
El piloto de caza peruano Pedro Seabra Pinedo tenía cerca de 25 años y el grado de teniente de la Fuerza Aérea de Perú cuando se desató la guerra de Malvinas. Pasaron los años, el oficial se retiró de la institución con el grado de teniente general y habiendo desempeñado el cargo de comandante general.
Durante todo ese lapso de tiempo, guardó bajo siete llaves un secreto que le había dado su país (y el nuestro también): él fue uno de los pilotos de Mirage que trasladó los aviones peruanos a Tandil en pleno conflicto en el Atlántico Sur.
En diálogo con DEF, los detalles de una operación que se gestó en las sombras y que tardó varias décadas en hacerse pública.
El dato: gran parte de sus años operativos, Seabra Pinedo los pasó en Chiclayo, Perú. Siendo el papa León XIV de allí, DEF le hizo la pregunta obligada: ¿cómo viven la llegada del nuevo Santo Padre? “Se vive con una fe tremenda. Pienso en esas personas que lo acompañaron aquí, deben sentirse bendecidas y emocionadas de haber estado tan cerca del representante de Dios en la Tierra. Es una persona humana, es padrino de muchos niños allí y ayudó a la comunidad en las peores circunstancias, como en ciertas catástrofes naturales o en la pandemia de COVID-19. En esos momentos, él estuvo. Se hizo querer, principalmente por su trabajo. Realmente nos llena de orgullo”, respondió.
Antes de la nota, un detalle para nada menor desde la mirada de Seabra Pinedo: durante el diálogo con DEF, de fondo, tenía que estar el cuadro del artista Jorge Cerrón, una obra en la que se ve el Mirage de Pedro volando sobre la pampa húmeda, en territorio argentino. “Es un artista amigo. Y este cuadro es una alegoría artística que él hace a la primera escuadrilla que traslada los Mirage. Yo estoy en el avión C604. Luego me hizo otra obra en la que está el general San Martín cruzando los Andes y mi avión con banderas argentinas y peruanas”, contó.

-¿Cuándo lo convocaron para traer los aviones Mirage?
-Yo era un teniente de la Fuerza Aérea (peruana) en esa época. Cumplía mis funciones operativas en el Escuadrón Aéreo, estaba en la base de La Joya, que se encuentra al sur de Perú.
Fue en ese momento cuando empezó a tomar forma la situación que ustedes vivieron con Inglaterra. El escenario se iba agudizando. Había informes y la televisión y los diarios insinuaban que eso iba a progresar. Eso se confirmó con las acciones militares que existieron. El sur se volvió un escenario de combate.
-Desde Perú, ¿cómo lo veían?
-Efectivamente, las tensiones aumentaban. Pero nosotros nos desempeñábamos sin ningún problema, en nuestras operaciones no se evidenciaba nada. La base funcionaba normalmente, pero es lógico pensar que las conversaciones a nivel político y militar ya se venían dando, porque nuestro apoyo obedeció a una decisión política.

-¿Cuándo le dijeron a usted que tendría que llevar los Mirage a Argentina?
-Un día, convocaron a cuatro o cinco pilotos del Escuadrón para hacer un planeamiento de traslado de aeronaves de un punto al otro. Fue cuando intuimos que existía la posibilidad de llevar los aviones. Lo que no sabíamos era quiénes ni cuándo. Hicimos el planeamiento y dejamos todo listo para que, en el caso de que se diera, se pudiera llevar adelante. Así es como se planifican las misiones en los escuadrones aéreos de combate.
-¿De cuántos aviones estamos hablando?
-Eran 10 aviones Mirage, sí. Las cosas se dieron con mucho compartimentaje, no se sabía nada. Finalmente, una tarde, casi noche, creo que fue el comandante o el encargado del Escuadrón, nos confirmó que había que cumplir con la misión de trasladar los Mirage. Llamaron a los demás pilotos y completamos las tripulaciones.

Una parte de ese grupo éramos quienes habíamos hecho el planeamiento de la misión: teníamos que decolar al día siguiente, muy temprano, con todas las medidas de seguridad vinculadas al compartimentaje de la operación.
-¿Cómo se vivió esa jornada?
-Nos equipamos y fuimos a la rampa de vuelo. Los aviones estaban cubiertos con unas lonas, como camuflados, y había muy pocos mecánicos.
Me dijeron: “Este es su avión”. Cuando retiramos el camuflaje, dimos con la sorpresa (que ya intuíamos): los aviones ya estaban pintados con las escarapelas de Fuerza de Argentina y llevaban una matrícula determinada. Ahí entendimos qué estábamos haciendo y en qué estábamos involucrados.
Era una misión que tendría repercusión nacional e internacional. Entonces, teníamos que poner a prueba todo el profesionalismo que, durante tanto tiempo, nuestra Fuerza Aérea nos había inculcado.

