Un solo dato ejemplifica la alarmante crisis actual del partido azul en EEUU, que lo condujo a la aplastante derrota electoral en 2024, en la que se quedaron sin mayoría en ambas Cámaras del Congreso y perdieron el voto popular.
Casi 5 millones de votantes han abandonado las filas del Partido Demócrata, de ellos más de 2 millones fueron en los últimos cuatro años bajo el gobierno de Joe Biden.
Pero las cifras, a pesar de ser contundentes, no reflejan del todo la situación crítica del Partido.
Entre las elecciones presidenciales de 2020 y 2024, los demócratas perdieron alrededor de 2,1 millones de votantes solamente en los 30 estados que [permiten el registro por partido político], según un análisis del diario liberal New York Times con datos recopilados por la firma L2.
Durante el mismo período, el Partido Republicano ganó 2,4 millones de votantes registrados.
Sin embargo, y al asumir la misma tendencia de éxodo del partido de la izquierda, expertos consideran que las cifras pueden ser mucho peores para el bando azul cuando se contabilizan los otros 20 estados que [no definen sus registros electorales por partidos], como los casos republicanos de Texas, Missouri y Ohio. Y dentro de los gobernados o tradicionalmente demócratas, el flujo hacia independientes y conservadores ha sido sorprendente. Nueva York y California dan fe de eso.
"Esto parece no tener fin"
De manera oficial, aún hay más demócratas registrados que republicanos en todo el país, pero esas estadísticas son inconclusas e inexactas por lo explicado con anterioridad.
Lo que sí resulta visible es el desmoronamiento de la credibilidad y valores democráticos de tradición nacional dentro del Partido Demócrata, parte de lo que explica el [inédito y masivo éxodo] en sus filas y el arrollador triunfo de los republicanos y Trump el pasado noviembre.
Michael Pruser, quien monitorea de cerca el registro de votantes como director de ciencia de datos de Decision Desk HQ y citado por New York Post, advirtió que las cifras no solo ayudan a explicar la victoria de Trump el año pasado —cuando se convirtió en el primer candidato presidencial republicano en ganar el voto popular en 20 años— sino que también pronostican importantes dificultades para los demócratas en las [elecciones de medio término del próximo año], así como en las presidenciales de 2028.
"No quiero decir que se trata de un 'ciclo de muerte del Partido Demócrata'", declaró Pruser al New York Times, "pero esto parece no tener fin".
En Carolina del Norte, los demócratas perdieron 115.523 votantes entre las elecciones de 2020 y 2024, mientras que los republicanos ganaron más de 140.000 miembros y eliminaron la ventaja de los demócratas en el registro, según los datos de L2.
La erosión en bastiones demócratas
Lo mismo sucedió en Florida, Arizona, Pennsylvania y Nevada, entre otros.
En Florida, uno de los ejemplos más reveleadores del desastre del Partido Demócrata, Trump ganó en 2024 con el 56% de los votos frente a menos del 43% de Kamala Harris. En 2020, Joe Biden también perdió en el Estado del Sol por otro amplio margen (Trump: 51,22% y Biden: 47,86%) que consolidó a la región de las naranjas en un "Red State" o Estado Rojo (republicano). En total, los floridanos han votado republicano en 12 de las 17 últimas elecciones presidenciales (Desde 1952).
Los votantes republicanos registrados en Florida superan ahora por más de 1 300 000 a los demócrátas, la mayor ventaja desde la década de 1980. En la más reciente actualización el 15 de agosto, el Partido Republicano cuenta con 5.499.643 electores registsrados, mientras que el Partido Demócrata posee 4.173.426 y sin afiliación partidista 3.415.965.
Florida ha sido un estado clave en las últimas cinco décadas para los candidatos de ambos partidos en diferentes contiendas por el voto de los independientes y la fluctuación de los electores. En las dos elecciones presidenciales anteriores y en las legislativas de medio término en 2022, no quedan dudas de que el voto republicano es mayoría notable, un hecho que corrobora el declive del Partido Demócrata.
