miramos hacia otro lado cuando no tenemos respuestas, pero la ciencia está montada sobre preguntas enormes, y deberíamos ser mucho más humildes ante lo que no sabemos”, concluyó. Además, recordó que la comprensión biológica y neurológica todavía se encuentra en una fase incipiente, condicionada por los límites de los sentidos humanos y la complejidad de la propia mente.

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