“No trabajo por dinero. Lo que la gente cree es que tengo enormes reservas y, en realidad, todo lo que gané lo gasté”, afirmó Jason Isaacs en una entrevista para New York Magazine, derribando mitos que circulan en la industria. A sus 62 años, tras décadas de papeles secundarios y villanos memorables, el actor británico atraviesa una inusual exposición en Estados Unidos gracias a la serie The White Lotus.
“Estuve oculto a simple vista durante treinta años”, reconoció sobre una carrera marcada por personajes complejos y por evitar el estrellato tradicional. Además agregó: “Jugué golf con millonarios y cené con personas sin hogar. Siempre quise meterme en mundos ajenos”.

La masividad llegó tarde, envuelta en polémicas y escenas virales. Como Timothy Ratliff, empresario sureño ambiguo en la tercera temporada de The White Lotus, Isaacs se volvió tendencia incluso antes del estreno. Sobre esto, mencionó con humor: “Aparecí en todos los medios. Había una escena muy comentada donde el albornoz se me cayó y todo fue sobre si usé o no prótesis en mis genitales. Pensé que sería inteligente negarme a hablar del tema y solo logré que preguntaran más”.
Aunque el salario no fue elevado y comentó que cobraron USD 40.000 por episodio, muy por debajo de lo habitual en televisión estadounidense, también aseguró que todos habrían participado gratis. El contraste con su país es evidente: “En Reino Unido soy nombre familiar. Allá tengo clubes de fans de señoras entradas en años que no se pierden ni una aparición”.
La capacidad de mimetizarse fue parte de su identidad desde niño. “Cuando me mudé de Liverpool a Londres a los 11 años, cambié mi acento. Después, en la universidad, afiné aún más para sonar bien posh. Era código, pero también vocación”, confesó.
Su ingreso al teatro fue accidental y reveló: “Una noche, borracho, entré a probar suerte en la sociedad de teatro. Necesitaban a alguien con acento del norte, usé el mío y quedé de protagonista”.
Asimismo, la observación constante lo convirtió en un actor que atraviesa entornos sociales diversos. “He caminado con millonarios en campos de golf o convivido con banqueros de los ochenta que lo perdieron todo o se retiraron millonarios. Por eso, tipos como Tim Ratliff no me resultan extraños”.

Isaacs no es esquivo a hablar de las dificultades del medio. “Trabajé con actores que fueron los peores bullies, leyendas que fuera de cámara hacían cualquier cosa para opacarte”, admitió. Recordó su debut cinematográfico disfrazado de cirujano invisible junto a Jeff Goldblum, en calzoncillos y recitando a Keats: “Pensé: si todo va a ser así de absurdo, no sé si aguanto”.
En “El Patriota", su villano despiadado le dio fama global. A propósito de la producción, explicó: “Mel Gibson era encantador y brillante, pero también cargaba con una sombra enorme que es pública. Aun así, cuando me explicó sus demonios lo perdoné en el acto”.
Mientras que “Armageddon”, vivió un traspié: “Iba a ser astronauta, no pude y terminé de científico al lado de Billy Bob Thornton. Me convertí en extra de lujo por seis meses. Solo sostenía el clipboard. Fue el punto más bajo de mi carrera hasta ese entonces”.
La oscuridad de algunos de sus personajes no fue ajena a su vida personal. “Consumí durante veinte años, mi cerebro era una licuadora. No fui mal portado, solo un zombi”, recordó. Durante aquella etapa evitaba el dolor, las ceremonias, los sentimientos incómodos y a quienes estaban fuera de su círculo tóxico. “Ignoré a mucha gente hermosa que merecía mi tiempo”.
El giro llegó gracias a su pareja, la documentalista Emma Hewitt. Sobre esto, analizó en retrospectiva: “Ella se fue por un tiempo porque yo la estaba arrastrando al fondo conmigo. Es la única que vio lo oscuro que estaba. Siguió a mi lado y agradezco que lo haya hecho”.

En otros aspectos, el actor reconoció que sus decisiones artísticas afectaron su economía. “Tras El Patriota rechacé decenas de roles de villano y opté por papeles secundarios poco lucrativos o por el teatro. Ahora, cuando veo colegas en proyectos que claramente hicieron solo por dinero, pienso que, financieramente, fui un idiota”.
Al margen de la publicidad, nunca fue convocado por marcas. “Quizá no quieran asociar sus productos a tipos que queman iglesias o roban pastillas a su esposa. Pero si me llaman para vender teteras o pañales, estoy disponible”, ironizó sobre el tema.
Consciente del paso del tiempo, Isaacs se enfoca en el oficio más que en el legado. “Saben que tengo historias. Fantaseo con un día hacer un junket y contar la verdad, pero no hay valor en eso. La actuación es el arte del secreto”, aseguró, descartando publicar memorias del sistema.

De cara al futuro, mantiene cierta ironía: “Hay una cita de mi amigo Reed Birney: ‘Esperá, que en un par de años nos tocarán los papeles de Alzheimer’. El ciclo continúa. Lo único que espero es seguir eligiendo peligro y verdad, porque ese es el único sentido”.
En una industria de cifras, escándalos y máscaras, el intérprete se mantiene como una rareza: alguien que baja la guardia cuando las cámaras se apagan y no pierde de vista el arte. “Puede que la seguridad financiera sea buena, pero el resto es espantoso”, concluyó sobre su filosofía profesional.