Incluso, bastiones de la izquierda e izquierda radical -como Nueva York y California- no se salvaron de la erosión electoral y perdieron 305.922 votantes registrados tanto en 2020 como en 2024. En California, más de 680,556 votantes abandonaron el Partido Demócrata en ambas contiendas presidenciales.
En total, los demócratas pasaron de disfrutar de una ventaja de casi 11 puntos porcentuales sobre los republicanos en el número de votantes registrados en 2020 a apenas 6 puntos porcentuales en los 30 estados y Washington D. C. en 2024, de acuerdo con el Times.
Lo problemático para los demócratas y su rumbo radical “progresista” es que faltan apenas 14 meses para las elecciones de medio término. Los pronósticos para el bando azul se alejan, por el momento, de una posición optimista.
El odio y la hostilidad
Muchas razones explican la crisis histórica del Partido Demócrata, un eslabón que ha sido esencial dentro del sistema del bipartidismo político que rige en la democracia estadounidense.
Más que un triunfo de los conservadores, que verdaderamente lo es, la transformación de los demócratas hacia el extremismo ha generado grietas tal vez irreparables dentro del sistema electoral y democrático de EEUU o, al menos, tomaría varios años e incluso alguna década en revertirse, si es que [deciden corregir su dirección].
Todo dependerá de si los dirigentes del Partido Demócrata optan por continuar con una agenda mal llamada “progresista” (sin ningún progreso) o deciden retomar los lineamientos de la organización de hace más de tres o cuatro décadas atrás.
En esos años, los demócratas tenían una plataforma convencional bien estructurada, con principios sólidos y con objetivos específicos que los diferenciaban del ala republicana, lo cual enriquecía el panorama político nacional y le entregaba diversidad. Sin embargo, eran capaces de dejar a un lado las discrepancias con los conservadores cuando se trataba de temas principales para la nación: inmigración, seguridad nacional, asuntos de política exterior, bienestar social, libertad de expresión, derechos y desarrollo económico.
Hoy el entorno político alrededor de los demócratas gira sobre el odio abierto a la derecha, la hostilidad irreconciliable y la distención o disrupción social. Lo que más capta la atención es la tozudez y el encacillamiento de sus principales dirigentes en políticas comprobadas de fracaso. Tampoco analizan con [visión realista y enriquecedora] sus errores, ni reflexionan -por lo que se percibe- en cuál dirección se encuentran. Hacen hincapié, sin embargo, en campañas de manipulación de la opinión pública con la gran prensa a su favor, y de falsedades para confundir y dividir.
Con Trump, nada de lo anterior les funcionó. Sólo les valió para experimentar una vez más las consecuencias del efecto dominó o "boomerang". Se aferran a las mismas deficiencias que le indican el fracaso, asumen una postura defensiva, hipercrítica con sus adversarios ideológicos, divisiva y descabellada en muchos sentidos, que los ha conducido a su propio hundimiento.
Quitar la fuerza moral y el derecho a los padres frente a la sexualidad y educación de sus hijos, abrir las fronteras a una inmigración irresponsable y desenfrenada creando un enorme caos y crisis de seguridad nacional e implementar políticas de imposición en la sociedad de conductas controversiales de identidad o diversidad de géneros no los ha conducido al éxito, sino a su resquebrajamiento.
En los últimos cuatro años ejecutaron además las peores medidas económicas en la historia moderna: Planes para subidas históricas de impuestos, impresión monetaria sin respaldo económico (inflación), financiamiento de guerras, dinero para fines ambientalistas y en proyectos irrentables, pésima administración del presupuesto federal con el mayor despilfarro en la historia del dinero de los contribuyentes y otras reformas que pusieron en rojo más del 80% de los principales indicadores económicos de EEUU.
