
En 2017, mientras cuidaba de su jardín, Fiona Presly, una asistente de biblioteca en Escocia, se percató de la presencia de un abejorro a sus pies. “Parecía bastante frío y desorientado”, contó a The Dodo For Animal People, una plataforma con enfoque emocional hacia el cuidado y la defensa de los animales. Al verlo vulnerable, como cualquier amante de la naturaleza, Presly decidió moverlo a un lugar más seguro, sin imaginar lo que descubriría. “Lo recogí y noté algo extraño. No tenía alas”, relató.
Preocupada por su bienestar, le ofreció un poco de agua azucarada y lo colocó sobre un brezo en flor. Horas después, cuando ella regresó de su trabajo, notó que el animal no se había movido, pero lo que agravó la situación es que una tormenta se avecinaba.
“Lo llevé adentro esa noche, lo mantuve abrigado y le di más de comer”, explicó la mujer. Al día siguiente, el mal tiempo continuaba, así que optó por mantenerlo consigo más tiempo. Fue entonces cuando decidió buscar orientación especializada y contactó a la Fundación para la Conservación del Abejorro (Bumblebee Conservation Trust), quienes le informaron que probablemente el insecto que tenía en casa sufría de un virus conocido por causar deformidades en las alas, reduciendo significativamente sus probabilidades de supervivencia en la naturaleza.
Pese al diagnóstico desfavorable, Presly no se dio por vencida. “Le hice un jardín”, compartió a The Dodo, explicando que diseñó un pequeño espacio especialmente adaptado para su nuevo compañero, al que llamaría simplemente Bee. Allí, construyó un recinto lleno de flores usando una red, donde el animal podría caminar de flor en flor sin ser molestado por otros insectos.
“Entró, echó un vistazo y se acurrucó. En ese momento me di cuenta ‘realmente tengo una responsabilidad con esta criatura’. Creo que ese fue realmente un punto de inflexión para mí”, recordó.

Lo que siguió fue una amistad extraordinaria entre dos seres de especies distintas, pero conectados por una sensibilidad compartida. Presly cuidaba de Bee diariamente, asegurándose de que siempre tuviera acceso a agua azucarada, resguardándolo del mal clima, y observando con atención su comportamiento. Con el tiempo, algo insólito ocurrió: Bee comenzó a reconocerla.
“Caminaba hacia mí y se subía a mi mano”, contó Presly. “Parecía tan feliz de verme. Me hizo detenerme y pensar: algo está pasando aquí”. Para ella, no se trataba de un simple acto instintivo, Bee parecía disfrutar genuinamente de su compañía. “Fue como si todo su ser cobrara vida. Creo que le gustaba no estar solo”, añadió.
Aunque no se puede afirmar con certeza que Bee tuviera una comprensión emocional como la humana, la experiencia dejó una profunda impresión en la bibliotecaria. “Creo que se sentía muy bien con la compañía, incluso de otras especies. Son criaturas sociables por naturaleza. Eso estaría en su instinto”, reflexionó.
Por su parte, Presly también desarrolló un gran cariño por Bee. “Nos sentíamos muy cómodos el uno con el otro. Este abejorro tenía cosas muy especiales”, dijo. La conexión fue tan evidente que incluso la familia y amigos de la mujer podían notarlo.
En condiciones naturales, un abejorro habría pasado la primavera y el verano formando una colonia, apareándose y, eventualmente, falleciendo al acercarse el otoño. Pero bajo el amoroso cuidado de Fiona, Bee vivió más tiempo del esperado. “El hecho de que viviera más de unas pocas semanas me asombró. Fue una gran satisfacción”, compartió ella, conmovida.
Después de cinco meses juntos, Bee falleció mientras dormía en la mano de su alma gemela. “Me entristeció su muerte, pero sabía que iba a ocurrir. Ya era mayor de lo que debía”, expresó. Presly lo enterró en su jardín, acompañad por su flor favorita.
La experiencia dejó huella en la mujer, transformando no solo su manera de relacionarse con los insectos, sino su manera de concebir la vida. “Ahora veo a todos los insectos desde una perspectiva diferente. Ha cambiado mi percepción de cómo son”, declaró. “Creo que hay muchísimas cosas que desconocemos”.

Bee no era simplemente un simple abejorro sin alas, era víctima de una de las amenazas más graves para este tipo de animales, el virus de las alas deformadas (DWV, por sus siglas en inglés). Según el Servicio de Inspección de Colmenares de Texas (TAIS), este virus afecta todas las etapas del desarrollo de las abejas melíferas.
“La gravedad de este virus depende en gran medida de la etapa en la que se infecte la abeja”, explica TAIS. Si la abeja se infecta en la edad adulta, puede parecer completamente normal. Sin embargo, si la infección ocurre durante la etapa de pupa, específicamente en la fase de “ojo blanco”, puede presentar serias malformaciones, incluyendo alas torcidas o ausentes, abdomen hinchado, tamaño corporal reducido y decoloración.
Sumado a ello, el DWV también puede afectar las capacidades cognitivas de las abejas o abejorros. “El DWV afecta negativamente el aprendizaje y la memoria de las abejas infectadas”, señala la misma fuente, lo que agrava aún más la situación en las colmenas y contribuye a su colapso.
Así, desde un simple acto de bondad, Fiona Presly transformó la vida de un abejorro sin alas, y a cambio, recibió una amistad inolvidable.