
Con más de 1.000 sucursales ya clausuradas y otras cientos en lista de espera, la cadena de farmacias Rite Aid atraviesa su proceso de disolución más profundo en décadas. La empresa, que se acogió al Capítulo 11 de la Ley de Quiebras en mayo pasado, ha iniciado una retirada casi total del mercado estadounidense, y con ello, arrastra un efecto colateral de alto riesgo: millones de personas con acceso limitado o nulo a medicamentos esenciales.
Desde el anuncio inicial de su quiebra, Rite Aid ha enviado notificaciones de cierre en múltiples rondas. La última, difundida el 27 de junio, confirmó la clausura de otras 123 ubicaciones distribuidas en ocho estados. Las entidades más afectadas son California, Pensilvania y Nueva York. Este lote eleva el número de cierres de junio a casi 600 y lleva el total acumulado a 1.070 tiendas, según documentos judiciales y comunicados de la compañía.
La cadena, con más de 60 años en el sector farmacéutico minorista, enfrenta lo que su director ejecutivo, Matt Schroeder, llamó “retos financieros agravados por un entorno comercial y sanitario en rápida evolución”. “Nuestro objetivo prioritario es asegurar la continuidad de los servicios farmacéuticos para nuestros clientes y conservar la mayor cantidad posible de empleos”, indicó Schroeder en un comunicado emitido al iniciar el proceso judicial.
Aunque Rite Aid es el caso más visible, no es el único. Grandes competidores como CVS y Walgreens también han reducido su huella nacional con cierres de tiendas en todo el país. Ambas compañías han presentado esta estrategia como parte de esfuerzos por optimizar su eficiencia operativa. Sin embargo, este repliegue sectorial tiene consecuencias directas en el acceso a la salud, sobre todo en comunidades ya marginadas o con escasos servicios.
El resultado es una tendencia creciente de lo que expertos denominan “desiertos farmacéuticos”. Este término describe zonas geográficas donde no existen suficientes farmacias en un radio accesible para la población. Según un estudio publicado en marzo por la empresa de salud GoodRx, más de 48.4 millones de estadounidenses —uno de cada siete— carecen ahora de acceso fácil a una farmacia. En 2021, esa cifra era de 41.2 millones.
GoodRx señala que el 45% de los condados en EEUU ya califican como desiertos farmacéuticos, lo que implica que miles de personas deben recorrer largas distancias para conseguir medicamentos recetados, productos médicos básicos o exámenes rutinarios de salud. En algunos casos, el cierre de una única farmacia en una zona rural puede eliminar el único punto de acceso disponible.

El plan de Rite Aid es claro: retirarse por completo del mapa. La empresa confirmó que sus aproximadamente 1.200 locales serán cerrados definitivamente o vendidos a terceros. En el camino, ya ha transferido archivos de recetas y localizaciones a competidores como CVS, y recientemente obtuvo autorización judicial para vender su marca Thrifty Ice Cream por 19.2 millones de dólares a una empresa vinculada a Monster Beverage.
Este desmantelamiento es la segunda bancarrota de Rite Aid en apenas dos años. La compañía, con sede en Filadelfia, se ha visto golpeada por altos costos operativos, una caída sostenida en la demanda minorista y litigios vinculados a la prescripción indebida de opioides. En este contexto, la reestructuración se presenta no solo como inevitable, sino como irreversible.
El impacto sobre los trabajadores no ha sido cuantificado por la empresa, pero se estima que miles de empleos están en riesgo, en especial en aquellos locales donde no hay compradores interesados. “Muchos de estos lugares no cerraron por falta de clientela, sino por no poder mantenerse rentables frente a los costos actuales del negocio”, señaló Alex Beene, profesor de educación financiera en la Universidad de Tennessee en Martin, en declaraciones recogidas por Newsweek.
Beene considera que el año 2025 está configurándose como “un periodo de consolidación para los grandes minoristas”. Según el analista, la reducción de locales responde a la necesidad de enfocar recursos en tiendas con mejor desempeño, pero el resultado final puede significar menos opciones y más obstáculos para el consumidor promedio.
Para los pacientes con enfermedades crónicas, adultos mayores o personas sin acceso a transporte particular, la desaparición de farmacias locales representa más que una incomodidad: puede significar no recibir tratamientos esenciales a tiempo. A eso se suman los retrasos en la disponibilidad de vacunas, la interrupción de servicios de análisis clínicos básicos y la pérdida de contacto con farmacéuticos de confianza.
El fenómeno también evidencia la fragilidad del sistema de salud minorista cuando se ve presionado por factores económicos. “Los cierres pueden generar eficiencia para las compañías, pero el costo real lo paga la salud pública”, advirtió Beene.

Con farmacias cerrando de manera continua y sin un plan nacional de reemplazo o expansión de servicios, todo indica que los desiertos farmacéuticos seguirán creciendo. Algunas comunidades intentan llenar los vacíos mediante clínicas móviles o servicios de entrega, pero las soluciones locales tienen un alcance limitado frente a una retirada a escala nacional.
La preocupación no es sólo de acceso, sino de equidad: los cierres afectan con mayor intensidad a poblaciones rurales, de bajos ingresos o de edad avanzada, que ya enfrentaban barreras al sistema de salud. Mientras Rite Aid finaliza la venta de activos y reduce operaciones, el futuro inmediato para millones de estadounidenses es una farmacia cada vez más lejana.