El rumbo fallido
Los demócratas causaron la peor inflación en EEUU en las últimas cinco décadas, elevaron la deuda pública del país a 36 billones (trillions) de dólares, crearon una crisis bancaria con la quiebra de cuatro importantes bancos, fomentaron las peores caídas de ventas inmobiliarias en más de 30 años, redujeron en más de un 30% el poder adquisitivo de los estadounidenses y asfixiaron a la clase media trabajadora e inversora; condujeron la actividad industrial a una contracción récord por casi tres años junto a decenas de cifras históricas mensuales y anuales de déficit comercial, entre otros indicadores económicos negativos.
El incremento de más de un 40% como promedio de la delincuencia y los delitos graves en casi todos los estados gobernados por la izquierda y la ultraizquierda, la prioridad a políticas de género y la controversial inclusividad junto a incrementos de impuestos desproporcionales y pésima gestión estatal, también contribuyeron al éxodo masivo e inédito de estados demócratas hacia estados republicanos como Texas, Arizona, Florida, Ohio, etc.
Gracias a ese criticado trabajo de los demócratas, las grandes empresas minoristas y de restaurantes se vieron obligadas a cerrar miles de sus locales y subdivisiones de servicios, otra de las repercusiones devastadoras para la clase media estadounidense y clases minoritarias.
Las teorías WOKE, el irrespeto a la legalidad, el ataque a la pequeña y mediana empresa de forma directa e indirecta y leyes antiamericanas, censura generalizada, y guerra frontal a los valores ciudadanos y conservadores completaron el ciclo de fracaso del Partido Demócrata.
Lo más alarmante es que el descenso en los datos de abandono de ese partido ocurre en todo el país, con más votantes nuevos registrándose en el Partido Republicano en 2024 por primera vez en seis años.
Sembrar la división
Los demócratas también han visto menguar su ventaja en el registro de votantes en cuatro estados clave para las elecciones de 2024: Arizona, Nevada, Carolina del Norte y Pennsylvania. Todos los ganó el presidente Trump el pasado 5 de noviembre. Florida por su parte se consolidó como un abanderado republicano y dejó de ser un estado variable en las elecciones.
La situación comenzó a agravarse a partir del 2016 cuando el entonces candidato presidencial republicano Donald J. Trump y antiguo donante también de los demócratas, sorprendió al mundo con su victoria electoral frente a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en el gobierno de Barack Obama, y cuyas encuestas la habían sentado en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
De haber ocurrido esto, ese hubiera sido el “reinado” consecutivo de 12 años de Obama, quien dejó en sus ocho años de mandato muchos asuntos pendientes y cabos sueltos en su agenda.
Lejos de sembrar unidad, Obama se encargó de regenerar la división racial en el país y exacerbar el extremismo de la izquierda, que condujo a una respuesta de extremismo en la derecha, elementos muy poco aconsejables para la salud y el desarrollo socioeconómico y político de la nación.
La derrota de los Clinton, con Bill de trasfondo, significó el recrudecimiento del radicalismo liberal dentro y fuera de EEUU. Surgió la trama de la injerencia de Rusia en las elecciones de 2016 y la investigación del fiscal especial Robert Mueller se centró en buscar nexos de la campaña de Trump con el Kremlin.
La actual fiscal general o secretaria del Departamento de Justicia de Estados Unidos, Pam Bondi, ordenó a principios de agosto investigar el origen de la famosa trama rusa, que de manera indirecta provocó con otros argumentos los dos procesos de destitución o “impeachment” contra el presidente Donald Trump en su primer período en la Casa Blanca (2017-2021). Pero también tenía detrás muchos propósitos encubiertos.
Cómplices y algunas razones
Años después, el fiscal especial, John Durham, entregó un informe de más de 300 páginas, en el que concluyó que el Buró Federal de Investigaciones (FBI) no tenía ni una sola prueba fehaciente para abrir una pesquisa contra el presidente Trump, respecto a los supuestos nexos de Moscú con la campaña del líder republicano en 2016.
