James Cromwell jamás imaginó que filmar Babe, el chanchito valiente alteraría el rumbo de su vida. El actor dio vida al granjero Hoggett, pero fue detrás de cámaras donde experimentó una transformación personal, marcada por un episodio en el set: durante un almuerzo, advirtió que los animales con los que había filmado horas antes —cerdos, ovejas y patos— estaban ahora preparados como platos en la mesa.
Ese instante lo llevó a decidirse por el veganismo, decisión que mantuvo hasta hoy y que atribuye directamente a aquella experiencia. “Almorcé antes que todos y vi en la mesa a los animales que había estado trabajando, convertidos en fricasé, asados y sellados”, relató en una entrevista reciente con The Guardian. Esa escena es considerada uno de los momentos más impactantes de toda su carrera.
El salto de Cromwell a este papel no estuvo exento de dificultades. Chris Noonan, director del filme, y George Miller, el productor, discrepaban sobre el reparto: Miller abogaba por un elenco estrictamente australiano, pero fue el director de casting quien defendió la elección de Cromwell. La historia del libro “El cerdo-oveja” de Dick King-Smith, que inspiró la película, también tuvo su propio recorrido, pues Miller lo descubrió durante un viaje con su hija.

Cromwell enfrentó más desafíos: inicialmente propuso dar a Hoggett un acento de Yorkshire —algo que los productores rechazaron por motivos comerciales—, lo que obligó al actor a grabar sus líneas en acento tejano, para luego rehacer toda su intervención usando acento británico. “La lista de Schindler ganó el Óscar a mejor película ese año y estaba llena de acentos”, ironizó Cromwell recordando la anécdota.
Durante el rodaje, existían apuestas sobre cuál oveja era real y cuál era animatrónica. El equipo logró que ambas se integraran perfectamente. “Al terminar cada toma, la oveja real seguía mirando a su alrededor y la animatrónica se apagaba. Entonces alguien decía: ‘¡Lo conseguí!’”, detalló Cromwell. Esta convivencia con los animales, sumado al episodio del almuerzo, cimentó su cambio de paradigma respecto a la alimentación y el trato animal.
La famosa escena final, donde Babe guía a las ovejas por el circuito frente a gran cantidad de extras, no solo emocionó al público. Para el elenco, significó la culminación de meses de entrenamiento animal y el reconocimiento colectivo tras lograr la toma perfecta, sellada por una ovación espontánea.

En lo personal, la filmación de su última línea resultó toda una catarsis para Cromwell. Siguiendo la instrucción de mirar directamente al lente, el actor confesó haber visto reflejada la figura de su padre en la cámara, un director estricto y crítico. “No sabía que debía perdonarlo, pero vi que soy el hijo de mi padre y experimenté un cierre”, compartió conmovido.
El realismo de “Babe” se debe al trabajo de Neal Scanlan y su equipo de efectos especiales, quienes buscaron que el espectador no pudiera distinguir entre animales vivos y marionetas. La marioneta de Babe tenía un cuello protésico en el que se insertaban diariamente pelos uno a uno, labor que requería puntualidad e infinita paciencia. Solamente contaban con una cabeza protésica, la cual debían desmontar y volver a ensamblar para cada cambio de postura. “Si algo fallaba, había que repetir todo el proceso. Era aterrador”, describió Scanlan.
Para imitar la piel, un químico desarrolló una silicona especial, obteniendo el nivel de flexibilidad necesario. Además, los ojos de Babe se confeccionaron con esferas y un émbolo para ajustar el tamaño de las pupilas y simular los característicos ojos marrón. El pato Ferdinand combinó pelaje y plumas en su diseño, pues era inviable instalar plumas individuales con movimiento.

El calor australiano supuso otra dificultad: la silicona, tan eficaz como aislante, transformaba la marioneta en un horno. Por ello, protegían los animatrónicos con mantas de aluminio entre tomas. Los perros mecánicos exigieron retoques digitales, ya que la tecnología de la época aún no alcanzaba el realismo deseado en los primeros planos.
El fenómeno “Babe” fue más allá del éxito cinematográfico. Cromwell compartió el caso de una espectadora que culpó a la película de cambiar la relación con su hija: “Ahora no come animales y dice que arruinó lo que teníamos”. Para el actor, esto subraya el alcance de la cinta, que modificó costumbres y amplió la conciencia respecto al trato animal para nuevas generaciones.
La historia de este cerdito parlante continúa inspirando reflexiones sobre la relación entre humanos y animales, manteniendo vigente un legado de empatía, innovación y transformación personal. Babe sigue siendo, décadas después, un hito del cine familiar y un motor de cambio social.