-En algún momento, ¿a usted le dijeron que era secreto?
-Sí, fueron operaciones que se hicieron con reserva. Nos habían dicho que ese planeamiento que habíamos hecho era estrictamente secreto. No teníamos que comentarlo ni con la almohada. Y así fue.
-¿Usted tuvo alguna especie de miedo al hacerlo?
-Bueno, el miedo creo que es natural cuando haces algo nuevo, ¿no? Si te vas a enfrentar en un combate real, hay miedo. Hay que saber cómo dominarlo. En este caso, el miedo pudo haber existido, pero había entusiasmo también por poder ir. ¿Cómo es esto? Éramos pilotos y consideramos que estábamos muy bien entrenados y con la capacidad de cumplir cualquier misión que el Estado peruano y la Fuerza nos asignaran.
-¿Tomaron muchas previsiones?
-De esa manera, hicimos la planificación; en ella, tomamos todas las precauciones e imaginamos todos los escenarios. Pensamos qué sucedería si teníamos que abandonar el avión, ¿cómo teníamos que proceder? En un escenario político de esa naturaleza, nadie iba a reclamar que un piloto se hubiera eyectado y caído, por ejemplo, en territorio boliviano o chileno. Entonces, cada uno tenía que poner a prueba todo su entrenamiento operativo para evadir, sobrevivir y escapar.
-¿Se despidió de su familia?
-En esa época, yo estaba soltero. Solamente tenía a mis hermanos y padres, por entonces uno de mis hermanos estaba en la Fuerza Aérea, pero no le conté nada. Todo lo mantuve en total reserva.

-¿Cómo fue el vuelo, directo?
-Sí, el avión Mirage tenía la capacidad de poder portar tanques externos de combustible y hacer misiones en función del perfil del vuelo. En este caso, era de traslado. Volamos en territorio peruano sin ningún problema y ahí pusimos rumbo hacia el sur, a una altura adecuada, con determinadas medidas de seguridad. El avión tenía la capacidad de poder llegar a Jujuy, donde fue la primera escala.
-Luego, ¿hacia dónde partieron?
-En Jujuy, hicimos una escala técnica. Al llegar, en la rampa de vuelo, había personal de apoyo, responsable de la carga de combustible, y mecánicos. Ellos nos miraban con asombro.
Recuerdo esa imagen, esa escena la tengo grabada en la mente: nos miraban y seguramente se preguntaban qué hacían esos aviones ahí si se estaba combatiendo en el sur. En Jujuy, en el norte de Argentina, hasta se deben haber asustado. Al menos, no deben haber entendido mucho.
-¿Allí qué pasó?
-Allí descansamos, esperamos el arribo de las demás escuadrillas y, al día siguiente, hicimos un planeamiento. No fue inmediato porque era conveniente esperar mejores condiciones, tanto atmosféricas –porque estaba pasando el anticiclón del sudeste– como meteorológicas, para poder asegurar el éxito de la misión: la llegada de los aviones.
Al día siguiente, decolamos y llegamos a Tandil. En ese momento, navegamos en territorio argentino, pero con las medidas de seguridad para evitar la detección. En esa época, el presidente Fernando Belaúnde Terry, quien tomó la decisión política, era un hombre que pregonaba la paz y, también, en la Secretaría de Naciones Unidas había un peruano, Javier Pérez de Cuéllar; entonces, eso tenía una connotación significativa.

-¿Cómo fue la llegada a Tandil?
-Sin ninguna novedad. Aterrizamos y fue realmente muy emotivo. Cuando nos acercamos a la rampa de vuelo, observamos que allí estaba el personal de la Base. Estaba el jefe de la Base y una Banda Militar. Allí parqueamos y hubo como una ceremonia. Imaginate, no recuerdo si ellos ya sabían que los aviones eran peruanos. Ha pasado tanto tiempo…
Bajamos y fuimos recibidos por nuestros mecánicos. De hecho, también fue una sorpresa para ellos, pues no sabían que nosotros íbamos (ni nosotros que ellos estaban en Tandil).
-¿Pudieron intercambiar palabras con el personal de la Fuerza Aérea Argentina?
-Fue una ceremonia militar muy corta pero emotiva. Vimos a los pilotos y técnicos argentinos muy emocionados. Algunos vieron llegar aviones con el número de matrículas de los suyos, que habían sido derribados (y hasta ellos mismos tuvieron que salir eyectados).
Y, a pesar de que no nos conocíamos, sí hubo algunas lágrimas y abrazos fraternos. Para los pilotos de las fuerzas aéreas, son momentos muy trascendentales, entendíamos por qué estaban ahí y nos complacía saber de la estirpe del piloto de combate. Muchos de ellos habían volado con nosotros en Perú, precisamente en Chiclayo, durante los intercambios; y otros peruanos también habían volado en Argentina. Ahí estaba la raza y, en parte, el lema de nuestro escuadrón, el 611: “Sin raza, no hay gloria”.
-¿Cómo sintió haber entregado su avión?
-La Fuerza Aérea de Perú se desprendía de 10 aviones por una causa decidida en el más alto nivel político. Se los entregamos. De hecho, después de la ceremonia, los técnicos intercambiaron con sus pares las características y consideraciones sobre cada avión. Mientras, en una sala, nosotros conversamos con los pilotos sobre ciertas particularidades en relación al Dagger. Realmente, eran muy similares en cuanto a la aerodinámica y sistemas.
Había que hacer algunos ajustes porque además los aviones eran monoplaza, entonces no existía la opción de entrenamiento en el aire.