El informe además indicó que el FBI, apresurado por inculpar a Trump, “utilizó datos de inteligencia en bruto, sin analizar y sin corroborar para comenzar la investigación ‘Crossfire Hurricane’”.
“Basándonos en la revisión de “Crossfire Hurricane”y las actividades de inteligencia relacionadas, concluimos que tanto el Departamento de Justicia como el FBI no cumplieron su misión de estricta fidelidad a la ley y a la verdad con ciertos acontecimientos y acciones descritos en este informe”, reveló Durham.
Pero semanas antes de los comicios de ese año, también estalla el otro gran escándalo: Decenas de miles de emails o correos electrónicos de la secretaria de Estado Hillary Clinton fueron borrados de un servidor del gobierno federal instalado en su propia residencia, tras el brutal ataque a la embajada estadounidense en Bengasi, este de Libia, el 11 de septiembre de 2012. En ese asalto murieron cuatro estadounidenses, entre ellos, el embajador Christopher Stevens.
Hillary fue acusada de no responder al apoyo militar aéreo de bases cercanas estadounidenses para repeler el ataque y rescatar con vida a los funcionarios, empleados, cuerpos de seguridad y al jefe de la misión diplomática.
En ese momento, el FBI, con el grave caso frente a su cara y semanas antes de las elecciones presidenciales de 2016, decidió no imponer cargos federales ni llevar ante la justicia a Clinton.
Con Joe Biden, el país sufrió la peor crisis de liderazgo en la Casa Blanca, muy por encima a la de Jimmy Carter, que hasta ese momento figuraba como la más débil e infructuosa administración.
La vergüenza y el insulto al pueblo estadounidense de tener en Washington un Comandante en Jefe en muchas ocasiones desorientado en público, a pesar incluso de un libreto, incapacitado visiblemente para tomar complejas o simples decisiones y trabajar extensos períodos, no tiene comparativos.
Biden, frente a cámaras de teléfonos y de televisión, se quedó en múltiples ocasiones en sus cuatro años de mandato con la mente en blanco o "congelado", sin gesticular ni hablar sobre un escenario por más de 20 segundos antes de ser rescatado por alguno de sus asesores o el propio Barack Obama, quien lo hizo frente a cientos de simpatizantes durante un acto de campaña en un teatro.
Biden saludaba al vacío, confundió a presidentes y fechas relevantes como la muerte de su hijo, identificó a su cuñada como su esposa, Jill Biden y a Kamala Harris con Trump.
El secreto a voces
El presidente francés Emmanuel Macron, durante una visita en Washington, tuvo que tomarlo del brazo para orientarlo hacia dónde debía dirigirse en una ceremonia oficial en las afueras de la Casa Blanca. Biden confundió al presidente ucraniano Volodimir Zelenski con el ruso Vladimir Putin, a Andrés Manuel Lopez Obrador con el mandatario de Egipto; la frontera sur de EEUU con la Franja de Gaza y se refirió al propio Macron como "Francois Mitterrand, de Alemania", luego rectifica y afirma: "de Francia"...cuando el mandatario francés Miterrand falleció hace más de 30 años.
Pero esto no pasó en los últimos meses o en el último año de gobierno de Biden. Estos "lapsus mentales" similares ocurrieron durante la campaña presidencial en 2020, pero los encubrían la prensa, directivos del Partido Demócratas, colabodradores cercanos y sus asistentes. También las plataformas en internet que censuraban videos o comentarios vinculados a su deterioro cognitivo o se referían a supuestos secretos del gobierno.
Para el pueblo americano y aliados en el mundo, haber tenido a un presidente de EEUU en esas condiciones era algo impensable. Sin embargo, los demócratas fueron capaces de hacerlo, y no sólo eso, de encubir, mentir y justificar el visible y deplorable estado mental y físico del presidente del país.
