
¿Es posible que lavar los platos o hacer la cama cambie el futuro de un niño? Para la Universidad de Harvard, la respuesta es sí. Diversos estudios, programas educativos y marcos de investigación de esa institución concluyen que participar en las tareas del hogar desde la infancia no solo fortalece el sentido de responsabilidad, sino que prepara a los menores para una vida adulta más plena, colaborativa y emocionalmente saludable.
Una línea de investigación clave en Harvard, conocida como el Estudio de Desarrollo Adulto, ha seguido durante más de ocho décadas a distintas generaciones para identificar los factores que contribuyen al bienestar a largo plazo.
Dirigido actualmente por el psiquiatra Robert Waldinger, el estudio ha mostrado que las relaciones personales sólidas —incluidas las que se cultivan en el ámbito familiar— son mejores predictores de una vida feliz y longeva que el nivel socioeconómico, el coeficiente intelectual o incluso los genes.

“Las buenas relaciones no solo protegen nuestro cuerpo, sino también nuestro cerebro”, afirma Waldinger; y agrega: “Cuidar de los demás y sentirse cuidado es una forma activa de autocuidado”.
Este enfoque encuentra eco en otras iniciativas de Harvard. Making Caring Common, un proyecto de su Escuela de Educación, promueve la incorporación de tareas cotidianas como medio para cultivar empatía, sentido de pertenencia y responsabilidad en la infancia. Estas actividades, explican sus autores, ayudan a los niños a percibir el esfuerzo colectivo y a reconocerse como parte activa del grupo familiar.
La psicóloga clínica Jacqueline Sperling, docente de la Facultad de Medicina de Harvard, también sostiene que brindar a los niños responsabilidades adecuadas a su edad favorece el desarrollo de la autonomía. En una publicación para Harvard Health, escribe: “Establecer una rutina de tareas les permite adquirir confianza en sus propias capacidades”.

Participar en actividades como poner la mesa, alimentar a una mascota o vaciar el lavavajillas ayuda a los niños a comprender el esfuerzo compartido que implica sostener una casa y fortalece su conexión con los demás.
“Doblar la ropa o sacar la basura puede parecer poco significativo, pero enseña que cada uno tiene un rol en el cuidado del entorno”, sostiene el equipo de Making Caring Common.
Esa experiencia contribuye a que los niños se perciban como miembros valiosos de un sistema familiar colaborativo, lo que también impacta positivamente en su autoestima. Sperling también subraya que involucrar a los niños en tareas según su edad fomenta la independencia, la organización y la toma de decisiones.
Una investigación publicada en la revista de Pediatría del Desarrollo y el Comportamiento refuerza este enfoque desde la evidencia cuantitativa. El estudio, realizado por el Hospital Infantil de la Universidad de Virginia, analizó a 9.971 niños estadounidenses desde el jardín de infantes hasta tercer grado.

Los resultados mostraron que quienes colaboraban con mayor frecuencia en las tareas del hogar tenían más probabilidades de reportar altos niveles de autoeficacia, satisfacción con la vida, habilidades sociales y rendimiento académico.
Estos efectos positivos se mantenían independientemente del sexo, el nivel socioeconómico o la educación de los padres.
Según los autores, “realizar tareas domésticas con cualquier frecuencia en la primera infancia se asoció con mejores competencias sociales y académicas en la etapa escolar”.
Más allá de la actividad en sí, el valor de las tareas domésticas reside en el entorno emocional en que se desarrollan. Cuando los niños comprenden que su esfuerzo contribuye al bienestar de los demás, se sienten parte de una estructura donde cada uno cumple un rol. Como señala el artículo: “Comemos juntos, limpiamos juntos. Nos ayudamos mutuamente a mantener la casa limpia”.

Esta dinámica reduce el egocentrismo, estimula la empatía y promueve actitudes de colaboración. En palabras del experto Jeff Haden, citado en publicaciones de Harvard, “la perseverancia es un músculo que se fortalece con el uso frecuente”. Asumir pequeñas responsabilidades dentro del hogar permite desarrollar esa constancia de manera práctica.
Desde Harvard se proponen estrategias para que las tareas no se perciban como castigos ni obligaciones aisladas.
Una recomendación es distribuir las actividades entre todos los miembros del hogar, de modo que cada uno participe en una cadena de colaboración: uno lleva los platos, otro los lava, otro los seca. Este trabajo en equipo refuerza el sentido de pertenencia y muestra que el esfuerzo individual tiene un propósito colectivo.
Los especialistas también insisten en adaptar las tareas según la edad, usar refuerzo positivo y enmarcar la participación como una contribución al bienestar común. De ese modo, los niños no solo se sienten útiles, sino también valorados.

La frecuencia con que los niños participan en el cuidado del hogar influye directamente en el desarrollo de sus habilidades sociales, emocionales y cognitivas.
Enseñarles a colaborar desde edades tempranas no solo mejora la convivencia diaria, sino que, como sugieren distintas áreas de investigación en Harvard, sienta las bases para una vida adulta más equilibrada, resiliente y empática.
“Queremos descubrir cómo una infancia difícil se extiende a lo largo de décadas y deteriora el cuerpo en la mediana edad”, ha dicho Waldinger.
Fomentar un entorno familiar cooperativo y afectivo, en el que cada niño sepa que su esfuerzo cuenta, puede ser una de las maneras más sencillas —y poderosas— de sembrar bienestar a largo plazo.