En el mundo de la belleza capilar, la colorimetría va mucho más allá de una tendencia o una elección estética. La decisión del tono correcto puede influir directamente en cómo se percibe el rostro: puede rejuvenecer, iluminar e incluso aportar una apariencia descansada. Por el contrario, puede generar un efecto “apagado”.
En este contexto, la colorimetría se convierte en una herramienta fundamental para lograr una imagen equilibrada, coherente con las características naturales de cada persona.
Uno de los conceptos centrales en esta disciplina es la identificación del subtono, es decir, si se trata de una piel cálida o fría. Este dato es clave a la hora de definir qué tonos son más favorecedores tanto en coloración capilar como en maquillaje o elección de accesorios.
Una manera práctica de determinar esto consiste en observar las venas del antebrazo: si se ven verdes, es un subtono cálido; si tienden al azul, es un subtono frío. Esta primera clasificación ayuda a delimitar una paleta cromática más armónica.

Pero el análisis no termina ahí. Otro factor esencial es la armonía y la síntesis entre el tono de piel, el color de ojos, el de las cejas y el del cabello.
En colorimetría se utilizan las cuatro estaciones como guía: primavera, verano, otoño e invierno. Primavera y verano suelen tener contrastes suaves, mientras que otoño e invierno presentan contrastes más fuertes.
En la práctica profesional, estas variables se traducen en decisiones técnicas concretas. Por ejemplo, a una persona con contraste alto le favorecen las coloraciones que generan profundidad visual, mientras que quienes tienen un contraste suave se ven mejor con tonos más uniformes y difuminados. No se trata simplemente de aplicar un color de moda, sino de diseñar una propuesta cromática que respete y potencie la armonía.

Una elección inadecuada del color puede provocar que el rostro pierda luminosidad y proyecte una imagen opaca. Esta falta de armonía cromática repercute en el aspecto general, lo que hace que la piel esté deslucida, el cabello se vea sin vida y no exista una diferencia armónica entre los tonos.
De esta forma, encontrar el color adecuado para cada persona no sucede al azar: requiere buscar un equilibrio que realce sus rasgos y refleje su identidad. Por ejemplo, hay quienes notan que su piel parece más “apagada” o sin luz, o que sus ojos no se destacan, lo que puede indicar que el color elegido no acompaña sus características naturales.
En cambio, cuando la elección es acertada, la piel adquiere un aspecto más radiante, los ojos se vuelven más expresivos y el rostro transmite una sensación de vitalidad. Un buen indicador de que el resultado es el correcto es la percepción positiva que se tiene al mirarse al espejo al comenzar el día, sin esfuerzo, incomodidad o la necesidad urgente de maquillarse.

Antes de optar por una nueva coloración, resulta clave realizar un diagnóstico colorimétrico preciso. Esta evaluación permite identificar cuál es el tono más favorable para cada caso particular y determinar si conviene incorporar técnicas como mechas, reflejos, efectos de contraste o una cobertura uniforme.
Contar con asesoramiento profesional en este proceso es esencial para tomar decisiones informadas que no dependan únicamente de modas o preferencias momentáneas. La colorimetría no solo ayuda a elegir un color: es una herramienta técnica que potencia la expresión personal, el estilo y la identidad, brindando resultados adaptados a cada persona de manera precisa y consciente.
Comprender su valor permite utilizarla como un recurso visual estratégico que acompaña la belleza individual desde un enfoque personalizado, más allá de las tendencias.
*Sofía Paternostro es estilista y colorista desde hace más de 12 años