Hasta semanas antes del primer debate presidencial con Trump, su médico personal aseguraba que Biden estaba en óptimas condiciones de salud mental y física, "sólo un poco agotado por las jornadas de trabajo".
Estos antecedentes y sucesos agudizaron la factura al Partido Demócrata, dominado en la actualidad por pilares de la extrema izquierda.
¿Quién o quiénes realmente dirigieron al país en esos años? ... Aún se desconoce, al menos el pueblo lo desconoce. Hay cientos de teorías, nombres, especulaciones, pero ningún informe oficial. Es muy probable que no lo haya jamás... en aras de evitar un mayor desprestigio en la historia de la nación.
En los últimos dos mandatos presidenciales (Obama- Biden), el Partido de la izquierda tradicional se inclinó y apostó [abiertamente] por tendencias radicales como la llamada WOKE, mediante una agenda cuyos parámetros esenciales están ligados a la denominada Revolución Cultural del Siglo XXI, que a su vez incluye normativas bien delimitadas del Acuerdo de París, la agenda 2030 del Foro Económico Mundial de Davos, del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla.
En Estados Unidos, varios expertos coinciden en que la izquierda profundizó su radicalización en la administración Obama y continuó en una escalada desenfrenada bajo el mandato de Joe Biden o de la élite que se encargó de la Casa Blanca.
Con el pago de recompensas financieras por los favores de grandes donantes de la izquierda, el Partido Demócrata se introdujo en una encrucijada. Su discurso político va por un lado y sus acciones por otro, como el popular refrán: haz lo que yo digo y no lo que yo hago.
Se alejaron de la clase media trabajadora y de las clases bajas para responder a intereses elitistas en busca de respaldo a ambiciosos proyectos “reformadores del capitalismo occidental” por el “globalismo progresista del siglo XXI” y “la ampliación de poderes unilaterales del estado federal” o el denominado “socialismo cultural”, fundamentado en el centralismo que persigue el control de todos los sectores de la sociedad, la economía, la educación, la rama judicial y los poderes legislativos y ejecutivos constitucionales.
Los demócratas obtienen cada vez mayores cantidades de dinero para sufragar sus campañas políticas y electorales, pero con cada vez menos respaldo popular. Millones de estadounidenses no republicanos le han dado la espalda.
El mandato "fantasma" de Biden
Ahora se sabe por exfuncionarios de la era Biden que éste apenas pernoctaba en la sede gubernamental en Washington y sólo se presentaba físicamente en ocasiones precisas.
El escándalo sobre el “autopen” o “bolígrafo automático” y del estado de salud mental y físico de Biden, despojado del derecho a su reelección, destapó una lamentable era política en la historia de EEUU. Su lugar lo ocupó de manera controversial la vicepresidenta, Kamala Harris, sin el voto de las primarias que había ganado Biden con gran facilidad y casi ninguna oposición, no por su labor en la Casa Blanca, sino por la crisis de liderazgo del Partido Demócrata, el odio a Trump y el tren propagandístico liberal.
Muchos estadounidenses creen que el mandato de Biden fue como un gran “circo fantasma”, cuyas revelaciones han comenzado a salir a la luz pública con la administración Trump. Otros opinan que el escándalo es tan sonado que no sabremos la verdad esos cuatro años de "mandato oficial fantasma" en la Oficina Oval .
Las recientes declaraciones de un portavoz de la Casa Blanca en un interrogatorio del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, que investiga el encubrimiento del estado de salud y mental de Biden, evidencian el nivel de deterioro moral, ético y de conducta de la cúpula de izquierda o ultraizquierda.
Ian Sams, exvocero de la administración Biden por más de dos años, manifestó que sólo habló con su jefe en dos ocasiones.
Sobre esta revelación, el presidente de ese comité de la Cámara Baja, James Comer, señaló:
“Una de las cosas más impactantes para mí es que Sams “se comunicó con Joe Biden dos veces, vio a Joe Biden, habló con Joe Biden, dos veces”.
