¿Relaciones internacionales o club de lectura ideológica?

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El presidente uruguayo Yamandú Orsi,El presidente uruguayo Yamandú Orsi, el brasileño Lula da Silva, el chileno Gabriel Boric, el mandatario español Pedro Sánchez y el colombiano Gustavo Petro (Sebastián Beltrán Gaete/Agencia/DPA/Europa Press)

No hay caso: no aprendemos. Nuestra tenacidad para tropezar con las mismas piedras es un rasgo humano con algo de insistencia ideológica bordeando la frivolidad. La historia repite sus lecciones, pero parece que no hay nadie del otro lado tomando apuntes. Nadie.

La más reciente edición de “Progresistas sin Fronteras” -con Lula da Silva en su papel de mentor ilustrado, acompañado por Gabriel Boric, Gustavo Petro, Yamandú Orsi y Pedro Sánchez como entusiastas adherentes- podría pasar por un episodio de Netflix si no fuera porque sus consecuencias son bien reales. En teoría, se trató de un encuentro internacional. En la práctica, pareció una convención de afinidades políticas donde el único ausente fue el interés nacional de los pueblos aunque se sostuviera lo contrario.

Porque no, los pueblos no eligen presidentes para que se tomen selfies con los amigos que piensan igual. Los eligen para gobernar, con eficacia, con pragmatismo, con resultados y -sí- incluso con quien les cae antipático, si eso garantiza un plato de comida más o una inversión productiva que cambie la triste ruta económica del sur del continente. Lo otro, lo del club ideológico, es un lujo que las economías emergentes no pueden darse. Y, sin embargo, ahí están: repartiéndose guiños como si el multilateralismo fuese un partido de truco. Lo de los BRICS fue otro capítulo ampuloso pero similar en su inercia anodina. Y no solo eso, se repiten los encuentros en formatos variopintos donde el tirón de orejas siempre es a quien todos sabemos. Como si fuera sencillo jugar ese jueguito de ruleta rusa. La última reunión de CELAC lo dijo todo. Hasta un poco de vergüenza causó la forma en que se verbalizó todo, con video de Nicolás Maduro inclusive. Una fiesta desquiciante total, faltó la piñata y las golosinas.

Imagine ahora la versión opuesta: Milei, Noboa y Peña compartiendo escenario con Giorgia Meloni, intercambiando sonrisas y citas de Hayek. ¿Ridículo? Claro. Pero no más que el espejo progresista de estos días. Cuando la diplomacia se transforma en cámara de eco, el resultado es ruido, no música.

Mientras tanto, el Mercosur -ese viejo proyecto de integración regional con dificultades motrices- se oxida en una esquina, víctima de una parálisis autoinfligida. De tanto jugar al Antón Pirulero con los amigos de la escuela, terminamos siempre en el mismo recreo improductivo. Y claro, cuando Europa mira para otro lado, nos indignamos. ¿Cómo se atreven a ignorar este caos cuidadosamente coreografiado?

El encuentro entre los mandatariosEl encuentro entre los mandatarios de Uruguay, Brasil, Chile, España y Colombia en Santiago de Chile (REUTERS/Pablo Sanhueza)

Lo cierto es que en relaciones internacionales no gobierna la ideología, gobiernan los intereses. Y en ese tablero, tragarse algún sapo es parte del menú. Porque fuera del norte, todos somos débiles. Todos. Incluso Brasil, aunque a veces se le olvide. El resto, mientras tanto, debería dejar de meter los dedos en el enchufe global sin leer el manual de voltaje. La electricidad siempre te electrocuta y el que tiene más, electrocuta más.

Trump -ese oráculo involuntario del pragmatismo frontal- lo dijo sin anestesia: “We don’t need Brazil”. Traducción: este no es un juego, y si creen que lo es, la resaca será larga y despiadada. Porque los grandes pueden improvisar, pero los chicos pagan la cuenta.

En ese contexto, la exclusión de Bolivia en estos encuentros habla más de vanidad que de estrategia. ¿No era parte del club? ¿O hay un nuevo protocolo secreto que exige algún tipo de certificación progresista con sello diplomático? Inexplicable. Como también lo es la cortesía excesiva y sumisa con ciertas dictaduras: esas a las que se les habla bajito, casi con cariño, para que no se enojen. Nada fascina más a los autoritarismos que la tibieza ajena. Y que feo cuando alguna dictadura cobra algún rezongón y otras son ocultadas. Feo, triste, sospechoso.

Lo que debería quedar claro -pero sigue sin estarlo- es que la gran potencia del norte, esa que puede pasar de Biden a Trump como quien cambia de canal, nunca regalará nada. Y, sin embargo, seguimos esperando amores imposibles entre nosotros (y solo algunos de nosotros) en lugar de construir vínculos realistas, sólidos, regionales. Como hizo Europa, por ejemplo. Sí, la Europa que hoy tambalea, pero que supo darse décadas de prosperidad e integración hasta que dejó de tener hijos y empezó a importar desesperación.

Nosotros, en América, todavía tenemos la oportunidad de hacerlo bien. Pero preferimos la comodidad de los prejuicios, la épica de la consigna, la fidelidad al club. Así, la historia no solo se repite: se convierte en un ciclo de oportunidades perdidas.

Y -que quede claro- la próxima vez que el mundo asiático mire hacia este continente (y lo hace seguido), lo hará como se mira a una tienda de liquidación: con intención de arrasar, no de negociar.

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