-¿Cuándo regresaron a Perú?
-Ese día. Cuando llegamos, ya teníamos el avión de apoyo logístico para regresar. Fue el mismo avión que nos apoyó en el traslado, llevando técnicos y material. Creo que el regreso fue al atardecer, entre las seis y las siete de la tarde, no recuerdo muy bien. Regresamos a Lima, nos alojamos y descansamos allí, y luego retornamos a nuestra unidad para seguir volando.
-¿Alguien les preguntó por el vuelo?
-No recuerdo si me preguntaron. Y, si lo hicieron, los despisté. Esa fue la consigna.
-¿Volvieron esos aviones?
-No. Los aviones se quedaron y nosotros regresamos al Perú.

-Luego de eso, ¿siguió de cerca lo que sucedía en las islas Malvinas?
-Sí, seguíamos las noticias radiales y escritas que llegaban. Nosotros estábamos en una base aérea estratégica, alejada de la ciudad, entonces las comunicaciones no eran tan fluidas. Pero sí podíamos hacer ese seguimiento y entendíamos cómo la Fuerza Aérea Argentina defendía sus intereses. Yo pensaba en el presupuesto y los medios económicos que el Estado argentino le había dado a la Fuerza Aérea para entrenarse, realmente era muy bien empleado. O sea, los pilotos argentinos estaban muy bien capacitados.
Y afinaron ese entrenamiento en situaciones de guerra, de extrema supervivencia, a tal punto que, para vencer las defensas de una fuerza aérea moderna, tuvieron que emplear toda su pericia, valor, destreza y amor por su patria. Entonces, eso nos complacía y decíamos: ese es el perfil de un piloto de combate.
-Con el tiempo, ¿pudo reencontrarse con el personal que voló los Mirage de Perú?
-Sí, a pesar del tiempo que pasó, en los intercambios, mantuvimos alguna relación que se afinó en el tiempo. Nos encontramos y hemos recordado lo sucedido. Incluso, en Jujuy nos recibió el entonces mayor Puga, un piloto de la Fuerza Aérea Argentina que, en la guerra de Malvinas, debió eyectarse y, en consecuencia, regresar al continente para recuperarse. Pero, como no teníamos aviones biplaza, lo dejamos en Jujuy y nosotros seguimos hacia Tandil. También mantuvimos un acercamiento con el brigadier Callejo y otros oficiales ligados a los aviones.

-Los argentinos valoran el apoyo de Perú en la guerra de Malvinas, ¿ustedes son conscientes de lo ocurrido?
-La ayuda que brindó Perú fue muy reservada, no salió hasta el año 2010, si mal no recuerdo. Antes, estuvo completamente bajo siete llaves.
Es reciente y estamos tratando de evidenciarlo porque es parte de la historia y debe ser escrito. Es una parte histórica, tanto de nivel nacional como institucional, porque es una acción que cumplió la Fuerza Aérea peruana, con éxito, en el afán de ayudar a una Fuerza Aérea del continente.
-¿Recibieron reconocimientos?
-A través del cargo que desempeño en el Instituto de Estudios Históricos Aeroespaciales de Perú, tuve una entrevista con el entonces embajador de Argentina hace unos cuantos años. Finalmente, la Embajada de Argentina nos condecoró a los 10 pilotos que participamos, a los 18 técnicos, a los pilotos del avión Hércules, a los observadores que la Fuerza Aérea de Perú envió al Estado Mayor de Argentina, y al oficial de defensa.
Me parece que éramos 34. Nos hizo llegar una condecoración del Estado argentino, fue realmente muy emotivo. También nos contactó la Fuerza Aérea Argentina y nos reunió en la Agregaduría Militar para entregarnos una condecoración a los pilotos. Y, este año, nuestros técnicos fueron condecorados en Argentina.
-Debieron esperar a que se hiciera público…
-Sí, pero el entrenamiento militar y el compromiso no esperan recompensas, ¿no? Después de todo, es una decisión que uno toma y es el compromiso con nuestra patria. Nosotros, como sabrás, tenemos permanencia 24 horas, los siete días de la semana. Es a cada instante, nos vamos de nuestras casas, quince días o un mes… nosotros elegimos ser voluntariamente aviadores.