“De hecho, [el exfiscal especial] Robert Hur pasó más tiempo con Joe Biden que Ian Sams”, añadió Comer tras asistir a la transcripción de un interrogatorio a Sams por miembros del comité, y que reveló el New York Post.
Sams se desempeñó como portavoz de la Oficina del Asesor Jurídico de la Casa Blanca desde mediados de 2022 hasta agosto de 2024, cuando dejó el cargo para convertirse en el asesor principal de la candidata presidencial demócrata, Kamala Harris.
“Esto plantea serias preocupaciones y preguntas sobre quién controlaba la Casa Blanca” (…) ¿Quién dirigía realmente el Despacho Oval? cuestionó Comer.
Todos los elementos y argumentos anteriores [han destrozado] la capacidad de movilización, captación y confianza en el Partido Demócrata. Pero también han lacerado el balance bipartidista que existía hace menos de 30 años en el país.
En 2018, más de un tercio (34%) de los nuevos registros de votantes a nivel nacional eran demócratas, mientras que los republicanos representaban apenas el 20% de los nuevos votantes.
Sin embargo, hasta el año pasado, los republicanos habían superado esa brecha, con un 29% de simpatizantes del partido conservador como nuevos votantes, mientras que los demócratas obtenían un 26% en los 30 estados que llevan el registro electoral por partidos políticos.
"No hay esperanza ni caballería que cruce la colina. Esto ocurre mes tras mes, año tras año", añadió Pruser, el estadista de Decision Desk HQ.
La desesperación
En una acción desesperada y ante el avance de los republicanos que parecen haber despertado de un letargo político de décadas, que permitió que la extrema izquierda minara puestos directivos y empleos clave en los gobiernos locales, estatales y en Washington, los demócratas intentan ganar más asientos en ambas Cámaras del Congreso al pretender redibujar una vez más los mapas electorales sobre millones de inmigrantes que han entrado de forma ilegal al país.
Se calcula que más de 13 millones de personas entraron al país durante los cuatro años de Biden, lo que supondría importantes cambios en el sistema electoral, si se cuentan como residentes por distritos, aunque no ejerzan el sufragio.
El gobierno del presidente republicano Donald Trump habla de 22 millones entre detectados y no detectados, y las entradas por otras vías además de la frontera sur.
Por esta y otras razones, Trump y los conservadores hacen hincapié en leyes que exijan documentos que prueben la ciudadanía estadounidense de los electores, pero también responden con el redimensionamiento en varios estados.
Representantes y senadores republicanos en Washington denunciaron que la política de “Puertas Abiertas” bajo el gobierno de Biden se implementó con el objetivo de censar a millones de inmigrantes ilegales para rediseñar los distritos electorales y aumentar el número de representantes estatales y federales en estados históricamente demócratas.
Los demócratas [confiaron] en que Trump no regresaría al poder, sino que sería enjuiciado y condenado. Sabían lo que eso representaba para ellos, después de haberlo ultrajado hasta la saciedad. Además, había un plan A, B y C y eran muy difíciles que fallaran los tres.
El A incluía elevar la presión judicial y mediática contra sus más cercanos colaboradores y su familia para que Trump desistiera de una nueva postulación presidencial, desacreditar su imagen política y empresarial y apostar al hundimiento de su liderazgo. El B, en caso de que decidiera lanzarse en las primarias, impedir que ganara, y al mismo tiempo utilizar la Justicia para condenarlo, encarcelarlo y evitar un nuevo mandato en la Casa Blanca. Y el C…, después de que pudieran no funcionar las vías anteriores, exacerbar el odio a Trump y llamarlo "peligro a la democracia" o "dictador" a la espeera de que “cualquier” “lobo solitario”, “desquiciado mental” o “manipulado político violento” se decidiera a eliminar físicamente al expresidente.
Al final, las tres opciones fallaron.
