
Ochenta años después, una de las historias más asombrosas de la Segunda Guerra Mundial ha sido revelada: la fuga “imposible” del sargento Alcock y su equipo del Servicio Aéreo Especial (SAS) británico de las garras de la Gestapo nazi, tras una misión de sabotaje en la Francia ocupada. El episodio, hasta ahora desconocido, ha salido a la luz gracias a documentos familiares inéditos y a la investigación del historiador Damien Lewis, quien reconstruyó la odisea en su nuevo libro "SAS Great Escapes Four“.
La hazaña de Alcock y sus hombres, perseguidos implacablemente tras volar un tren alemán, desafió todas las probabilidades y se ha convertido en una de las fugas más épicas del SAS durante el conflicto.
El 15 de septiembre de 1944, el sargento Alcock, un ex repartidor de carne de Goole, Yorkshire, fue lanzado en paracaídas junto a su equipo en las inmediaciones de Audviller, en la región de Alsacia-Lorena, cerca de la frontera franco-alemana.
La misión, denominada Operación Pistol, tenía como objetivo sabotear líneas ferroviarias y de comunicación vitales para el ejército alemán, y luego abrirse paso hasta las posiciones estadounidenses. El equipo, compuesto por el cabo Holden, el cabo Hannah y el soldado Lyczak, carecía de transporte, contaba con suministros mínimos y no disponía de radios funcionales.
Las condiciones iniciales fueron adversas. Una tormenta desvió al grupo de su zona de aterrizaje prevista, obligándolos a lanzarse sobre tierras de cultivo sin cobertura, en un territorio plagado de patrullas enemigas. La supervivencia inicial del comando dependió de la ayuda de agricultores locales, quienes los ocultaron y les proporcionaron refugio mientras preparaban su golpe de sabotaje.

El equipo de Alcock, cuenta el historiador en su libro, logró colocar explosivos en una línea ferroviaria clave cerca de Insming, lo que provocó la explosión de un tren, la interrupción de un importante suministro alemán y la muerte de dos oficiales enemigos. Este acto de sabotaje atrajo de inmediato la atención de la Gestapo, que inició una persecución implacable contra los británicos.
Mientras buscaban un nuevo escondite, el grupo fue traicionado por dos trabajadores polacos que revelaron su ubicación a las fuerzas alemanas. En menos de una hora, dos camiones cargados de soldados rodearon la granja donde se ocultaban, superando al comando británico en una proporción de casi diez a uno. Ante la inminente captura, Alcock organizó a sus hombres en el pasillo trasero de la casa, mientras dos jóvenes polacas leales a los Aliados salieron por la puerta principal para distraer a los alemanes.
La maniobra resultó crucial: los soldados alemanes que vigilaban la parte trasera se desplazaron hacia el frente, permitiendo que Alcock y su equipo irrumpieran en la cocina y abrieran fuego.
Según la reconstrucción de Lewis, al menos seis soldados alemanes murieron en el tiroteo. Los británicos aprovecharon la confusión para saltar un muro y adentrarse en el bosque, donde establecieron una emboscada que costó la vida a tres perseguidores más. La brutalidad de la persecución quedó patente cuando, poco después, escucharon dos disparos: las colaboradoras polacas que los habían ayudado habían sido ejecutadas.
La situación del comando británico era desesperada. La orden de comando de Adolf Hitler dictaba la ejecución sumaria de cualquier soldado aliado capturado tras las líneas enemigas, como ya había ocurrido en la Operación Loyton, donde 32 miembros del SAS fueron capturados y asesinados, muchos de ellos amigos personales de Alcock.
Conscientes del peligro, el grupo continuó su huida a través de los densos bosques de los Vosgos, evitando patrullas y sobreviviendo con la ayuda de civiles franceses, quienes les proporcionaron ropa de paisano para facilitar su camuflaje.
Durante las siguientes dos semanas, el equipo no solo logró evadir a la Gestapo, sino que continuó realizando acciones de sabotaje, como el corte de cables de comunicación, mientras se desplazaban hacia las líneas aliadas. El terreno, plagado de enemigos y bajo condiciones meteorológicas adversas, puso a prueba la resistencia y el ingenio del grupo.

El 1 de octubre de 1944, tras quince días de fuga, el sargento Alcock y sus hombres alcanzaron las posiciones alemanas en la frontera con las fuerzas estadounidenses. Vestidos de civiles y avanzando con extrema cautela, cruzaron un canal y sortearon trincheras enemigas hasta llegar a la “tierra de nadie”. En la distancia, divisaron una colina que identificó como ocupada por tropas estadounidenses.
Temiendo ser confundidos con el enemigo y abatidos por fuego amigo, Alcock tomó una decisión inusual: capturar el puesto de ametralladoras estadounidense. Mientras dos de sus hombres atraían la atención del artillero, los otros dos flanquearon la posición y redujeron al soldado, cuyo compañero dormía a su lado. Tras aclarar la situación y explicar que eran aliados, Alcock solicitó ser llevado ante el alto mando estadounidense.
Ya a salvo, el sargento Alcock entregó a los mandos estadounidenses información detallada sobre las posiciones alemanas que habían atravesado, así como sobre las operaciones de sabotaje realizadas durante su travesía.
El equipo había causado al menos once bajas enemigas, sin que ninguno de sus miembros sufriera heridas. Damien Lewis subraya en su libro que, pese a las adversidades, la Operación Pistol resultó un éxito, tanto en la destrucción de infraestructuras clave como en la obtención de inteligencia valiosa para los Aliados.

La odisea del sargento Alcock permaneció oculta durante décadas, hasta que salieron a la luz los manuscritos escritos por su hijo Graham, quien había recogido los relatos de su padre sobre la misión.
Graham Alcock conservó también el archivo de guerra de su progenitor y lo compartió con Lewis, quien complementó la información con una exhaustiva investigación en los Archivos Nacionales de Kew.
El resultado de este trabajo es el libro "SAS Great Escapes Four“, donde Lewis narra por primera vez la fuga “imposible” de Alcock y su equipo. “Es una de las fugas más épicas del SAS en la Segunda Guerra Mundial, una escapatoria imposible”, afirmó Lewis. “Hay tan pocos veteranos vivos hoy que cada vez es más difícil contar estas historias, y es un privilegio hacerlo”.
Tras la guerra, el sargento Alcock fue mencionado en los despachos oficiales por su papel en la Operación Pistol y permaneció en el ejército británico hasta 1966. Posteriormente, trabajó en el Servicio de Educación de East Riding y se retiró en 1983, pasando sus últimos años en Yorkshire, donde falleció en 1997 a los 78 años.
El legado de Alcock y su equipo, rescatado por la investigación de Damien Lewis y la publicación de sus memorias, representa un testimonio de coraje y determinación en uno de los episodios más oscuros de la historia europea. “Por las libertades que disfrutamos hoy, debemos a individuos como ellos una inmensa deuda de gratitud”, concluyó el historiador.