Un Superclásico de novela, jugado dentro y fuera de la cancha: a 25 años del “muletazo” de Martín Palermo a River en la Bombonera

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El histórico gol de Martín Palermo, uno de los más recordados de los Superclásicos

Los ecos aún resuenan. Pasaron 25 años, pero el grito será eterno. Hay partidos que quedan en la memoria futbolera por un momento, una atajada o una jugada. Y pese a que le hizo muchos, siempre que se mencione “el gol de Palermo a River”, sabemos perfectamente de lo que hablamos. Aquella noche del 24 de mayo de 2000 por Copa Libertadores tuvo todos los condimentos para una novela: la remontada en el resultado, el caño de Riquelme, el ingreso inesperado de Martín y el gol que lo acomodó definitivamente en la leyenda boquense.

¿Cuántas hazañas, Palermo? Una vida futbolera con trazos de película. Un yin yang incesante de emociones, con cada una de las camisetas que defendió y con las que se consagró gracias a esa manía de convertir, de hacer festejar a los hinchas. Haciendo realidad la sapiente definición de Carlos Bianchi: “El optimista del gol”.

Era el tercer Superclásico en 10 días. El primero también había tenido a la Bombonera como escenario el domingo 14 por la 11° fecha del torneo Clausura. River marchaba primero con 22 puntos, aventajando por dos a Colón y San Lorenzo, y por tres a Boca. Era una buena oportunidad para los hombres de Bianchi. Se dio un partidazo de ida y vuelta bajo un diluvio.

Palermo ya sacó el zurdazoPalermo ya sacó el zurdazo que terminaría en un gol histórico

Los locales se pusieron en ventaja sobre el final del primer tiempo con gol de Guillermo Barros Schelotto y en la última jugada de esa etapa, su hermano Gustavo fue expulsado por doble amonestación. En el complemento vio la tarjeta roja Roberto Trotta por una violenta infracción sobre Riquelme y diez minutos más tarde, llegó el empate en los pies de Nelson Cuevas.

Tres días más tarde era el primer cruce por los cuartos de final de la Copa Libertadores en el estadio Monumental. Aquella lluvia desatada el domingo, no cesó en los días posteriores y el clásico estuvo a punto de suspenderse. Finalmente se disputó en un campo de juego blando, pero que soportó bastante bien los 90 minutos.

River pegó primero con Juan Pablo Ángel. Boca llegó al empate con un golazo de Juan Román Riquelme de tiro libre, con esa admirable precisión que destilaba su pie derecho. En la segunda parte, el cuadro local se lanzó a la ofensiva y Javier Saviola logró el segundo con un perfecto remate que superó la estirada de Oscar Córdoba. Hubo fiesta monumental, por el resultado y por haber jugado mejor que el eterno adversario.

Quedaban siete días para la revancha que no iban a ser tranquilos. Ni dentro ni fuera de la cancha. Los dos estaban peleando por la punta del torneo y debían enfrentar en el fin de semana a los equipos de Rosario. La duda que flotaba era saber que harían los técnicos, en función de guardar o no los mejores hombres para el crucial desquite en la Bombonera.

El "Titán" inicia el festejoEl "Titán" inicia el festejo junto a Nicolás Burdisso y Sebastián Battaglia

Para ir a la cancha de Newell´s el sábado 20, el Tolo Gallego, entrenador millonario, se decidió por la mayoría de los titulares y le salió bien. Comenzó perdiendo con gol de Claudio París, pero finalmente se impuso sin discusiones por 4-2 con las conquistas de Mario Yepes, Martín Cardetti, Pablo Aimar y Nelson Cuevas, mientras que Damián Manso anotó el restante para el cuadro local.

Al día siguiente era el turno de Boca en su estadio ante Rosario Central. La distancia que amplió River con su triunfo no alteró los planes de Carlos Bianchi, que decidió poner una formación alternativa, donde solo repitió un apellido del miércoles anterior: Walter Samuel. Los pibes respondieron a la perfección, imponiéndose por 2-0 con tantos de Navas y Barijho, con una diferencia que pudo ser mayor, porque Buljubasich le atajó un penal al propio Navas.

Como en los duelos que veíamos en las películas del lejano Oeste, cada uno fue velando sus armas. La gran sorpresa la dio Bianchi al incluir a Martín Palermo en la lista de concentrados. El goleador estaba en pleno proceso de recuperación, luego de haberse roto los ligamentos de la rodilla derecha en la cancha de Colón el 13 de noviembre de año anterior. En esas condiciones, como para sumar un capítulo más a su vida de película, marcó el gol número 100 de su carrera.