El pueblo estadounidense vio cómo un expresidente fue imputado (por primera vez en la historia) de decenas de cargos federales orquestados, por encima incluso de la impunidad presidencial que le otorgaba la Constitución, un hecho sin precedentes en la historia del país. Su principal objetivo era hundir su liderazgo e impedir por cualquier vía su ascenso a la Casa Blanca.
El atentado con un fusil de asalto en Butler, Pennsylvania, realizado con un desparpajo inédito frente a agentes y miembros del Servicio Secreto y que falló por un ligero y oportuno movimiento de cabeza del exmandatario, terminó de convencer a muchos de la gravedad de las acciones de una izquierda radical decidida a ejecutar e incentivar cualquier fórmula con el propósito de perpetuarse en el poder, destruir las bases conservadoras de la nación, cambiar la Constitución y controlar todas las vías de poder del país.
Otros dos intentos demostraron las verdaderas intenciones de la extrema violencia política en medio de la persecución y acoso a Trump.
Interrogantes y el fracaso general
Los sucesos pusieron en una gran interrogante a un Departamento de Justicia y agencias policiales y federales como el FBI, la CIA y el propio Servicio Secreto, entre otras.
En los últimos cuatro años bajo el poder de los demócratas, la confianza de los estadounidenses en las instituciones locales, estatales y federales se degradó a niveles nunca vistos.
Una encuesta de Gallup -publicada a mediados de diciembre de 2024- reveló que apenas un 35% de los estadounidenses confiaba en el sistema judicial y los tribunales en EEUU; una caída de más de 25 puntos porcentuales durante el mandato de Biden y su agenda de extrema izquierda.
Esa misma tendencia se extendió a temas como inmigración, economía, seguridad ciudadana, educación, política exterior y seguridad nacional.
En las últimas dos décadas, fundamentalmente, los medios liberales de prensa, voceros y promotores directos de políticas de ultraizquierda han [contribuido] al encrespamiento social y político en el país y a una extrema y dañina división en la sociedad, mediante la exaltación del papel de minorías y la discriminación de los blancos estadounidenses y defensores de las ideas conservadoras en las que se fundó EEUU.
A pesar de la crisis de liderazgo, erosión y desconfianza que atraviesa en estos momentos el Partido Demócrata a escala nacional, ninguna figura influyente o dirigente de la izquierda ha dado muestras ni ha expresado públicamente la necesidad de emprender [cambios profundos] dentro del Partido.
Por el contrario, continúan con sus campañas de desatino y descrédito al liderazgo del presidente Trump y los republicanos, con un desprecio visible por quienes defienden el conservadurismo y se oponen al libertinaje.
Desde esa posición de inactividad y radicalismo, el Partido Demócrata podría no ganar la Casa Blanca en largos años, excepto por [errores garrafales de los conservadores] en el poder.
¿Sería saludable este camino para la democracia estadounidense? Por supuesto que no, pero lo que ha quedado bien claro y al parecer los demócratas tampoco lo perciben es que la implementación y promoción de acciones “progresistas” o socialistas en EEUU no encontrará aceptación entre la gran mayoría de los estadounidenses.
Quedó demostrado que tendencias radicales de izquierda como el “Wokismo”, el “globalismo”, el “progresismo” o cualquier otra corriente ideológica antioccidental, que atentan contra la libertad y los derechos democráticos, sólo conducen a la destrucción de la Gran Nación Americana y al fracaso final de quienes las implementen en el país más anticomunista del planeta.
Resulta exagerado afirmar que estamos en presencia del comienzo de la debacle del Partido Demócrata, pero sí frente a la peor y más profunda crisis de su historia. Está en manos de sus dirigentes continuar con el [fallido rumbo del extremismo de izquierda] o rectificar antes de que sea demasiado tarde.
FUENTE: Con información de AFP, The New York Times, New York Post, The Epoch Times, CNN, Bloomberg, Sitio Web de la Casa Blanca, entre otras fuentes.