
A lo largo de la vida, cada persona se enfrenta, al menos ocasionalmente, al fenómeno de despertarse en el mismo horario durante la noche. Este patrón ha captado la atención de investigadores y profesionales del sueño, quienes han intentado desentrañar si este comportamiento es normal, preocupante o simplemente una variante más de la biología humana.
La explicación más inmediata y biológica señala el papel del ritmo circadiano y del impulso homeostático del sueño como los grandes orquestadores de los ciclos de vigilia y descanso.
La Universidad de Ohio expone cómo el ritmo circadiano regula a nivel hormonal los estados de sueño y alerta, mientras que la presión homeostática se encarga de acumular la necesidad de dormir según las horas de vigilia previas.
El sueño, lejos de ser un estado uniforme, está compuesto de diferentes etapas, principalmente sueño REM y sueño no REM, cada una con un umbral particular de facilidad para despertarse.

Así, si una persona se acuesta a la misma hora todas las noches, es probable que en un momento similar cada madrugada alcance una fase de sueño ligero, en la que es más susceptible a despertarse por estímulos internos o externos.
Este mecanismo cíclico puede causar que el despertarse a una hora fija sea simplemente el reflejo de una rutina establecida, y a menudo el recuerdo del despertar es más claro si la interrupción ocurre cerca del horario habitual de levantarse.
Las investigaciones reflejan que estos despertares nocturnos no son necesariamente patológicos, sino que forman parte de la arquitectura normal del sueño.
Un artículo del Journal of Psychosomatic Research señala que alrededor de un tercio de las personas experimenta plenamente despertares totales varias veces a la semana, y que la mayoría de los adultos, en realidad, lo hacen alrededor de 20 veces por noche, aunque la mayoría de esos episodios son tan breves que no quedan registrados en la memoria.

Entre quienes superan los 60 años, los despertares pueden incrementar de dos o tres por noche a cuatro o cinco, lo cual se atribuye a un acortamiento en los ritmos circadianos.
Más allá del componente fisiológico, hay factores psicológicos y emocionales que inciden directamente en la calidad y continuidad del sueño.
La Universidad de Ohio resalta la influencia de la ansiedad y el estrés, que pueden manifestarse en dificultad para conciliar el sueño, para mantenerlo durante toda la noche e incluso en la aparición de despertares tempranos sin posibilidad de volver a dormir, un síntoma identificado como insomnio terminal, frecuente en personas con depresión.
Además, el estudio sostiene que factores fisiológicos adicionales también juegan un papel importante. Experiencias físicas como el reflujo ácido, la sensación de estar demasiado lleno o demasiado hambriento pueden provocar despertares nocturnos.

Fluctuaciones en los niveles hormonales, especialmente en personas con condiciones como menopausia, disfunción tiroidea o diabetes, pueden manifestarse en interrupciones frecuentes del sueño.
La Universidad de Ohio también alerta que despertares reiterados pueden ser síntomas de afecciones como apnea del sueño, enfatizando la necesidad de estudios médicos ante la repetición del fenómeno.
La regularidad y calidad del ciclo de sueño emerge como un factor determinante en el bienestar general. En ese sentido, un estudio de la Universidad de Duke, realizado sobre más de 1900 adultos mayores, encontró una relación significativa entre la falta de un horario regular para acostarse y levantarse, el incremento de peso, la elevación de los niveles de azúcar en sangre y la presión arterial, y el aumento del riesgo cardiovascular a diez años.
La autora principal, Jessica Lunsford-Avery, sugiere en el estudio que estos resultados pueden indicar que la irregularidad en el sueño desajusta el metabolismo, facilitando un círculo vicioso donde el mal dormir propicia problemas metabólicos que, a su vez, deterioran el descanso.

Los hallazgos también reflejan cómo las personas con patrones de sueño erráticos experimentan más somnolencia diurna, llevan una vida menos activa e informan tasas más elevadas de depresión y estrés.
Por otro lado, Daily Mail recoge la perspectiva del neurólogo y experto en sueño Chris Winter, quien sostiene que el cuerpo humano funciona mejor cuando puede anticipar sus períodos de actividad y descanso, en vez de adaptarse a cambios constantes.
Se observa en el caso de los trabajadores con turnos rotativos: quienes alternan frecuentemente entre jornadas diurnas y nocturnas presentan mayor riesgo de trastornos de sueño y salud, en contraste con quienes mantienen, aunque sea nocturno, un horario regular.

El componente hormonal actúa como intermediario clave en este proceso: niveles de cortisol y serotonina varían rítmicamente a lo largo del día en individuos sanos.
El cortisol, que regula el estrés, alcanza su punto más alto cerca de las ocho de la mañana, ayudando a despertar, y cae progresivamente hasta su punto más bajo alrededor de las tres de la madrugada, para luego iniciar nuevamente su ascenso.
Este ciclo se sincroniza idealmente con la exposición a la luz solar al despertar, y si bien la melatonina (derivada de la serotonina) induce el sueño por la noche, cualquier alteración en la regularidad de esta dinámica puede perturbar la conciliación y el mantenimiento del sueño.