Aquella noche también fue elAquella noche también fue el caño de Riquelme a Yepes

Fue una convocatoria sorpresiva, como lo recordó el Titán: “Entrenamos un lunes por la mañana. Carlos me dijo: ‘Vas a estar entre el grupo de los concentrados y el miércoles te llevo al banco. Si es necesario y lo considero oportuno, prepárate porque vas a entrar’”. La maquinaria estaba en marcha. El Virrey sabía cómo motivar a sus muchachos y, de paso, enviar un mensaje a los rivales.

River tenía la ventaja en el score, pero la desventaja de tener que ir a definir la historia en una cancha donde había ganado muy pocas veces en los últimos años. En la conferencia de prensa del día anterior a la esperada revancha, el Tolo Gallego fue consultado acerca de la posibilidad que Martín este entre los suplentes. Y allí dejó una frase temeraria, que, con la derrota consumada, quedó en el recuerdo como una pesada carga: “Si ellos ponen a Palermo en el banco, yo lo pongo a Enzo, así que no hay problemas”. Sonrió en forma socarrona, acompañado por un coro de carcajadas. Es bueno remarcar que Francescoli ya llevaba dos años y medio retirado de la actividad…

No era sencillo ser el árbitro de semejante duelo. La designación recayó sobre Ángel Sánchez, que de este modo nos recordaba sus sensaciones: “Fue uno de los partidos más trascendentes de mi carrera. En esos tiempos no era común que tuviesen que eliminarse en un mano a mano de una copa internacional, algo que se dio con más frecuencia en los últimos tiempos. Se vivió un clima especial ya en los días previos con las declaraciones. Pensemos que era una época sin redes sociales, sino hubiese sido todo mucho más extremo. Recuerdo que las expectativas de ambos equipos eran increíbles, con un enorme despliegue mediático, no tan habitual en el año 2000. Tuvo otro elemento que le dio un clima maravilloso, reforzando lo que siempre sostengo: el fútbol con dos hinchadas es maravilloso. Dentro del campo de juego lo sentíamos de otro modo”.

El llanto de Palermo trasEl llanto de Palermo tras el partido, abrazado por Juan Román Riquelme

La tensión se percibía hasta en la respiración del más calmo. Se saboreaba ese ambiente a evento irrepetible que tanto amamos los futboleros. La alineación de River denunciaba mayores precauciones que en otras ocasiones, con la ubicación de Gustavo Lombardi, habitualmente marcador lateral derecho, como mediocampista por ese costado, sumado a Eduardo Berizzo y Víctor Zapata en ese sector, más propensos a la marca y cobertura de espacios que a la creación. Ella recaía solo en Pablo Aimar para abastecer a Saviola y Ángel.

Boca tenía la obligación y por eso salió al ataque desde el minuto inicial, pero no lograba llevar peligro. El primer tiempo finalizó empatado en cero, con escasas emociones. Ellas estaban guardadas para el complemento. A los 14 llegó el 1 a 0 del Chelo Delgado, que igualaba la serie, luego de un gran pase de Riquelme. El cuadro de Gallego comenzó a desorientarse y perder el orden, al mismo tiempo que los de Bianchi crecían en el plano futbolístico y anímico, haciéndose fuertes desde esa defensa, casi inexpugnable, que salía de memoria: Córdoba; Ibarra, Bermúdez, Samuel, Arruabarrena.

Faltaban 15 minutos. El destino de la eliminatoria parecía caminar hacia los penales. Fue allí cuando el Virrey sacó el as de la manga y le dijo a Palermo que se preparara. El mundo futbolero pareció detenerse y para Martín, fue un instante único: “Fue algo que nunca había sentido en la cancha de Boca. Puedo asegurar que la Bombonera se movía cuando estaba parado al lado de la línea de cal para ingresar. Era mucha la emoción”. Ingresó por Alfredo Moreno en medio de una de las ovaciones más estruendosas que vivió ese estadio.

El clásico había entrado en la recta final, cuando Sebastián Battaglia se mandó al área de River y Trotta lo derribó. Ángel Sánchez no dudó en la sanción: “Cuando me retiré del arbitraje y trabajé en los medios, hablaba mucho con los técnicos y una cosa que me quedó grabada es que todos remarcaban que dentro del área no se debe ir al piso. Es algo que tiene que tener claro un marcador central, porque, además, el atacante sabe que puede aprovechar esa imprudencia. Fue una decisión clara de mi parte y que nadie discutió, salvo los hinchas de River (risas). Quizás me quisieron echar alguna culpa, cuando lo concreto es que el equipo ese día no hizo lo que correspondía para seguir adelante en la copa, ya que casi no generó chances de gol”.

La Bombonera se quedó inmóvil, esperando hacer realidad el sueño acunado por una semana. Juan Román Riquelme tomó la pelota, con un detalle adicional: nunca había ejecutado un penal en partidos oficiales. Su calidad hizo el resto. Fueron apenas seis pasos. Abrió el pie derecho y la colocó junto al poste izquierdo de Roberto Bonano, que se arrojó para el otro lado.

El delirio imaginable se descolgaba de cada rincón y cada corazón boquense. Un minuto más tarde, River se quedó con 10 jugadores, porque Gustavo Lombardi recibió su segunda tarjeta amarilla. A los 44 se produjo una maniobra que se instaló para la posteridad en la liturgia boquense. Riquelme tomó el balón recostado sobre la derecha, apenas cruzando la raya central, apremiado por la línea y por la marca de Mario Yepes. Resolvió de manera asombrosa, tirándole un caño de espaldas que desató la locura. Años más tarde, Román reflexionó sobre ese momento: “A veces pienso que por ahí no era necesario hacer eso. Luego de la jugada, él me siguió hasta el córner y no hizo nada, se comportó un fenómeno. En ningún momento me insultó. Estaba en todo su derecho de darme una patada y no ocurrió. Eso es mucho más de hombre que haber tirado un caño”.

River intentó y tuvo la chance en un remate de Berizzo que contuvo Córdoba. Ya se jugaba tiempo adicionado, cuando Riquelme se escapó como puntero izquierdo y lo vio aparecer a Battaglia a la carrera. Para Sebastián, que llevaba poco tiempo en primera, fue un momento inolvidable: “Me ofrecí entre dos jugadores para ser opción de pase. Al pisar el área, llegué primero que uno de River y la punteé justo con la cara interna del pie, pateándola hacia adelante. Avancé hasta el fondo. Levanté la cabeza buscando a un compañero para hacer el centro atrás y observé a Martín ubicado en el punto penal. No dudé en darle el pase”.

Y allí estaba el muchacho de la película. El que hasta unos días antes nadie tenía en cuenta, salvo Bianchi. Su fe inquebrantable pudo más. Quizás se motivó con aquellas palabras de Gallego. Martín estaba ahí, en su hábitat natural: el área rival: “Quedé solo, con mucha tranquilidad para poder elegir donde poner la pelota. Es uno de mis goles más recordados. Que los hinchas de River deben haber sufrido tanto como lo gozaron los de Boca, que me lo recuerdan cada 24 de mayo. Fue una explosión tremenda, del público y nuestra. Fue como una película soñada con el final ideal, dado que nadie se lo hubiese podido imaginar apenas unos días antes”.

El gol y lo que vino después, ya son postales eternas. Los compañeros encima de Palermo, los aplausos de Bianchi, pisando la línea de cal, con una inmensa sonrisa, la carrea alocada de Martín para ofrendarle ese festejo al kinesiólogo que lo había ayudado en la recuperación y luego sus brazos hacia el cielo. Ángel Sánchez aplicó el sentido común: “Convirtió ese tercer tanto y muchos me preguntan porque no seguí el partido después del gol. Y mi respuesta es clara: ‘Porque no tenía sentido’ (risas). Era tanta la emoción que había en ese estadio en ese momento, con desazón por un lado y euforia por el otro, que con todo definido era lo más lógico terminarlo”.

Un cuarto de siglo ya de una noche inolvidable. Y con efecto derrame para ambos. Para River fue un desconsuelo, que no logró aplacar con la obtención del Clausura un mes más tarde. Peor fue para el Tolo Gallego, que inició una serie de eliminaciones y derrotas en momentos clave, que iban a culminar un año más tarde, escapándosele de manera increíble el torneo frente al San Lorenzo dirigido por Manuel Pellegrini, que marcó el fin de su ciclo.

Para Boca fue todo lo contrario. Siguió adelante y ganó la primera de las tres Libertadores en cuatro años con Carlos Bianchi, a lo que le sumó la Intercontinental y el Apertura a fines de ese año, como símbolo de una época tan dorada como soñada. Lo mismo que aquella noche, cuando Palermo, una vez más, demostró que el traje de héroe le calzaba a la perfección.

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